Justo aquello que menos quería llevarse a una isla desierta la Reina Esmeralda -despechada y hastiada de todo lo que recordase a masculinidad- se lo encuentra. Mira que le encanta hacer planes y que como si se tratara de una pantalla táctil visualizó gracias a su magia y junto a sus hijas, las princesas Rubí y Salmón, el mapa de una idílica islita donde fundar su pequeña República Independiente de Féminas. Pero en su plan a lo Ikea olvidó, por un lado, incorporar el archivo adjunto de una gran lista de arcones repletos de comida, lo que sumió en la desesperación a sus hijas –recreada de forma muy divertida- al escuchar la enumeración de productos que finalmente no habían desembarcado; y, por otro, usar un georádar por si había varones en la costa.
A lo Próspero, generó una tempestad de tal calibre que convirtió en barcos de papel la Armada Invencible en la que viajaban, pero la tierra prometida para sus anhelos de aislarse de la rudeza y aparente insensibilidad masculina se convirtió precisamente en tierra de prometidos.
Pese a que personajes como el menor de los tres leñadores que desde hacía 20 años habitaban la isla, huyendo precisamente del contacto con las mujeres, carecían de todo tipo de datos reales sobre la feminidad –que se correspondía según su padre y la corrobación de su hermano con mujeres-monstruos, con alas de murciélago, capacidades hipnotizadoras y venenosas y piel de anfibio- al final llegó la cobertura con las tres náufragas y las feromonas despertaron la líbido.
El director y autor de ‘La Ternura’, Alfredo Sanzol, construye para generar este encuentro entre hinchas acérrimos de una precaria armonía excluyente del otro sexo una ágil obra, plagada de comicidad, a partir de las comedias de Shakespeare en la que destacan, entre otros aspectos, la estrecha relación con la naturaleza del leñador padre –el marrón- y el apego a la magia de la reina Esmeralda, que aluden a Próspero; los cambios de identidad empleando ropa masculina las mujeres como en ‘Noche de Reyes’; y la lucha de géneros como en ‘Mucho ruido y pocas nueces’.
Ante la inminente guerra de estereotipos entre ambos bandos, con una concordia castrada sustentada en la demonización del sexo contrario, las mujeres deciden vestirse de soldados, que parecen conquistadores de unos leñadores con un punto salvaje, pero en las imaginarias parcelas alambradas por los progenitores de ambas familias, para que no sufran sus hijos tras las malas experiencias anteriores que ellos han pasado, la atracción y el cariño afilan las tijeras del amor que abren huecos y convierten en un coladero de emociones la ya inservible tela metálica de delimitación. Las carencias de abrazos y caricias por parte del padre a sus hijos se percibe en la relación de los leñadores y también se atisba en la princesa Rubí el anhelo de que no se les pase el arroz, algo que no sucederá ya que el leñador verde mar no puede refrenar sus deseos aunque la persona amada lleve barba disfrazada de soldado y al leñador azul cielo le suceda lo mismo con la princesa Salmón pese a que se presente como un bigotudo alférez.
Tronchante está Paco Déniz, de cuyo cuerpo hace uso la reina Esmeralda en su disfraz de leñador verde mar, imitando los ojos abiertos como abismos en las advertencias de la madre a las hijas o los gestos femeninos, cruce de piernas y giros y más giros de la cintura y las muñecas al transmitir sus motivaciones.
Elena González, Natalia Hernández, Javier Lara, Juan Antonio Lumbreras y Eva Trancón completan un gran elenco que saca partido a la diversión de una trama en la que la animia de cariño se va resolviendo con el avance de la ternura, la expresión del amor aunque conlleve dolor y el despertar del volcán dormido de la isla, Requiebro, cuyo humo servirá, así mismo, de antídoto para los efectos del cigarro con hierbas que, a lo Puck en ‘El sueño de una noche de verano’, enamora perdidamente a quien lo aspira de la primera persona que contempla, originándose una disparatada persecución entre amantes imposibles.