A poco que rebusques en las páginas de los diarios de internet llamados “más de izquierdas”, comprobarás que la muerte de Basilio Martín Patino (Salamanca, 1930) ha sido tan silenciosa como su enfermedad; que hay otras cosas que empujan por ir en titulares, que la memoria es débil y hay poco tiempo para recordar. Y observarás que diarios como ABC, El Mundo o El País (que cada cual los sitúe donde quiera) han recogido el fallecimiento del cineasta, víctima de una enfermedad degenerativa que sólo acabando con su vida ha conseguido acabar con su inquietud por esta España nuestra, que diría Cecilia.
Uno se imagina que quienes han pasado página sobre su muerte tendrán en la cabeza al menos parte de su vida como director de cine, productor o estudioso de nuestra historia reciente, incluso la inmediata del 15M. Seremos muchos los ciudadanos que comprendimos delante de la pantalla del cine Infantas de Madrid (hoy convertido en supermercado, así es la vida) que aquella película de “Canciones para después de una guerra” se había colado en la historia negra y, con luces grises y el color de nuestros cantantes más entrañables, burlaba al dictador aún vivo cuando la terminó y a sus futuros herederos, aunque no se estrenase hasta 1976 entre ruido y amenazas.
A Martín Patino le costó recopilar nuestra historia para zurcirla en sus películas, que ahora llamaríamos documentales si no se hubieran elevado por encima de lo testimonial, si no hubieran sido siempre monumentos a la libertad en imágenes, frente a las cruces del fascismo franquista, utilizando sus propias imágenes para que se salvasen de la censura. No menos le costó a su hermano José María (jesuita, fallecido en 2015) ir haciendo hueco en la carcunda eclesial española para que esa ahora denostada transición pudiera asentarse desde el campo de las creencias, siempre con la bendición de Tarancón, tantas veces a riesgo de acabar los dos una noche contra la pared de un callejón.
Basilio Martín Patino lanzó “Canciones para después de una guerra” contra la pantalla con su parsimonia casi clerical y nos hizo pensar que, a lo mejor, era cierto que era posible llegar a la luz desde las cavernas con imaginación y lucha, que el hierro no es irreductible y que seguíamos vivos. Años antes, “Nueve cartas a Berta” empezó a dibujar un hilo de verdad (verdad de verdad) que llegó poco a poco hasta su último trabajo sobre el 15M. Sin pensarlo, Martín Patino trazó el puente más sólido posible desde la dictadura hasta nuestro país más reciente y políticamente importante: Desde la posibilidad de vencer la represión hasta la necesidad de buscar alternativas a la modorra democrática.
No pensaba el cineasta en un 15M, si no lo consideraba imaginable aquella mañana de abril en su casa de la calle Factor, en Madrid, recién estrenada su “Canciones”. La luz llegaba reflejada hasta la terraza desde las estatuas del cercano Palacio Real y, casi al contraluz, se adivinaba su sonrisa cuando le preguntábamos si aquel mueble bar enorme y policromado era, realmente, un confesionario. Para confirmar lo evidente trazó el triángulo que define nuestra historia: El Palacio Real, casi enfrente, la iglesia, repintada y llena de licor, y una película para hablar del miedo sin citarlo.
No salió bien aquella entrevista de 1976. Fuimos a hablar con un cineasta y encontramos un historiador rebelde. Hablamos de la postguerra, del núcleo de su película y las dificultades para estrenarla. Grabada quedó su voz y su idea: “La historia nunca se borra aunque la silencien”.
(*) Aurelio Romero Serrano (Ciudad Real, 1951) es periodista y escritor; ha publicado dos libros de poemas (“Siempre hay alguien” y “Nómada”) y la novela “Si pudiese hablar de ti”, basada en la guerra civil y post guerra en las provincias de Ciudad Real y Córdoba.