Mercedes Camacho
Almagro
Era la primera vez que Tomás Moro visitaba España y lo hacía, como no podía ser de otra forma, a través del Festival de Almagro. Pues el acierto que supuso el estreno absoluto de Tomás Moro, una utopía -curiosamente coincidiendo con la fecha de su ajusticiamiento en la madrugada del 6 de julio de 1535- hizo que, con el beneplácito del público que agradeció el montaje entre gritos de ‘¡bravo!’, le ha augurado un prometedor futuro.
Siempre es un soplo de aire fresco la posibilidad de ver en Almagro un texto que no se haya representado antes, pero las expectativas se vieron superadas con el planteamiento realizado por la directora británica, aunque afincada en España, Tamzin Townsend, con una historia que comienza y acaba en el mismo lugar, la torre que sirve de prisión a un Moro que, tras haber sido teólogo, poeta y jurista, además de Lord Canciller, renuncia a todo en pro de defender sus ideas y ser fiel a sus principios.
Asimismo, uno de los pilares de este espectáculo, aunque su trabajo ha sido previo al estreno, es el de Ignacio García May que ha hecho una magnífica labor limando lo superficial del texto y ofreciendo una versión bastante limpia, que reduce la obra de cuatro horas a 100 minutos.
Pero, además, hay que reconocerle a García May cómo logra estabilizar en un texto uniforme las distintas autorías que participaron en la composición del texto original -Shakespeare, Anthony Munday, Henry Chettle, Thomas Dekker y Thomas Heywood-.
Con un escenario sobrio, como marca la tendencia actual -acentuada por la crisis económica-, la obra goza de un muy buen planteamiento y se fundamenta la escenografía en las proyecciones que se realizan en el ‘muro’ del fondo del escenario.
Tras arrancar en las horas previas a que Moro sea ejecutado por un delito de alta traición -motivado por la misma causa que luego le valió la canonización, la de no querer apoyar a Enrique VIII en su autoproclamación como Papa y la desvinculación de la iglesia de Roma gracias al “Acta de Supremacía” que Moro se negó a firmar-, la trama desvela mucho más que ese momento puntual y muestra aspectos más desconocidos para la sociedad española sobre una importante parte de la historia británica.
Así, por ejemplo, muestra a un Moro más allá de los conflictos internos propios entre su deber de apoyar al rey y su moral de hacerlo a Dios, aunque eso le cueste la vida; o un Enrique VIII con tantas mujeres porque su única obsesión era tener un varón que fuera heredero legítimo al trono, una legitimidad que a él le había faltado.
Excepcionales José Luis Patiño que da vida y humanidad a Tomás Moro, lo convierte en una persona cercana que, sin pretenderlo, es modelo a imitar -algo especialmente necesario en la sociedad actual- y el de Richard Collins-Moore que es ese historiador encargado de que el público siga el hilo y comprenda planteamientos que podrían pasar
desapercibidos.
También merecen destacar su actuación en este ágil montaje, en el que se puede pasar de la risa al llanto, pasando por la indignación, en cuestión de segundos, de Lola Velaco, Silvia de Pé, Sara Moraleda, Manu Hernández, César Sánchez, Paco Déniz, Chema Rodríguez-Calderón, Jordi Aguilar y Ricardo Cristóbal.
Un verdadero acierto esta coproducción de UNIR Teatro y el Festival de Almagro. Ojalá Tomás Moro siga un largo y fructífero viaje.