Plaza de toros de La Solana. Casi media plaza.
Se lidiaron seis ejemplares de toros de Toros del Ojailén. Bien presentados de pitones aunque faltos de remate en carnes. Manejables primero, tercero, quinto y sexto, que resultó el mejor; rajado el segundo, sin clase ni entrega el cuarto.
Emilio Huertas, que actuaba en solitario: Oreja, silencio, dos orejas, silencio, silencio y dos orejas.
Emilio Huertas salió a hombros. Actuaron como sobresalientes Caro Gil y Antonio Pérez. Saludó tras banderillear en el segundo Ángel Otero.
Atrevida apuesta la que afrontó Emilio Huertas al encerrarse con seis toros en La Solana. Y de agradecer, pues la preparación ya de por sí intensa que lleva a cabo este torero ciudarrealeño, se ha agudizado en los últimos meses.
Sin embargo, la tarde resultó, por momentos, demasiado tediosa. En primer lugar porque el festejo dio comienzo a las siete y cuarto, es decir, con quince minutos de retraso, a lo que hay que añadir veinticinco minutos entre el tercero y cuarto toro, lapso en el que Emilio cambió el terno gris perla y oro por otro azul marino y oro con el que tomó la alternativa. Para que se hagan una idea, el cuarto toro, es decir, el ecuador de la corrida, saltó al ruedo a las nueve menos cuarto.
En cuanto a lo acontecido en la arena, diremos que faltó material bovino de entidad. No en cuanto a pitones, que los hubo, sino a pujanza. Tan solo primero y tercero resultaron manejables, junto al noble quinto, que hizo albergar esperanzas en los dos primeros tercios pero que se vino abajo tras las cuatro primeras tandas, dejándonos con las ganas de ver más y mejor.
Emilio Huertas anduvo aparentemente tranquilo y solvente, aunque sin poder bajar la mano y apretar de verdad a sus oponentes, apuntando pero sin poder disparar verdaderamente. Tan solo en el sexto, el menos ofensivo de pitones, pudimos atisbar una fase inicial de faena en la que sí hubo mando, longitud y limpieza, hasta que el toro se fue dirigiendo, irremisiblemente, a tablas, desluciendo el trasteo y abocándolo a la cuesta abajo.
Con la espada anduvo desigual, recetando el mejor espadazo de la tarde al sexto.
El momento curioso del festejo tuvo lugar en el quinto, toro banderilleado en exclusiva por Ángel Otero con más ruido que nueces, pues si aunque sí hubo preparación, vistosidad y predisposición positiva por parte de tendidos y el propio torero, no consiguió tanto acierto a la hora de clavar los rehiletes.
Compromiso saldado con solvencia, pero sin el éxito rotundo que tanto anhelábamos todos.