¿Hay algo más hermoso que la sonrisa de un niño? Sí, las carcajadas de decenas de ellos riendo con una Caperucita preadolescente y muy azul que nos tranquilizan a quienes amamos el teatro clásico porque demuestran que las futuras generaciones para las artes escénicas ya están garantizadas.
“Me ha gustado mucho”. “Esta parte de Caperucita yo no me la sabía”. “Mamá, ¿volvemos mañana?” Son algunas de las frases que este miércoles se escuchaban a la salida del Teatro Municipal de boca de los niños que abarrotaron este espacio escénico -donde se colgó el cartel de ‘no hay entradas’ y hubo personas que ya no pudieron entrar-.
Y es que la compañía castellanoleonesa Teloncillo Teatro da un nuevo giro de tuerca al cuento popular que Perrault convirtió en libro -y en el que los hermanos Grimm intervinieron para salvar a la abuela y a Caperucita a través del leñador- y muestra una versión muy diferente a la que estamos acostumbrados donde nada es lo que debía ser, o al menos, lo que recoge el libro por el que el lobo se va guiando a lo largo de la historia.
Ya la aparición de una Caperucita preadolescente, vestida de verde y azul, que le dice a su abuela que odia el rojo cuando le explica que le está tejiendo una capucha de ese color, ponen al espectador sobre aviso de que no van a ver nada de lo que esperaban y que si creíamos que todo estaba contado sobre ella y sus relaciones con el lobo, es que estábamos muy equivocados.
De hecho, en esta versión, el auténtico protagonista es el lobo, que no para de preguntarse “¿por qué no me la he comido?” tras cada encuentro que tiene con la adolescente, pero siempre encuentra una respuesta: Nada es como tenía que ser, o al menos como se cuenta en el libro, y si en el primer caso Caperucita no va a casa de su abuelita, en el segundo no lleva una cesta con pasteles y en el tercero no lleva su capa roja.
Una Caperucita imprevista
El pobre lobo, que llega a intentar escapar para marcharse al cuento de Pedro y el lobo para poder comerse al protagonista y calmar su hambre descubre que a veces las cosas no salen como estaba previsto y que lo mejor es adaptarse a las circunstancias antes de empecinarse en seguir caminos cuyo fin puede ser peor que si se cambia de rumbo a tiempo.
Si a eso le sumamos un cazador -que realmente es el padre de Caperucita y al que tampoco le gusta lo que hace-, una abuela que es la auténtica guardiana de los secretos de su nieta y una madre sobre protectora -con su hija y con su marido- los enredos se suceden para delite del pequeño gran público que ocupaba las butacas del Teatro Municipal.
Vestuario sencillo y cercano al público juvenil, en especial el de caperucita, música en directo muy adecuada para subrayar la acción, o un decorado muy original -que sobre la base de un bosque y a partir de piezas que giran construyen la casa de Caperucita y de su abuelita- son algunos de los elementos destacables de este montaje, si bien algunos fallos con la iluminación en las escenas finales restaron algo de brillantez a la puesta en escena ya que el dejar el escenario en negro -pese a que los actores seguían hablando- hizo perder la atención a algunos de los más pequeños que estaban en la sala.
Nuevos espectadores
Tras ver la obra, una sale del espacio escénico con la sensación de no saber si la que acaba de ver será la obra ganadora, pero sí de que es la sociedad la auténtica ganadora al gozar de una nueva generación de público crítico que ama, conoce y siente con el teatro como siempre debió ser, pero que ahora mismo es gracias a una excelente iniciativa de la actual directora del certamen dramático, Natalia Menéndez, quien ya nos ha dejado en legado un nuevo espectador y nuevas creaciones y lenguajes teatrales que enganchan a los más pequeños. Gracias.