El territorio es una realidad neutra definida desde la geometría, desde la geografía y la geología. El paisaje se formaliza necesariamente sobre un espacio territorial, pero no es el territorio. El paisaje es la forma de ese territorio y sus contenidos culturales. Y por ello el conocimiento de la cultura material del mismo es una excelente pista para conocer los paisajes culturales de otros momentos. Paisajes que tienen historia porque han evolucionado con el paso del tiempo y porque los percibimos desde nuestra mentalidad cultural y social. Desde nuestra visión humana, percibimos la realidad de un paisaje cultural, de un territorio conformado y trasformado por el hombre a lo largo de los siglos.
En Toledo, en el Museo de Santa cruz se ha inaugurado una exposición titulada “El territorio de la Vega Baja”. Una exposición que presenta una espléndida colección de piezas arqueológicas de época romana, visigoda e islámica que no son solamente piezas materiales, sino los testigos de diez siglos de historia de ese territorio. La Vega Baja de Toledo es el amplio territorio que se sitúa al norte de la ciudad histórica construida sobre la colina y que tiene el río Tajo como borde en su margen izquierdo. Este amplio espacio ha estado ocupado en distintos momentos históricos con actividades diversas que han dejado huellas de su presencia. De época romana queda un espléndido circo del siglo I y durante la construcción de la Fábrica de Armas se encontró un mosaico que nos habla de la presencia de villas residenciales. Piezas elaboradas con precisión y cuidado como el marfil de Hipólito hablan de una actividad económica floreciente y de la vida de los nobles en ese lugar de uso lúdico. Mosaicos de grandes dimensiones con escenas marinas que nos dan idea de los referentes de los nobles y sus villas en este espacio de entrada a la ciudad de Toledo en ese momento. Con las excavaciones actualmente en curso, podemos afirmar que la ciudad visigoda capital del reino en España estuvo situada en la Vega Baja donde, poco a poco, el yacimiento arqueológico va dejando en evidencia la estructura de la ciudad que se mantuvo ocupada siglos después de la llegada de los árabes a Toledo. Las estructuras constructivas que van estudiándose en el yacimiento y las piezas que se presentan en la exposición nos hablan de la actividad de ese momento. La fabricación de moneda con sus ponderales, objetos valiosos de una clase dirigente, cerámicas importadas, materiales de uso cotidiano… van contando la vida de estos siglos en que Toledo era la capital del reino visigodo de España. En época islámica el territorio sigue ocupado pero va teniendo usos esencialmente asociados a los enterramientos. Numerosas piezas funerarias, labradas en piedra, o cerámica dan testimonio de este uso del territorio durante tres siglos. El complejo visigodo de Santa Leocadia dio lugar a dos templos: el de Santa Leocadia que en 1121 estaba ruinoso y en 1162 se restauró para una comunidad de canónigos regulares y el de San Ildefonso del que sabemos que existía en 1209 y tuvo culto durante la Edad Media. La iglesia de San Pedro y San Pablo pretoriense se recuperan para el culto llamándose San Pedro el Verde desde 1124. Se construye la ermita de san Bartolomé en el extremo occidental del circo romano, de la cual tenemos referencia en 1302 porque allí se celebraban las reuniones de la hermandad Vieja de Toledo. También se localizan en esta zona algunos conventos que ocupan espacios en esta zona de la ciudad hasta encontrar la oportunidad de trasladarse al interior del conjunto histórico. A lo largo del siglo XIV el territorio de la Vega Baja adquirió una nueva función de manos de la Mesta que la convierte en descansadero de ganados y lugar de control dentro de la red de cañadas. Y el propio municipio compró distintas propiedades para crear un ejido para el pasto de los ganados destinados al abastecimiento de la población. A comienzos del siglo XVI se fundó el convento de Mínimos de San Francisco en la antigua ermita de San Bartolomé. En la obra trabajan arquitectos como Alonso de Covarrubias, Nicolás Vergara el Mozo, Juan Bautista Monegro y Bartolomé Zúmbigo. El año 1515 se construyó el convento de santa Susana cerca de la Casa de la Monja centro de un barrio que se despuebla en el siglo XVIII. A comienzos del siglo XIX las tropas francesas ocupan como cuartel el convento de San Bartolomé que será incendiado y demolido en 1845. Las ermitas de San Ildefonso y del Cristo de la Vega sufrieron daños pero fueron restauradas para capilla del cementerio del Hospital de la Misericordia y del nuevo de capitulares catedralicios hasta que en 1836 se decidió la construcción del Cementerio General en el extremo norte de la Vega Baja. En 1813 se destruyó también el Brasero de la Vega a la entrada de la Constitución de 1812 que abolió la Inquisición. Tras la desamortización de los bienes municipales en 1855 se acabó el régimen de explotación agrícola de la zona. Ya el Ayuntamiento trató de cambiar el uso de la Vega construyendo un canal de riego conocido como Mina del Corregidor. Al enajenarse las fincas se continuó con el proyecto construyendo ramales que permitieron las explotaciones de huertas en la zona hasta mediados del siglo XX. A finales del siglo XVIII comienza la construcción del edificio Sabatini de la Fábrica de Armas. Durante dos siglos se consolida una ciudad industrial modelo de arquitectura industrial hoy rehabilitada como campus universitario. Una estructura urbana, declarada conjunto histórico y rehabilitada como campus universitario que constituye un foco, en la actualidad, de dinámica cultural para la ciudad. Un ejemplo de dos siglos de actividad constructiva y de producción de armamento desde las armas blancas de su inicio a la fabricación de cartuchería y artillería. El territorio, ahora vacío, tiene una significación especial en la valoración de la ciudad construida sobre la colina. Su superficie libre es un referente en la valoración de la ciudad construida sobre la colina, que todo conocemos como el Toledo histórico. La exposición que se presenta en el Museo de Santa cruz recorre el tiempo que va desde la época romana hasta el siglo XI. Los testimonios materiales nos hablan de la cultura de cada momento, de las formas de vida, de entender las relaciones sociales económicas y culturales. La arqueología, que ha excavado este territorio durante todo el siglo XX, nos ofrece una visión de este paisaje cultural de la Vega Baja de Toledo. Las piezas nos hablan de la cultura material y nos permiten descubrir los paisajes culturales de este territorio. El territorio habitado por culturas diferentes a lo largo de los siglos se hace presente en las piezas de decoración de usos nobles, de construcciones arquitectónicas o de culto funerario contándonos la cultura de otros momentos que trasformó y ocupó ese territorio definiendo así sus paisajes culturales.