El Día Internacional de la Mujer debe celebrarse como “un día de cambio, un día definitivo para la transformación social que ya se inició con la Ilustración”, destacó la directora del Instituto de la Mujer, Araceli Martínez, que acudió a la presentación de ‘Vida e imagen de las mujeres manchegas del siglo XVIII’, de Santiago Donoso, un libro que “nos permite conectar con nuestro pasado para tomar más fuerza a la hora de construir un futuro más justo e igualitario que necesariamente tiene que incorporar el talento, las capacidades e inteligencia de las mujeres que somos la mitad del mundo”.
Aunque como dijo Amelia Valcárcel, “desgraciadamente el feminismo fue la hija bastarda de la Ilustración, la olvidó por completo”, en ese período se iniciaron esenciales motores de cambio que trajeron desarrollo y progreso a la humanidad y que “deben ser extensibles al otro 50 por ciento de la población” ya que aún hoy en día “no siempre ni en todos los lugares” se goza plenamente de los mismos derechos, apreció Martínez, que indicó que el libro de Donoso enseña que “la historia no es, ni mucho menos, lineal. Tiene retrocesos y avances, y el siglo XVIII fue, si bien el sistema patriarcal oprimía a las mujeres, un período mucho más laxo de lo que luego fue el siglo XIX y desde luego la herencia que recibimos hasta bien entrado el siglo XX”.
“Las mujeres, al igual que los hombres, somos las herederas del pasado y es importante conocer cuál ha sido para saber interpretar nuestro presente”, agregó Martínez, que indicó que muchos de los aspectos de la vida cotidiana de las mujeres en el siglo XVIII se corresponden con “cuestiones a las que nos enfrentamos hoy en día”.
Donoso analiza en esta obra, cuya publicación ha respaldado el Instituto de la Mujer, una centuria en la que “hunde” sus raíces la sociedad actual, se dibujan las dos Españas, arranca el proceso de modernización del país e “irrumpe una mentalidad como la Ilustración que llega hasta nuestros días”. Las diversas transformaciones que se producen, cómo son las mentalidades del momento y cómo cambian son estudiadas por Donoso en cuanto a la mujer, pero también en relación con la economía, cultura y arte, así como en otros aspectos como la implantación de medidas sanitarias, el auge de los balnearios o la incorporación de nuevas medidas agrícolas, entre ellas los pueblos de colonización.
A nivel social, entre otros aspectos de la época, se encuentran los divorcios, cuya aprobación se suele asociar al siglo XX con la II República y especialmente los años 80, cuando ya existía una fórmula similar “siglos atrás e incluso los otorgaba la Iglesia”. En algunos casos era la nulidad del matrimonio, con lo que la mujer se podía volver a casar, y en otros casos “una especie de separación”, comentó Donoso, que indicó que en el Archivo Diocesano de Toledo se conservan numerosos expedientes sobre estas cuestiones de pueblos de Ciudad Real, y que se corresponden en un 90 por ciento de las ocasiones con peticiones de las mujeres para no seguir viviendo en una situación de maltrato o violencia.
Un interesante aspecto en relación con la adscripción a un linaje es que “la mujer heredaba el apellido de la madre y el varón el del padre, lo que se perdió en el siglo XVIII por influencia francesa, y por poco en el siglo XIX la mujer pierde su propio apellido”, comentó Donoso que destacó que, por el contrario, otras cuestiones perduran hasta la actualidad como la doble jornada que debe hacer la mujer, trabajando dentro y fuera del hogar. “El varón cuando dejaba de trabajar en el campo se iba a la taberna”, mientras que la mujer, en especial la manchega que iba a recoger aceituna, vendimiar, cuidar de la huerta o el ganado, cuando regresaba tenía que cuidar de “la casa, lavar en una pila o hacer encajes para sacar adelante la familia”, algo que han hecho “nuestras abuelas, bisabuelas y tatarabuelas hasta llegar a las tatarabuelas de nuestras tatarabuelas”.