Aunque es una mujer de piel muy negra, su alma no se dibuja de este color. Tampoco su trayectoria vital de los últimos doce años ha sido extrema, aunque sí ha pasado por un proceso de máxima vulnerabilidad.
Senegalesa de una aldea rural quiso cambiar, junto a su marido su situación de pobreza intentado alcanzar el “paraíso”.
Primero fue el marido y después, en 1997, Fatoumata Bintou Danso llega a España bajo la fórmula de reagrupación familiar pero sin derecho a ser contratada.
De Valencia, donde el cabeza de familia trabajaba en el campo, se trasladan a Madrid con una oferta de la construcción. Y aunque laboralmente se mantienen del sueldo de albañil, Bintou se siente extranjera en un mundo ajeno. “No conocía el idioma, no podía trabajar, no podía mandar dinero a mi país, sin amigas… estaba desesperada y en estado de depresión”. Todos los días la misma rutina “en casa, viendo la tele y echando de menos a mis hijos” (tiene cinco, tres en Senegal, de 22, 21 y 19 y dos en España, de 11 y 8 años).
“Me casé a los 16 años y a los 21 ya tenía tres hijos y vivía en una aldea sin agua, sin luz, sin sanidad,….”.
Por ello, tras siete años en negro, un anuncio -hace cinco- en el que se informaba de un taller para mujeres extranjera le cambió la tonalidad de su espíritu. A través de una técnica de la Administración entró en contacto con el Consorcio de Entidades para la Acción Integral con Inmigrantes (Cepaim), donde trabaja impulsando proyectos de desarrollo para su poblado natal y otros (Bamako, Bani, Tubakuta o Firdacisi).
Cercados, pozos, placas solares, escuelas y maternidades han llegado a aquellos núcleos del África profunda, y Bintou ya no habla sólo mandinko. o
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