El Diccionario de la RAE dice que palimpsesto es “Manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente”; “Tablilla antigua en que se podía borrar lo escrito para volver a escribir”. En base a esta definición se habla del palimpsesto de una ciudad refiriéndose a las huellas que van quedando en la misma de otras etapas anteriores y que als nuevas van borrando pero podemos recuperarlas en parte. Una escritura presente en la ciudad, en la imagen de las personas, en un edificio y también en el territorio.
A lo largo de los siglos, el hombre ha ido definiendo elementos que han configurado el territorio y su paisaje. Y uno de los elementos esenciales en la definición de esa escritura sobre el territorio son los caminos. Líneas que comunican ciudades, edificios, parajes o estructuras productivas. Líneas que tienen utilidades diversas: permitir viajar de una a otra ciudad, trasportar el ganado que cambia de localización según las estaciones, llevar el correo y la comunicación entre las personas, permitir intercambios comerciales… Y así a lo largo de los siglos se ha ido configurando una red de comunicaciones, de líneas en el territorio que permiten el acceso a su interior de manera libre para todos. Líneas realizadas por la administración a lo largo de los siglos.
Los mapas, planos y toda la cartografía, especialmente desde el siglo XVI, va dejando constancia de estos trazados. El Plano de España de 1525 o el de Navagero que señala los viajes de Carlos V y el que él mismo realiza en 1526 o los itinerarios de Villuga de 1543 definen recorridos con hitos en estos caminos. El plano de Coqus de 1581 tiene ya una red de comunicaciones importantes que recorren la Península. El plano que el cardenal Portocarrero levanta de sus dominios eclesiásticos define la orografía del terreno y ls comunicaciones que van surcando las diferentes zonas del país. En 1757 Mathias Escrivano realiza el plano de los caminos de ruedas que llegan a Ciudad Real desde Toledo y Madrid. Tomas López en 1781 realiza una cartografía de gran calidad que sitúa las principales poblaciones de Castilla la Nueva. El mapa caminero de la Mancha a finales del siglo XVIII definía ya numerosas comunicaciones ente poblaciones de la provincia de Ciudad Real.
Cartografías que quieren ubicar hechos reales o literarios como la Carta Geográfica de los viajes de don Quixote y sitios de sus aventuras que comprende Castilla-La Nueva, el reyno de Aragón y Cataluña según las observaciones históricas de don Juan Antonio Pellicer. O el que realiza Tomas López sobre el mismo tema. En el siglo XIX aparecen ya numerosos mapas de la Península con los trazados de las carreteras y caminos que van configurando una red densa de líneas sobre el territorio. El mapa de Correos de 1861 señala una utilidad concreta de estos recorridos para comunicar entre sí todos los lugares de España.
Así, a lo largo de los siglos se ha ido conformando una tupida red de carreteras, caminos, cordeles, veredas y cañadas que escriben la historia sobre el territorio. Un palimpsesto de la historia de nuestro país que se borra, se reescribe y deja marcas de cómo ha sido en cada momento. Pero una escritura que en la actualidad define una intensa red de líneas sobre el territorio que constituyen un patrimonio público d primera importancia. Un patrimonio que quiere borrarse en ocasiones con los nuevos desarrollos y, de manera especial, por los nuevos propietarios de grandes zonas que quieren impedir el paso de estas líneas por sus propiedades.
Hay caminos públicos que se cortan, se privatizan y se convierten en partes de una propiedad privada. Pero el palimpsesto que a lo largo de siglos hemos escrito la comunidad en el territorio debe seguir siendo propiedad colectiva porque así se garantizan las comunicaciones, la accesibilidad a todos los espacios del mismo. Las líneas en el territorio son un patrimonio que es necesario conservar, mantener y potenciar en sus usos de comunicaciones, usos turísticos o puramente lúdicos como bien de la comunidad que lo ha construido a lo largo de siglos.