La corrida de ayer estuvo protagonizada por tres toreros; bueno, dos toreros, y un hombre de luces que lleva paseándose por España vestido de torero varios años sin cosechar méritos taurinos para ello. Su nombre: Francisco Rivera Ordóñez. Pero como no creo que se merezca que comencemos con él, dejémosle para el final.
Miguel Ángel Perera demostró, una tarde más, que es uno de los mejores matadores del escalafón actual, gustos aparte.
La corrida de La Palmosilla, de justicia es reconocerlo, tuvo una calidad sobresaliente y fuerzas no sabradas. Cuarto y quinto resultaron más deslucidos. El segundo fue bueno, encastado, pero se encontró delante con un torero de muleta rastrera y sutil, que embelesa a los toros y hace que éstos persigan su tela hasta más allá de su cadera, y con ajuste. Además, su torería es serena y pausada, sin gesto alguno de cara a la galería. A cámara lenta llegó a torear por momentos a yer al segundo de la tarde. Magnífico. Así estuvo ayer Perera en Ciudad Real. Marcando las diferencias.
La lástima fue que en su segundo resultó arrollado por el desorden ocasionado en el ruedo al derribar el toro al caballo de su picador, levantándose con dificultad para respirar, por lo que fue llevado a la enfermería.
Cayetano se justificó en Ciudad Real. Se trata de una tauromaquia distinta, pero también atractiva, aunque se trata, en general, de un torero mucho más irregular que el extremeño. Sus dos faenas no fueron redondas ni homogéneas. No obstante, sí hubo momentos de gran elegancia y torería. Sobresalió el muy torero inicio de faena a su primero, al que luego condujo por abajo, y una tanda por cada pitón al que cerraba plaza, de una plasticidad ciertamente interesante. También hubo, y no es malo reseñarlo, algún que otro mantazo en la fase final del trasteo.
Lo de Rivera Ordóñez es vergonzoso. Alguien podrá decir que no estuvo mal en su primero, y en algún momento así fue. Aunque claro, si tenemos en cuenta la bondad y calidad de su oponente, un toro para disfrutar y hacer disfrutar toreando, su mérito queda más que en entredicho. Pero lo peor llegó en su segundo, toro al que banderilleó, mal, por cierto. El mayor de los Rivera anduvo al hilo del pitón, citando por fuera, sin alma, y con una actitud de desgana preocupante; preocupante para el aficionado que tiene que tragárselo para poder ver a otros toreros de interés que le acompañen en el cartel, porque a él parece no importarle. En caso contrario, se habría tomado un conveniente descanso. Cómo sería la cosa, que hasta el muy benévolo público de Ciudad Real le pitó mientras estaba toreando. Para pensárselo.
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