Jorge Ureña / Lanza
El año 2011 será tristemente recordado en Ciudad Real. Es el año en el que la ciudad perdió parte de su identidad, se despidió de uno de sus mayores motivos de orgullo, dijo adiós al Balonmano Ciudad Real. Bueno, al menos dijo adiós al equipo de élite, a ese que durante años había lanzado el nombre de la capital manchega a la estratosfera del balonmano mundial. El ídolo emigro.
Después de un verano de culebrón que no merece la pena recordar, Domingo Díaz de Mera tomó la decisión en firme de llevarse la parte de élite del equipo a buscar nuevos vientos a Madrid. En la capital se esperaban más ayudas económicas (públicas y privadas) que las que el equipo había encontrado en tierras manchegas.
Lo hecho, hecho está y ahora sólo queda el recuerdo de una época dorada del deporte ciudarrealeño y una mirada ilusionada hacia un futuro. El debate sobre causas, culpas y demás ya se ha celebrado en cada casa de aficionados y en cada bar de la capital. La mirada atrás conlleva tristeza porque lo que se pierde es mucho. El Ciudad Real no sólo era un enorme equipo de balonmano si no que parecía una metáfora de un puñetazo en la mesa de una capital olvidada por la historia deportiva.
Nombres como Talant Dujshebaev, José Javier Hombrados, Olafur Stefansson, Alberto Entrerríos, Mirza Dzomba… unidos al de Ciudad Real ya para siempre, lanzaron el nombre de estas tierras por el orbe balonmanístico mundial. Ciudad Real será para siempre un nombre ligado al que muchos consideran el mejor equipo del mundo. La estadística está ahí y aunque la historia deportiva es muy larga y grandes equipos la adornan, es innegable que el equipo manchego ha marcado una época. Atrás quedan ahora años de copas de Europa, Ligas Asobal, trofeos menores, récords imposibles… El aficionado mira a aquellos años y la lógica nostalgia aparece. No sería raro que en el recuerdo colectivo, dentro de algunos años, todo aquello aparezca como un sueño.
Pero la ciudad despertó de golpe, como de una pesadilla de verano. Y como en estas calles y estas plazas, en las canchas de los colegios, se respiraba balonmano mucho antes de la élite, el balonmano ha renacido con fuerza queriendo demostrar al mundo del deporte que no todo son títulos continentales.
Así surgió el Caserio que en su primera temporada de existencia se ha aliado con los Marianistas para comenzar un camino que nadie sabe dónde llegará pero que ha empezado de manera impresionante en un regreso a los orígenes espectacular. El equipo revive los colores de antaño y el mismo escenario, el Príncipe Felipe, que viera a aquel Caserío Vigón, ve ahora a este con las gradas llenas de una ilusión dificilmente comprensible para los que ven el fenómeno desde lejos.
Un adiós para una época que abre la puerta de las nuevas ilusiones en el renacer del balonmano manchego.