Vivir en Ciudad Real tiene muchas ventajas: servicios, tranquilidad, comunicaciones, etc. También hay otros muchos aspectos mejorables: organización del tráfico, cuidado del entorno, accesibilidad, oportunidades laborales y creación de mayor tejido industrial, etc…
Pero no es este el tema sobre el que quiero ahondar en este escrito. Es algo mucho más del día a día, digamos más mundano y “terrenal”. Los que habiten en el Parque Juan Pablo II de la ciudad, y más concretamente, los “vecinos” del “pipi-can” que allí se encuentra, lo entenderán de inmediato. El término “pipi can” tiene unas connotaciones simpáticas. Ese lugar acotado y seguro de esparcimiento para nuestras queridas mascotas (las pobres, no tienen culpa de nada). Allí retozan, se socializan, ladran, escarban y levantan arena por doquier, … y claro, también hacen sus “cosas”. En el 95% de las ocasiones, esas “cositas” quedan allí plantadas, sin que los dueños se molesten en retirarlas. De nada valen los esfuerzos de los equipos de limpieza del Ayuntamiento. Siempre puede disfrutarse de un espacio de arena, con una bonita empalizada, salpicado de las deposiciones de nuestros amigos caninos. De esta manera, el “pipi-can” pasa a ser más bien un molesto “cagadero de perros”, sin eufemismo alguno que valga.
Y todo eso conlleva una serie de graves molestias para los sufridos vecinos que deben convivir a diario con ladridos intempestivos, olores, deterioro de las condiciones sanitarias, etc… Y en estas épocas de calor, con las ventanas abiertas, les aseguro que no es plato de gusto encontrarte este paisaje a escasos metros de tu puerta, en un parque que se supone debe garantizar un entorno de disfrute para todos los ciudadanos.
Teníamos confianza en los nuevos responsables municipales (ya no tan nuevos). Pero tras reuniones, escritos y diversas reclamaciones de los vecinos y comunidades afectadas, nos vamos encontrando con la misma respuesta: buenas palabras, comprensión, y finalmente, la palmadita en la espalda como quien dice: “tienes razón, pero ya sabes, a ser fuerte” (esto último me suena de algo). De nada sirve que se incremente la limpieza. Siempre nos encontraremos “regalitos”. Y eso, les aseguro, que no se descuenta del IBI anual ni te exonera del recibo de recogida de basuras. Cuando comentas con los operarios de limpieza la situación tampoco ellos se explican cómo es posible mantener este emplazamiento. Pero ellos son trabajadores, no toman decisiones.
Y claro, finalmente, sólo cabe la indignación y la creencia de que algunos ciudadanos debemos ser de segunda, con menos derechos que los demás a disfrutar de un entorno libre de todas estas circunstancias. El colmo llega cuando algún responsable del Ayuntamiento que se deja caer por allí, achaca los malos olores a los “durillos” que circundan el pipi-can. Es lo último que te puedes esperar, echar la culpa a los sufridos “Viburnum tinus”. Y se queda tan ancho. Como si no supiéramos discernir cuando huele a “mier…” de otro tipo de esencias. Tal vez deberíamos ser benévolos y achacar esa “peregrina interpretación” a una anosmia temporal y selectiva del sufrido servidor municipal. Quizá se nos sugiera en una próxima ocasión, alguna mascarilla o que no abramos las ventanas, o que no miremos y no seamos tan tiquismiquis… quién sabe (está muy de moda dar consejos como “abanicos de papel” para la ola de calor en las aulas…)
No estamos en contra de la existencia de estos espacios para nuestras mascotas. Lo que no tiene lógica alguna es que se ubiquen en lugares como el elegido en este parque
Por todo ello, volvemos a reiterar la petición al Ayuntamiento de Ciudad Real, esta vez a través de la prensa, para resolver definitivamente esta situación. No estamos en contra de la existencia de estos espacios para nuestras mascotas. Lo que no tiene lógica alguna es que se ubiquen en lugares como el elegido en este parque. Seguro que es posible instalarlos en otras zonas menos conflictivas, con la oportuna distancia de zonas habitadas y así respetar los derechos de todos los ciudadanos (y también de las mascotas).
Ya no tienen cabida más demoras ni buenas palabras. Exigimos un cambio de ubicación de este “pipi-can”. Lo hemos “disfrutado” ya unos cuantos años. Se nos ocurren otras muchas zonas donde trasladarlo (alguno podría señalar espacios cercanos a viviendas de políticos), pero ese no es nuestro trabajo y tampoco deseamos el mal ajeno. Sólo insistimos, por enésima vez, en la necesidad de su retirada inmediata. No nos importaría una plantación sustitutiva de durillos o laurel salvaje (podríamos con ello) o una rosaleda bien frondosa. Sería lo suyo, para compensar. Eso, y un llamamiento a todos los ciudadanos para ser responsables y recoger las deposiciones caninas en cualquier lugar en las que se produzcan.
Al final, la mayor parte de los problemas se resuelven con lógica, buena voluntad y educación.
