La Master of Wine Sara Jane Evans y Beth Willard, Global Wine Buyer de Direct Wines, abordaron las últimas tendencias del mercado del vino español, en base a sus experiencias, a la diversidad de clasificaciones y categorías de los caldos, así como a las demandas de los importadores.
Señalaron que los productores han de trabajar de manera conjunta y cercana con los compradores internacionales para fijar los márgenes comerciales y, sobre todo, “hablar con orgullo de sus vinos”.
Según dijeron en una conferencia seguida por numeroso público, los bodegueros españoles “son tímidos” a la hora de comercializar sus productos en mercados exteriores, frente a otras posiciones más desafiantes de vendedores franceses o australianos. “Tienen falta de confianza y un perfil bajo” cuando se enfrentan a las operaciones de venta.
“No sólo hay que hablar de la relación entre precio y calidad, sino de sentirse orgulloso y no tener vergüenza, comunicar las cualidades del producto, decir soy el mejor y cobrar el precio justo”, apuntaron ante un interesado auditorio.
Este reto coincide, según expusieron, con las demandas de los consumidores, que “quieren oir cosas buenas y quieren conocer la relación de los vinos con la historia y el entorno”.
Señalaron que más allá de las variedades de los vinos, hay que apostar por los estilos, porque España tiene un gran potencial de blancos, “donde hay mucho que hacer”, y una posición “excepcional” para los orgánicos.
También comentaron su diversidad de elaboraciones, desde los frescos y afrutados, “con más éxito”, hasta los más rigurosos y fuertes.
Desde el conocidísimo Albariño, pasando por lo caldos de Rueda, Rivera de Duero, La Manchuela, con la uva bobal como emblema, y hasta Valdepeñas, tienen una “gran oportunidad” para ampliar su cartera de clientes, aunque tengan que competir con los vinos de Nueva Zelanda, Australia o de Hungría.
Modas
Las especialistas inglesas, que han acuden a eventos vinícolas y prueban vinos de países de dentro y de fuera de Europa, hablaron además de otra modas como es el uso del vino dulce para cócteles o la elaboración en ánforas o tinajas, emulando los procesos mediterráneos de antaño.
Evans y Willard insistieron en que la pluralidad vinícola nacional tiene que abordar el reto de aunar el legado vinícola con la gastronomía dentro “del gran momento para la cocina española y su cultura” y dentro de una “estrategia global” hacia un enoturismo activo.