“Es mejor que vengas siempre a la misma hora.
Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, yo desde las tres comenzaría a ser feliz.
Conforme avance la hora, más contento me sentiré.
Así descubriré lo que vale la felicidad.”
El Principito.
El FS Valdepeñas juega este sábado a las 18:15. Pero seremos felices todo el día. Y es que el fútbol sala vuelve al Virgen de la Cabeza. Por fin. Por fin volveremos a los rituales de los sábados. A disfrutar de esas pequeñas cosas, que en realidad son grandes, y que nos hacen felices. Volveremos a la Avenida del Sur. A los asientos azules con nuestro número. Al cobijo de la calefacción flotante, que es como el brasero de casa, pero en grande. A escuchar el himno. A soñar. Ha sido mucho tiempo de espera. Más de un mes. Y es que cuando uno, sin saber porque, ni de que manera, acaba siendo aficionado, seguidor o hincha de un equipo, alguien debería darle un manual para aprender a esperar. Porque ser aficionado, seguidor o hincha de un equipo no es tarea fácil. Es vivir esperando. Es esperar. Esperar durante la semana del partido. Esperar que llegue la hora de ir al pabellón. Esperar que acabe el calentamiento. Esperar que acabe el descanso. Y acabado el partido, volver a esperar. Otra semana más. Siempre igual. Siempre esperando.
Ya sabíamos que esta temporada iba a ser dura. Ya sabíamos que la segunda vuelta iba a ser la más dura. Lo sabíamos. Y en Burela se confirmó. Donde, por cierto, al final Valdepeñas no estuvo sola. Fueron pocos los aficionados que se atrevieron. Los más locos de todos los locos. La marea azul, pero en miniatura. Allí se confirmó, si es que era necesario, lo difícil que es todo, lo que cuesta sacar un empate. Pudo ganar cualquiera. Cada uno tuvo sus momentos. Al final no ganó ninguno, pero los dos perdieron un poco.
“Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, ¿quién, quién levantó los olivos? No los levantó la nada, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor. Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, ¿quién amamantó los olivos? Vuestra sangre, vuestra vida…” Así hablaba Miguel Hernández, en Aceituneros, de la gente de Jaén. De sus trabajadores, de los humildes, de los sencillos. De los que usan sus manos para trabajar, para defenderse, para sobrevivir. De la gente de Jaén. Esos aceituneros, podrían ser jienenses de Mengíbar. Podrían ser los futbolistas de Mengíbar que este sábado juegan en Valdepeñas. Orgullosos de lo que son. De lo que representan. Su olivo levantado es su equipo de fútbol sala. A su equipo no lo levantó la nada. Lo levantó su trabajo y su sudor. A su equipo lo amamantaron estos jugadores. Desde abajo. Desde la Segunda B, hasta rozar el play off de ascenso. Esos jugadores le dieron todo al equipo. Y ahora son respetados. Ahora están capacitados para ganar en cualquier pabellón.
Están capacitados por muchas cosas. Porque llevan muchos años jugando juntos. Y eso hace que sea un vestuario de amigos. Y vecinos. Porque se han convertido en un equipo mecánico. Que tiene muy claro a lo que juega. Que es difícil que dude. Porque su entrenador es Javier Garrido, jienense y maestro de educación física, que ya sabe de ascensos a Plata, de ascensos a Segunda. Que propone algo tan sencillo como efectivo. Defensa individual, ataque con pívot y un juego a balón parado muy peligroso, el más efectivo de la categoría. Mengíbar está capacitado para ganar en cualquier pabellón, porque tiene a José López como cierre, a Javi Lizana y Miguel Ureña en las alas, a Fran Peña y Tortu como pivotes. Pero sobre todo, porque tiene a Miguelao. Este ingeniero electrónico es la fantasía. El que juega en color, el que más goles hace sin ser un goleador, el que imagina mientras el resto espera a que pasen las cosas.
Merece la pena detenerse en José López. Un jienense que llega de Jaén. De Fuconsa y de Paraíso Interior. Que acaba de dejar el equipo donde lo vivió todo como futbolista. De jugar en Primera Nacional, de ascender a Plata, de viajar en furgoneta y coches particulares porque no había dinero para autobuses, de disputar play off de ascenso y jugar en Primera. De ganar una Copa de España en el Quijote Arena. La copa de los penaltis con Burela, los de la parada de Gonzalo Ramos. La copa de la eliminación de El Pozo, la de la final ganada al Barcelona, la del trofeo que levantó como capitán, con el 22 a la espalda, toda la vida con el 22. Ese es José López. Y todavía es ambicioso, todavía tiene ilusión. Por eso quiere disfrutar de cada minuto de entrenamiento, de cada minuto de partido. Y aportar su experiencia. Esa es su intención. Así lo hará hasta que la ilusión le deje.
La clasificación se ha convertido en algo parecido a una pelea multitudinaria en un estrecho bar. Una pelea que llega hasta el undécimo clasificado, a tres puntos del play off. Una pelea donde los filiales, que no están para ganarla, y sí para ayudar a decidirla, serían las sillas y las mesas que se lanzan unos a otros. El partido con Mengíbar forma parte de esa pelea. Será duro, más que lo que dice su décimo puesto. Será muy duro, como intentar amasar una piedra. Valdepeñas nunca le ganó. Pero se puede. Porque aunque Mengíbar es capaz de ganar en Barcelona con un solo pívot, también es capaz de empatar con Tenerife. Se puede porque Valdepeñas es Valdepeñas y hace diez partidos que no pierde. Porque Valdepeñas tiene a sus jugadores unidos y comprometidos por un sueño. Porque tiene de su lado al Virgen de la Cabeza. Con ansia de fútbol sala. Con ganas de enloquecer para volver a sentirse vivo. Con la capacidad de hacer que todo parezca posible. De empequeñecer al rival. De sacudirle el alma. Todo para ganar. Y seguir soñando. Ganar y soñar. Que no es poco. Ojalá todo salga bien.
Horarios y clasificación de la 17ª jornada de Segunda División