Hace ya tres años escribía una reseña del libro de Chirbes En la orilla que junto con crematorio son la mejor descripción del proceso de especulación inmobiliaria que hemos vivido en nuestro país. Ahora con su muerte creo bueno volver a reivindicar su figura y su descripción cruda de una realidad que él mejor que nadie ha llevado a la literatura.
Con una cita de la epístola de San Pablo a los Romanos, “Nadie vive para sí mismo, nadie muere para sí mismo” empezaba Crematorio, la narración de los años de la explosión del boom inmobiliario en Levante o en cualquier otra zona de nuestro país. El dolor es un espejo cuya imagen devuelve el tiempo que se fue, pero que trae también el reverso de vidas levantadas sobre oscuros cimientos. Una narración viva y dura de un constructor sin escrúpulos que quiere seguir lo que él llama tradición familiar, su hija Silvia convertida en restauradora, parte elegante del proceso de construcción casada con un catedrático que da el aspecto intelectual al momento. Y así en un retrato vivo de la actividad especuladora de hace apenas unos años presenta una visión desencantada del momento. Lo peor que te pasó fue descubrir que la democracia acaba con la política. Eso fue lo peor. Aunque sigue quedando la visión de la cultura. Cultura es lo que levanta del suelo la mirada del hombre y lo lleva a descubrir el horizonte, lo que hace que el animal se ponga a caminar a dos patas.
En la orilla
Su libro En la orilla acaba con ese momento de especulación y enriquecimiento rápido. Yo aquí dice el albañil-promotor, sentado bajo el surtidor del aire acondicionado del restaurante, sigo oyendo caer el dinero, y, por eso, ya estoy pidiendo otro whisky. Explica como tiene a veinte trabajadores por cada uno de los cuales recibe una cantidad de la que solo les paga la mitad con lo que cada día recauda grandes sumas de dinero sin hacer nada. Es el proceso del enriquecimiento de la gran expansión de la construcción del Levante español. Y tras la especulación ha llegado el momento duro de la crisis, de la situación de caída económica de golpe, del paro y de la situación dramática `para muchas personas.
La historia de un paisaje junto al mar. Un espacio de Golfos, Aventureros y Especuladores. El mar trae o atrae la basura, aquí se instala lo peor. Desde siempre: charlatanes, trileros, matones. ¿Quién ha vivido nunca a la orilla del mar?, decía, en la orilla han estado siempre las viviendas más miserables, las de pescadores y gentes sin oficio, y, claro, los almacenes de los comerciantes, que no tenían más remedio que estar a pie de negocio, y las fondas y pensiones para marineros y putas. Y la especulación ha cambiado ese borde de mar de forma acelerada construyendo las viviendas de los ricos junto al mismo, ocupando y destruyendo ese paisaje.
Y ahí comienza la descripción de una situación de un pueblo del Levante español donde conviven el especulador, el dueño de un taller de carpintería, ahora arruinado por haber invertido en una promoción fracasada, los trabajadores que ahora van a ser despedidos y a dejar su proyectos vitales a medias, el director de la caja de ahorros que viene de una sucursal de Ciudad Real y los vecinos que van a jugar su partida todas las tardes y observan el devenir de los acontecimientos. Para resistir, para seguir vivo, hace falta una buena dosis de idealismo. Capacidad para mentirse. El hombre que busca empleo se siente humillado. Cuando le echan en cara su incapacidad para asumir un nuevo trabajo, le insultan y le humillan, Hay que tener pocos escrúpulos para decirle esas cosas a un hombre casado y padre de tres hijos, sin conocerlo de nada. Te echan todas tus limitaciones a la cara. ¿Cómo quieren que así reconstruya un hombre, un trabajador, su orgullo? Porque el orgullo suele ser una mercancía extremadamente cara y pasada de moda.
Y así en esa narración se introduce el tiempo, la guerra, los recuerdos y la evolución de las personas. El carpintero le explica: Trabajo con maderas que triplican mi edad y no han renunciado a su tarea, guardan ropa o vajilla, sostienen techos, tienen trescientos años y siguen cumpliendo con su obligación, ¿por qué voy a jubilarme yo a los ochenta si mis materiales resistirán trescientos?. Gentes de tiempos diferentes y clases diferentes. Gente que se cree clase media porque no trabajan con un pico y una pala y son justo la más triste clase baja contemporánea. Sociedades donde conviven gentes de diferentes procedencias, los marroquíes que han trabajado en la construcción y ahora están en el paro, los sudamericanos que cuidan a las personas mayores. Pero se convive gracias a que se echan periódicas capas de olvido sobre las cosas que van pasando, de no ser así, la vida resultaría insoportable. A los ricos les sienta cojonudamente el paso del tiempo, los mete directamente en la historia. Pero para los pobres mejor carecer de biografía; si me apuras mejor carecer de existencia.
La vida de la explosión inmobiliaria, de la riqueza, de la cultura impostada. Beben vinos de pago que se llaman así no porque sean caros, sino porque es la traducción cursi de lo que los franceses llaman cru, finca, propiedad, pago, una palabra medievalizante, hay mucho medieval franquista enquistado en este puto país. Sus hijos-más pastueños aún- llevan bandera española en el llavero y en la pulsera del reloj, y tienen el chiste de negros y moros siempre a punto en la boca, convencidos de que en ese espacio cuartelero está la clase, pobres ignorantes que no se enteran de que ésta es la puerta de entrada de los bufones. Uno no es exactamente lo que come, como dicen los clásicos, sino que uno es, sobre todo, donde come y con quién come.
Tiempo de crisis
El tiempo actual es el tiempo de la crisis, de las carencias y eso es lo que describe con una visión plural y rica la nueva novela de Rafael Chirbes, En la orilla. Una visión que es desgarrada, pero que cómo él comenta es sólo un parte de una realidad mucho más dura, para muchas personas. Pero una visión tan cercana, tan reconocible que nos atrae, porque es un poco nuestra. No sé cómo quedará todo esto, me dijo el bueno de Pedrós, si se saldrá o no de la crisis, pero a ti, Francisco, y a mí, que más nos da. De nuestra crisis ya no se sale, y eso lo sabemos los dos.
Pensaba: soy propietario de mis carencias. Mi única propiedad es lo que me falta. Lo que no soy capaz de alcanzar, lo que he perdido, eso es lo que tengo, lo que es de verdad mío, ése el vacío que soy. Si no sabes dónde vas ningún camino es bueno. La vida humana es el mayor derroche económico de la naturaleza: cuando parece que podrías empezar a sacarle provecho a lo que sabes, te mueres y los que vienen detrás vuelven a empezar de cero… La vida, derroche. El hombre no es nada que no sea la conciencia que tiene de sí mismo, se fabrica a sí mismo. Si no sabes de qué estás compuesto y de qué se compone lo que usas o lo que trasformas con tu trabajo, no eres nada. Mulo de carga. El conocimiento convierte el trabajo en razonable y a ti en un hombre que piensa, hombre es sólo el que piensa.
Una excelente novela para reconocer nuestro tiempo actual y reflexionar sobre lo acontecido en estas últimas décadas y para recordar a uno de los grandes novelistas de nuestros días.
