La fábula del a priori amor perfecto y luego imposible entre Eco y Narciso tiene mucho de comedia con las simpáticas declaraciones y diatribas de los emperifollados pretendientes fallidos de la joven o la ingenua -casi, próxima a lo absurdo, a lo Buster Keaton o mejor a lo Orzowei- entrada en la civilización del ‘salvaje’ mozo llegado desde las montañas donde le tiene retenido su madre Liríope.
Pero también aparecen temas trágicos como el abuso que sufre Liríope y su reclusión en el monte sin que fuera buscada por sus conciudadanos de la Arcadia o el funesto dolor que termina conllevando el amor para la bella tanto en voz como en físico Eco.
Entristece que dos almas que irremediablemente se atraen como las de la desdeñosa Eco, que queda prendida del talle de Narciso, como la del joven recién llegado a la Arcadia, al que le embelesa todo lo nuevo que percibe, terminen separadas, una convertida en aire y otra en flor, ensimismadas, una sin capacidad de nueva respuesta y ‘colgada’ en el último tramo de la alocución que escucha y otra ahogada en el reflejo de su propio yo.
El temor al ratón tiene que ver mucho en espantar el elefántico amor que se presuponía entre ambos por la sobreprotección de Liríope que atiborra a antibióticos a su hijo antes de cualquier dolencia.
Como un potro salvaje está Narciso, interpretado con brío por el valdepeñero Manuel Moya, al aterrizar en el edén de las apariencias que es la baldía y yerma tierra de la Arcadia, cuyo eterno verdor crece, en el montaje dirigido por David Martínez, proyectado en tres pantallas a ojos de los habitantes de un virtual paraíso sensitivo donde precisamente surgen los fallos de conexión y los ensimismamientos que originan el caos entre los amantes.
Con una original partitura envolvente y descriptiva de los acontecimientos compuesta por Irma Catalina Álvarez y que combina música grabada e interpretada en directo por Alba Fresno a la viola de gamba, contribuyendo a acentuar los picos bucólicos y dramáticos de la pieza, la compañía Miseria y Hambre Producciones consigue un montaje dinámico, divertido, a veces ensoñador y casi siempre sugerente con una fusionada estética de entre las nubes, las páginas de un cuento mitológico y el metraje de una película de animación.
La aspereza de telas y ruda primitividad del monte contrasta con la gracilidad de sedas, tules y gasas de la Arcadia en un montaje en el que brilla especialmente con sus desdenes, entrega y cantos Lara Grube como Eco dentro de un elenco muy en forma para el estreno de esta obra de Calderón, muy vigente en relación, por ejemplo, con los reflejos y apariencias que en la actualidad se proyectan en las redes sociales.