Medio millón de personas ocupaban este sábado el paseo de Gracia al grito de ‘No tinc por’ en una demostración de fuerza frente al terrorismo yihadista, que sacudió hace una semana el corazón de Barcelona. Mientras que las imágenes de la marcha, las flores rojas, amarillas y blancas, las velas, las frases, los recuerdos, se sucedían en todas las cadenas de televisión, en las radios y en los digitales, el Festival Internacional de Teatro Contemporáneo Lazarillo acogía una de las obras más profundas y con más contenido social que ha visto Manzanares en los últimos años.
Sin prejuicios, Nahia Laiz, Pablo Rodríguez y María San Miguel, bajo la dirección de Chani Martín, profundizaron en las sensaciones, los sentimientos y sobre todo el dolor que produce el terrorismo, en las víctimas, pero también en los verdugos. ‘La mirada del otro’ encogió a los espectadores en sus butacas al hablar de los encuentros que mantuvieron en 2011 familias de víctimas con etarras con delitos de sangre desvinculados de la organización. El terrorismo islámico y el terrorismo que desarrolló ETA desde los años 60 tienen muy poco que ver, pero cuando las ideas quedan en un segundo plano y sólo queda la pesadumbre o la rabia, los paralelismos son inevitables.
El interés de un grupo de ex terroristas desvinculados totalmente de la organización en establecer contacto con los damnificados marca el punto de partida. Los encuentros fueron confidenciales, y no conllevaron ningún tipo de contraprestación ni beneficio penitenciario. Siempre fueron con un mediador, que les preparó previamente para el encuentro. Obtener o dar el perdón no fue el objetivo, sino más bien responder preguntas sin respuesta, descubrir las causas, explicar el por qué. La motivación fue caminar hacia la concordia en la sociedad vasca y evitar que se repita algo parecido.
Dos miradas de dolor
Proyecto 43-2 abordó con valentía uno de esos encuentros sin pronunciamientos políticos, con tres sillas y dos mesas en el escenario, nada más. Estibaliz tenía 19 años y un padre, concejal, que confiaba en la palabra. ‘La mirada del otro’ habló del duelo de la víctima, el odio que generó el crimen y cómo cambió su vida. Después de los años, Estibaliz es capaz de mirar a la cara al victimario, preguntarle sus motivaciones y hablarle de su padre.
Del otro lado está Aitor, que entró muy joven en ETA, defendía su tierra, su “paisaje”, su “refugio”, su “escondite” para matar. Impresionante fue la interpretación en escena de la evolución psicológica que experimenta el terrorista tras el “boom”, un disparo sin concesiones, porque “lo ponía en la libreta”, “a cara o cruz”. Pablo Rodríguez se desgarró, quebró su voz y las lágrimas fueron inevitables en el escenario y entre el público.
El terrorismo como un agente que ha quebrado los pueblos, donde también están los que apretaron el gatillo y que después de tanto dolor generado contemplan que no ha servido para nada. Deseo de paz y de segundas oportunidades, de eso habla ‘La mirada del otro’ con teatro social, del que deja huella, del que tras el sonoro aplauso genera un silencio sepulcral.
Probablemente la disposición de las víctimas a entablar un entendimiento con los agresores sea mínima y el arrepentimiento pleno y la desvinculación total con los fines de ETA no sean del todo representativos, pero ‘La mirada del otro’ pone sobre la mesa algunas de las claves imprescindibles para la reparación del daño producido por el terrorismo en la sociedad.