Aníbal B. C.
Los alumnos del colegio público Luis Vives de Piedrabuena mantuvieron un encuentro con el octogenario poeta piedrabuenero Nicolás del Hierro, durante el que pudieron intercambiar experiencias y profundizar en toda su obra literaria.
Nicolás del Hierro participó en un encuentro con el alumnado de Educación Infantil y primero y segundo de Primaria y, posteriormente, en otro con los alumnos de tercero, cuarto, quinto y sexto.
El objetivo de esta actividad, explicaron fuentes del colegio Luis Vives, era que los chicos conocieran de cerca a uno de los poetas más relevantes de Castilla-La Mancha que, además, como ellos, nació en su pueblo.
Los alumnos, que previamente a este encuentro trabajaron con sus profesores sobre la vida y obra del poeta, participaron también en el montaje de una exposición en la que se pudieron ver todos sus libros publicados hasta ahora y donde los alumnos colocaron una poesía dedicada a él.
Al acto, junto a Nicolás del Hierro, también acudieron la poetisa Antonia Piqueras y el poeta Francisco Caro. Los alumnos y alumnas recitaron poesías de Nicolás del Hierro, leyeron trabajos sobre él y una carta escrita por una alumna.
Con sólo tres años
Por su parte, Del Hierro leyó varios poemas y contestó a todas las preguntas que le hicieron las alumnas y alumnos, contando muchas anécdotas de su infancia y de su quehacer literario.
Del Hierro recordó como él era un niño prodigio que aprendió a leer con sólo tres años y a los seis ya sabía quebrados.
Sin embargo, recordó a los niños, no pudo ir al colegio, pues como les explicó nació en el año 1934 y su infancia coincidió con la guerra civil española de 1936-1939.
Después, dijo a los alumnos del colegio Luis Vives, “vinieron años muy difíciles y muchos niños y niñas teníamos que ayudar a nuestros padres”.
Él, expuso, a los seis años empezó a ayudar a un tío suyo en un estanco donde vendía sellos y cerillas, a los diez años empezó a trabajar de “botones” en el casino del pueblo, donde también era el encargado de cobrar las partidas de billar.
Como trabajaba allí, indicó a los alumnos, él no tenía que pagar y aprendió a jugar muy bien al billar, lo que le permitió coincidir con un maestro muy joven, recién salido del instituto, que leyó sus primeros versos y le animó a leer y seguir escribiendo poesía. Desde entonces, les dijo, “ya no ha dejado de leer y de escribir”, algo que a sus ochenta y dos años, siguen siendo sus dos grandes pasiones.