Para muchos la democracia parece limitarse al hecho de que los ciudadanos elegimos a nuestros representantes ejerciendo nuestro derecho a votar. Un día, cada cuatro años, podemos depositar libremente nuestra papeleta para decidir quién gobernará en nuestro ayuntamiento, nuestra comunidad autónoma o en el estado español. Es un hecho importante pero no el único que define nuestra democracia.
La democracia debe estar presente en toda actividad pública de muy diversas maneras. Pero hay todavía demasiados comportamientos que parecen alejarse de esta práctica necesaria y que debe regir nuestra actividad común.
Dos actitudes y formas de hacer las cosas que están muy alejados de la práctica democrática:
1. El desarrollo de nuestras Leyes y normas de funcionamiento.
Hace unos meses la presidenta de nuestra región anunciaba entre diversas medidas de gobierno una encaminada a corregir el fracaso escolar. Y hace unas semanas el Consejero concretaba la propuesta con un programa a implantar en el próximo mes de julio con un decreto que determina a quienes va dirigido el programa y cómo se va a realizar. Consultados los claustros de profesores de los centros donde se va a realizar el programa más del 90% de los mismos se oponen al mismo por considerarlo inadecuado. (Ahora se quiere resolver consultando a los padres o llevando el programa a los concertados).
Una muestra de falta de hábitos democráticos y de inteligencia de desarrollo de las cosas. Un proceso como este que implica a un colectivo de profesores, alumnos, padres, en definitiva a la comunidad escolar, no puede surgir de la nada por decreto como últimamente nos tienen muy acostumbrados los dirigentes populares. El proceso democrático normal pide que se dialogue con toda la comunidad, que se escuchen sus opiniones, sus razones antes de elaborar los decretos o hacer anuncios de programas. Probablemente ayudarán a que el resultado final sea mejor y esté más asumido por el conjunto que tiene que llevarlo a cabo. Finalmente, alguien con la legitimidad de haber sido elegido para gobernar tomará la decisión que corresponda y que probablemente no guste a todos. Pero la democracia pide escuchar, exige la participación de la comunidad. No es el ejercicio del pretendido despotismo ilustrado, o del despotismo a secas. Ese es un mal camino y desde luego no es el modo de la democracia.
2. El respeto de las opiniones de los demás.
La base de la democracia es aquello de un hombre un voto. Pero también lo es, como base esencial, el respeto que nos merecen todos los demás. Cualquier opinión, por divergente que sea de la nuestra merece ser expuesta y escuchada. La capacidad de oír, de aprender de los demás seguro que enriquecerá nuestros planteamientos.
Pero al margen de estos planteamientos positivos de convivencia hay una afirmación esencial. El derecho que todos tenemos a que nuestras opiniones sean escuchadas, podamos expresarlas de forma libre y sean respetadas por los demás no es una gracia que el poder nos concede. Ya resulta difícil encontrar, en ocasiones, los cauces para hacer llegar las opiniones plurales a todos los ciudadanos. El respeto a cada persona, en democracia, no se ruega, se exige. Y se exige especialmente a aquellos que ejercen el poder en los diferentes ámbitos en cada momento. La discrepancia de criterios no nos autoriza a llamar nazis o terroristas a aquellos que simplemente tienen otras opiniones diferentes de las nuestras.
Parece que, en el partido en el gobierno, se practica la receta de sus asesores de imagen de atacar a aquel que expone otras ideas con descalificaciones personales, con valoraciones negativas, en algunos casos muy graves como las que he puesto de ejemplo anteriormente. Consignas que se repiten en diferentes escalas en los ámbitos nacional, autonómico o local. Siempre hay diputados, concejales o simples militantes dispuestos a esgrimir el insulto o la descalificación como medio de hacer valer sus propuestas. Frente a la fuerza de la razón, la razón de la fuerza. No hay razones distintas, criterios diferentes que cada uno defiende razonablemente.
No sé si son comportamientos eficaces políticamente, pero son modos radicalmente alejados de los comportamientos democráticos que debemos practicar. La democracia exige caminos de participación, de pluralidad y de respeto mutuo aún a los que piensan de manera radicalmente distinta de nosotros. La educación para la ciudadanía sigue siendo una asignatura pendiente de nuestra democracia.