EL BESO Y EL ABRAZO.
Giotto pinta la escena de la traición de Judas a Jesús en el cuadro titulado El beso de Judas. Una escena que ocupará un lugar prioritario en el muro sur de la capilla Scrovegni. La traición de Judas ocurre en el primer término de la composición ante la mirada confundida y dramática de los que asisten al acto. Judas rodea con su manto, de una plasticidad y modelado excelente, y se acerca a Jesús para delatarlo con su beso, mientras éste permanece estático. Las dos figuras se miran fijamente, convirtiéndose este hecho en el que más claramente ilustra el contenido del episodio. Los dos saben que con este beso le está delatando para indicar a quien deben detener. A la izquierda, está Pedro cortándole la oreja a Malco, y los fariseos y soldados con sus armas comienzan el enfrentamiento al fondo y a la derecha.
Un momento de la historia de la detención de Jesús representado en diferentes cuadros, esculturas y pinturas. El evangelio de Mateo y Marcos utilizan una expresión singular para describir el momento. Usan el verbo griego kataphilein, que significa ‘besar tiernamente, intensamente, firmemente, apasionadamente’. Esa misma expresión la utilizó Plutarco para describir el beso que Alejandro Magno le dio a su eunuco y amante Bagoas. No utilizaron el verbo philein: ‘besar’ acto en el que dos amigos se besaban la mano.
La escenografía parecía especialmente preparada para ser el foco de las miradas: un beso apasionado y al día siguiente la propuesta del acuerdo del beso. Demasiada escenificación con un discurso lleno de rencor y odio mientras que en los twits se hablaba de mano tendida. El diálogo es necesario, la expresión de los puntos en común, de los acuerdos parece seguir siendo buena para las necesidades de millones de españoles. Pero el levantarse de la mesa, el excluir a interlocutores, el plantear condiciones radicales en sus contenidos y en sus formas no parece demostrar una real voluntad de diálogo. Estamos más en la escenografía vacua, en el beso de la traición que en la voluntad de sentarse y acordar. Hay demasiado camino que recorrer desde determinadas posiciones para llegar a acuerdos reales y que definan políticas necesarias y posibles.
Por ello yo prefiero el acuerdo del abrazo. Durante los años ochenta, la política cultural española identificará el arte moderno como el espacio donde proyectar la expresividad social ya recuperada de una democracia que debe llevar al entendimiento y el respeto mutuo. En 1976 Juan Genovés pintó El Abrazo como manifiesto de la Junta Democrática para pedir la amnistía de los presos políticos. La nota del Ministerio, redactada por el historiador franquista Ricardo de la Cierva adscrito a UCD, decía que El abrazo suponía el símbolo de nuestra transición hacia la democracia y el ferviente anhelo de la reconciliación definitiva entre las que Antonio Machado denominó las “dos Españas”.
El cuadro se ha llevado al Congreso de los diputados y ahora, como fondo de ruedas de prensa en el Congreso de los Diputados, aparece como nuevo símbolo. Un símbolo del camino de muchos en la búsqueda de un encuentro, de una cercanía sincera y comprensiva. Mejor símbolo del necesario entendimiento y necesario diálogo. El beso me recuerda siempre al de Judas.