¿Cómo es posible que una obra de tres horas en alemán mantenga a espectadores de todas las edades con la sonrisa en los labios todo ese tiempo? ¿Qué tienen que ver el Despacito o Los pajaritos de María Jesús con un texto de Shakespeare? ¿Y otros temas como Corazón Partío, Love me tender, More than words, Only You, Everything I do o Will always love you?
Se trata de preguntas que sólo tienen respuesta para quienes el viernes asistieron al estreno fuera de Alemania de la producción que han hecho el Teatro Nacional Alemán, la Orquesta Estatal de Weimar y el Teatro del Estado de Turingia del texto de Shakespeare Sueño de una noche de verano y que dirige con curioso acierto Jan Neumann.
En una abarrotada Antigua Universidad Renacentista de Almagro (AUREA) -y es de destacar porque se trata de uno de los espacios escénicos más grandes junto al Hospital de San Juan- los alemanes ya comenzaron la obra jugando con el espectador en una clara declaración de intenciones que a nadie llevó a engaño.
Cómplices desde el humor
El personaje de Puck, que en esta versión de Sueño de una noche de verano adquiere un protagonismo aún mayor y el público se lo recompensó con una de las ovaciones más largas, ya juega con el espectador desde que éste va tomando asiento, antes del inicio de la obra, y lo continúa haciendo cuando esta comienza y empieza a hablar en alemán -sin activar los sobretítulos- lo que le obliga a pedir un traductor.
Y ese sencillo juego inicial es el que revela la forma en la que Puck no dejará de divertirse con nosotros durante todo el montaje, a veces de forma más intencionada y a veces menos, pero sin abandonar apenas la escena en los casi 180 minutos que dura el montaje.
A partir de ese momento la propuesta que ha presentado el Teatro Nacional Alemán demuestra su acierto desde la parte técnica hasta la actoral, pasando por la dirección, haciendo al espectador cómplice gracias a un humor en el que no faltan guiños y referencias a la cultura española y que rompe las barreras del lenguaje, provocándole un viaje por estados oníricos de los que, a juzgar por la ovación final en pie, no quiere despertar.
Un continuo juego con el público, el amor, el sueño y el teatro
Y es que si Puck juega con el espectador, no lo hace menos el director, quien introduce el teatro dentro del teatro hasta en dos ocasiones: no sólo se puede ver la obra que los artesanos -en este caso técnicos del espectáculo- representan ante el Duque narrando las desventuras de Píramo y Tisbe, sino que los propios protagonistas del sueño son un grupo de actores que se enfrentan a una primera lectura del texto.
Durante tres horas en las que aparecen referencias a temas de actualidad como el feminismo o el patriarcado en este original Sueño de una noche de verano, la frontera entre lo real y lo onírico, entre la vida y la fantasía, la marcan una mágica música y un original vestuario de Nini von Selzam, sin olvidar el trabajo de Jörg Hammerschmidt con una iluminación de importantes contrastes que, además de reforzar la estructura dramática, permite transportar al espectador desde Atenas hasta un bosque encantado.
Mención especial merece también la escenografía de Oliver Helf que, fundamentada en distintas capas de tela, permite al espectador ir penetrando poco a poco en las zonas más profundas del escenario al mismo tiempo que lo hace en las emociones de los personajes que lo ocupan. Y todo ello arropado con elementos tan puramente teatrales -por los que no pasa el tiempo- como, por ejemplo, las máquinas de humo o las planchas de metal para simular una tormenta.
Actores que conectan con el público
Entre los actores, si bien se trata de un trabajo muy coral en el que cada uno constituye una pieza indispensable de un fantástico engranaje, cabe destacar la fuerza de Oberón, al que da vida Sebastian Kowski; así como el argentino Nahuel Häfliger que se convierte en el mejor nexo de unión con el espectador, o Fridolin Sandmeyer que consigue la plena implicación de la platea.
Un nexo que se establece casi desde el principio gracias a la ruptura de la barrera idiomática que, insisto, se produce a través del humor, aunque a veces sea de forma algo forzada y simple, pero es más que probable que Shakespeare lo hubiera aprobado porque se consigue el fin perseguido por el teatro: conectar con las emociones del espectador.
En definitiva, se trata de una obra de calidad -algo que el público agradeció con una gran ovación y que hizo salir en varias ocasiones a los actores- que no deberían perderse si tienen la oportunidad de verla porque es un regalo de esos que sólo se ven en Almagro como lo demuestra que, incluso, tampoco quisiera perdérsela el actor español Carmelo Gómez.