En Galicia, el gobierno presidido por un socialista hace unos años tardó casi tres meses en encontrar el candidato más idóneo para dirigir el Instituto de Nanotecnología que la Unión Europea decidió crear en la Región Especial Galicia / Norte de Portugal. Era un reto que la Xunta y el Gobierno portugués se tomaron con esmero y cuidado porque de la elección de la persona iba a depender el volumen del proyecto y su trascendencia para el mundo de la investigación y sus aplicaciones en el progreso de la sociedad. Que existan cada vez más centros de investigación de este tipo, casi cuarenta años después de que se iniciase hablar del “nano” y sus implicaciones, no ha restado importancia a cada una de esas nuevas inversiones en nuevos centros. Por el contrario, dan fe de la importancia que los gobiernos de todo el mundo les concede, aunque a los ciudadanos de a pie los conceptos nos resulten algo confusos.
Todo lo anterior tiene una estrecha relación con la inteligencia humana, con la responsabilidad y con la incontinencia verbal o el desequilibrio fanático de las personas; tiene que ver con la naturaleza cuando se equivoca y, durante la gestación, favorece el crecimiento de la lengua en vez del desarrollo de la inteligencia del nonato.
Suena increíble, pero cuesta creer que, en plena campaña electoral de Catalunya, a poco más de una semana de las votaciones, el director del Instituto Catalán de Nanotecnología haya encontrado en su cerebro frases que ahora llamamos homófobas contra un candidato de un partido político pero que han perdido la fortaleza de otras palabras como “infamia”, “insulto”… Frases que indignan al leerlas, incluso cuando tras el insulto se envían otras nuevas palabras de disculpa, porque, como dice Juan Cruz, cuando alguien señala con el dedo la flecha ya está atravesando el espacio. Frases difíciles de comprender en una persona responsable de dirigir un Instituto científico de alto nivel y que no es capaz de diferenciar entre rechazo político, discrepancia e insulto personal; porque el insulto político no existe.
Es imposible comprender sus frases, achacarlas a la tensión del “tema catalán” o al impulso interno del “procès”; a la irracionalidad en definitiva de mentes supuestamente racionales, al margen de su ideología, de sus particulares ideas sobre el avance de la sociedad o de sus creencias religiosas. A todo ello estamos acostumbrados.
El director del Instituto Catalán de Nanotecnología no era el más indicado para hacer acopio de insultos contra un candidato que evidentemente no es de su gusto. Su renuncia al cargo ratifica el error de su presencia en ese Instituto, el error de la pasión partidaria sin freno y el error de quienes depositaron sobre su escasa inteligencia la responsabilidad de la investigación y la importancia de la prudencia.
Cese sin esperar al escándalo
No basta, no, con su dimisión. Hubiera sido más ejemplar que se hubiese producido su cese sin esperar al escándalo, así al menos hubiera salido con una pizca más de dignidad. Su error no es pensar cómo piensa. El grave error es que quienes le designaron y no hayan puesto su cabeza política al paso de la flecha de la verguenza de la que hablaba Juan Cruz en su artículo. Ya es suficiente difícil convivir con quienes consideran la homosexualidad como una enfermedad vieja para la que se debe recurrir de nuevo al electro-shock o la marginación, o a cárceles que oculten el vicio nefando. No era menester que a la ignominia oficial se sumasen cabezas de gorgonas llenas de lenguas dispuestas a envenenar la convivencia, más si cabe en el caso de Catalunya en estas fechas.
Es de esperar que las elecciones pasen, que el nuevo gobierno de la Generalitat tenga más acierto con la inteligencia al frente de la ciencia y que algunas bocas, como las del científico de referencia o la del periodista Arcadi Espada, tengan las prudencia de no morderse su propia lengua. Es posible que ambos y oros muchos no hayan descubierto para qué sirve o no ese instrumento, la lengua, que la naturaleza nos ha colocado entre los dientes. Sobre todo para hablar. Pero a veces el veneno es implacable con el cuerpo propio.
(*) Aurelio Romero Serrano (Ciudad Real, 1951) es periodista y escritor.