Ya lo adelantaba al visitar no hace muchos días el alcubillano Castillo de Alcobela. Me quedé por este Campo de Montiel y conocí el Castillo de Paterno notablemente restaurado, felicitando por ello a sus “benefactores”, ubicado al pie mismo del actual burgo y tomando nombre, a tenor de los documentos que lo atestiguan, de poblaciones romanas que por aquí se establecieron como Paternina o Puente de la Hornilla, de cuyas urbes todavía abundan los vestigios, junto a las que pasaba el luego conocido como Camino Real de Andalucía, y otrora denominada Vía Hercúlea. Como digo, por estos lares sobre los que hoy se levanta el asentamiento de Albaladejo, en otras calendas “Alvaladieio”, “Albaladexo de los Freires”, -por cuando fue propiedad de la religioso y militar orden de caballería de Santiago-, tomando el topónimo del árabe “albalá”, -camino o próximo al camino-, y que allá por el siglo XIII era conocido más bien como Casteiio de Paterno, se levanta esta fortaleza que otros llaman de San Isidro.
El origen
Erguido sobre una suave meseta junto al mismo pueblo, como antes reseñaba, el Castillo de Paterno es de origen romano, -anterior al menos al ya referido siglo XIII-, conquistado más tarde por los árabes y reconquistado en su tiempo por los caballeros santiaguistas. Hubo de deber su primacía, -superioridad que tiene algún elemento sobre el resto de los de su especie-, al pleito que mantuvo con el Concejo de Alcaraz, -en cuyas proximidades están estos parajes y al que pertenecían-, siendo a su término, o resolución, con resultado favorable para los mitad frailes y mitad guerreros de la Orden de Santiago, cuando dichos caballeros se empeñan en recomponer el Castillo, -ya en el siglo XIII-, como delatan algunos de sus restos, y afincar la repoblación del territorio, que no cuajaría, -como diría mi buena amiga María del Carmen Espadas-, hasta ya en el siglo XV, por cuando se concede a sus moradores la explotación de la dehesa boyal correspondiente. Por entonces, tiempos en los que Albaladejo llegó a tener guarnición militar, el lugar dependía de la próxima, -ya en Andalucía-, Segura de la Sierra, en la provincia de Jaén, siendo en la segunda mitad del siglo XVI, -año de 1566-, y al tiempo que la aldea pasa a ser villa, cuando el Castillo de Paterno, -por entonces, que no ahora-, pierde su interés a pesar de ser el único ejemplo de arquitectura militar, fin primordial para el que fue construido.
La fortaleza
Protegida, ya desde hace varias décadas, por la Declaración genérica del Decreto de veintidós de abril de 1949 y la ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español, hasta cuatro periodos de tiempo bien distintos se pueden a mi juicio delimitar al hablar, o escribir, que lo mismo da que da lo mismo, sobre la que de acuerdo con el texto que se recoge en las Relaciones Topográficas redactadas durante el reinado de Felipe II, se define como Torre más que como Castillo, -éste de Paterno-, para almacenamiento de pan y vino procedentes de los correspondientes diezmos, o diez por ciento del valor de ciertas mercancías que había de pagarse al rey. En este mismo documento se hace mención de una visita realizada por el Comendador de la Orden de Santiago a la fortaleza, -aún debía estar ocupada-, en los albores del siglo XVI, destacando en sus notas la antigüedad del Castillo y su buen estado de conservación, así como la precisión de que por no tener armas, comenzaba a carecer de valor militar alguno. Los cuatro tiempos a que hacía referencia bien los definiría como un pasado glorioso, en su época de máxima utilidad; un pretérito más reciente, cuando se encontraba el edificio en estado de una preocupante ruina progresiva; un presente festivo y jovial como el que luce actualmente, y un futuro que le deseo largo y espléndido, albergando las actividades para las que hoy está convenientemente diseñado, pero nunca más el deterioro y la ruina.
Centrándonos ya en la estructura física de la fortaleza de Paterno comenzaremos diciendo que, -casi como un calco de la de Alcobela-, era de pequeñas dimensiones, poco menos que sobrepasando los treinta metros de largo, y no llegando a los quince de ancho, que sobre planta de geometría rectangular le concedían una superficie de casi cuatrocientos veinte metros cuadrados, a los que en su momento habrían de añadirse los demarcados por la correspondiente Barbacana, -u obra de defensa avanzada y exenta de la fortaleza-, hoy totalmente desparapetada, al igual que otros elementos del Castillo.
En lo que a su interior se refiere, hay huellas físicas y gráficas que nos confirman que constaba de una gran nave de unos veintiocho metros de longitud y aproximadamente cinco de altura, que albergaba sótano y piso principal, y estaba coronada por extraordinaria terraza defensiva que entre otras cosas servía para disfrutar de inmejorables vistas del entorno. Adosadas tuvo dos torres rectangulares en su planta y alzado, -una maciza y otra hueca-, con una habitación la segunda a la altura del recinto principal. También se encontraba en esta torre la puerta de acceso a la fortaleza. Con el tiempo desapareció su zona central y hoy luce, -conservando parte de su fábrica de mampostería y sillares-, cual hermoso auditorio descubierto para uso público dotado de escenario, plaza y mirador, en su interior, y hermosos jardines en la parte externa.
Servidor deja estos lares de Albaladejo, -patria chica, entre otros, del sacerdote don José Ballesteros Estero, que muchos recordamos con cariño y a la vez con respeto-, al tiempo que traigo a mi memoria los versos de don Jorge Manrique, que por estas tierras debió de campear, dedicados a la muerte de su padre, don Rodrigo, y afirmo con él que no siempre todo tiempo pasado hubo de ser mejor, al menos para este Castillo de Paterno, -o de San Isidro-, para los que así lo prefieran, al tiempo que ya tramo nuevas aventuras por entre castillos, fortificaciones y otros recintos fortificados de nuestra provincia.