Romeo y Julieta son dos seres puros, sin miedo a derribar fronteras, que encuentran en sus miradas y versos la progresión a sus emociones, la brisa propicia para extender sus alas. No tienen miedo a los partes meteorológicos que indican más que posible tormenta. Creen que el amor que los eleva también puede sanar viejas rencillas entre sus familias.
Pero sus yos se ven presos de las circunstancias. Romeo tiene que vengar a su primo Mercutio asesinando a su nuevo pariente, el malas pulgas Teobaldo, y su amada Julieta no tiene ocasión de mostrar ante sus insensibles padres afecto alguno sobre el galán con el que se ha desposado, desterrado a una Mantua donde la peste termina por complicarlo todo.
Las buenas intenciones tratan de hacerse paso en una espiral de complicaciones con un Fray Lorenzo que siempre parece tener un as en la manga para atender la pureza de sentimientos y sortear las dificultades. No obstante, el legado de odio, ayudado por la fatalidad, atrapa a los protagonistas como una red cuando parecía que podrían ponerse a salvo en alta mar.
La compañía catalana Projecte Ingenu apuesta por un montaje muy coral, dinámico y hormonal con protagonistas que se salen de su ser ante el amor y un brío ante afrentas que sólo detienen las cuchilladas. El elenco de nueve intérpretes se divide con las actrices, salvo Romeo, en el bando de los Montesco y los actores como Capuleto con capucha en los rifirrafes callejeros. Ellas acentúan como Mercutio y Benvolio el deje chulesco en la camaradería y la disputa, al tiempo que destacan en los cánticos barrocos de John Downland con los que ambientan la obra, mientras que ellos encarnan papeles femeninos como la estirada Señora Capuleto y una desvivida y al corriente de todo Ama, caracterizada con mucha simpatía por Toni Guillémat, que logra, así mismo, carcajadas cuando se transforma en imagen venerada en el templo de Fray Lorenzo.
También jovial, ‘salá’ y divertida está Roser Tapias como la espléndida Julieta con un amor fervoroso que la puede, la hace levitar y desconcierta por un convincente Romeo, a quien da vida Martí Salvat, y que teme el veredicto de su progenitor, encarnado por Joan Codina que muestra con acierto la temible autoridad del padre Capuleto capaz de echar a la calle a su hija si no atiende a sus consideraciones de casamiento y transita la frontera de lo absurdo en las conversaciones como si esperara a Godot con el despistado Paris.
Escenas corales como la fiesta en casa de los Capuleto, con los invitados por instantes congelados en el baile mientras los amantes se conocen, y las reyertas en las calles de Verona contribuyen a la plasticidad y energía de una producción que emplea con originalidad y eficiencia dos estructuras rectangulares de metal que sirven de mesa, balcón, habitación, altar y hasta de féretro, y a las que se adhieren palos de madera con imanes en los extremos que se toman como armas en las disputas. En el duelo compartido por el trágico final de la pieza, estos listones vuelven a colocarse sobre el metal del ataúd en el que se hallan abrazados los amantes, con la participación del elenco y de un público que ovacionó el montaje representado en La Veleta dentro de la programación de AlmagrOff.