El glifosato es un herbicida utilizado en agricultura para el control de plantas que compiten con el cultivo.
Recientemente, se ha renovado por cinco años su licencia de uso en la Unión Europea, hasta diciembre de 2022. El acuerdo contó con el voto favorable de 18 Estados miembros (incluidos España, Alemania, Reino Unido, Dinamarca, Holanda), y con el voto en contra de 9 países, entre los que estaban Francia, Austria, Italia y Grecia. Algunos países se abstuvieron, como fue el caso de Portugal.
En la Unión Europea se habla a veces de bloques, países del norte, países del este o países mediterráneos, pero en el caso de las votaciones sobre glifosato no han existido estos bloques geográficos.
El proceso de renovación de glifosato ha hecho aflorar una polaridad acerca de la toma decisiones basadas en estudios científicos, y con el aval de las agencias públicas europeas (Autoridad europea para la seguridad alimentaria –EFSA– y la Agencia europea de los productos químicos –ECHA–), frente a posturas basadas en ideales políticos.
El resultado ha sido que en lugar de los 15 años de renovación que establece la norma como límite máximo permitido, los países hayan optado únicamente por cinco años.
Pero más allá de la escena política, están los agricultores, que son los que al fin y al cabo deciden aplicar el herbicida cuando lo necesitan.
El glifosato es bien conocido entre los agricultores, dado que es una materia activa que lleva más de 40 años empleándose, y desde hace casi dos décadas, libre de patente.
Es un herbicida eficaz, que es capaz de hacer un control sobre especies competidoras de los cultivos, y que en España se emplea fundamentalmente antes de sembrar.
Las plantas absorben el glifosato fundamentalmente a través de sus hojas desde donde se mueve hasta las raíces y otros puntos de crecimiento. Es ahí donde el herbicida actúa, impidiendo la producción de aminoácidos esenciales para el crecimiento de la planta. La forma de actuar del glifosato afecta a las plantas, pero tiene una baja toxicidad en animales.
Integrado en la aplicación de buenas prácticas agrarias, glifosato tiene un papel notable en una agricultura más moderna y capaz de dar respuesta a retos globales.
La agricultura convencional, basada en la labranza del suelo, utiliza pases de varios arados para controlar las hierbas adventicias y preparar el lecho de siembra para el cultivo, tiene externalidades negativas, ya que deja el suelo desnudo desprovisto de protección y vulnerable a la erosión.
Y es precisamente la degradación de los suelos agrarios el principal problema ambiental de España, como lleva años alertando la Comisión Europea.
Frente a este modelo convencional, la Agricultura de Conservación se presenta como un sistema capaz de frenar y revertir esta situación.
En este modelo sostenible se prescinde de las labores del suelo y, en cambio, se mantienen coberturas vegetales que lo protegen, a la vez que lo enriquecen en materia orgánica y en carbono.
Ese carbono que se almacena en el suelo, en forma de CO2, es el que las plantas han capturado de la atmosfera para hacer la fotosíntesis.
Este efecto neutralizador de gases de efecto invernadero han hecho que la Agricultura de Conservación sea reconocida por las Naciones Unidas como una aliada para mitigar y facilitar la adaptación al cambio climático.
Y así lo están demostrando los proyectos europeos LIFE+ ClimAgri, que se está desarrollando además de en España, en Italia, Grecia y Portugal; o el proyecto INSPIA, donde además de en nuestro país, 60 fincas de Francia, Dinamarca y Bélgica están comprometidas con la mejora del medio ambiente.
Estudio
Según un estudio a nivel europeo, gracias a la Agricultura de Conservación se podrían capturar casi 190 millones de toneladas de CO2, lo que supone un 22% del total de emisiones que debe la UE reducir para cumplir el Acuerdo de París sobre el cambio climático.
Es evidente que el cambio en la gestión del suelo también requiere un cambio de tecnología. La Agricultura de Conservación utiliza sembradoras específicas, capaces de plantar en la tierra con cubiertas vegetales, y los numerosos pases de labor se cambian por el uso de coberturas vegetales y productos fitosanitarios para controlar las malezas.
Y es ahí donde su eficacia y su bajo perfil ecotoxicológico, hacen del glifosato una herramienta muy valorada por los agricultores y técnicos.