La colección privada de maquinaria que conserva la planta de Pernod Ricard en Las Labores, recuperada según la disposición original que tuvo la antigua destilería de Jiménez y Lamothe, después Larios, en Manzanares, es un ejemplo industrial único, que permite retroceder en el tiempo a la España del siglo XIX, la del ferrocarril, la máquina de vapor y la mecanización de la industria más alejada de los grandes núcleos fabriles.
Localizada en la planta de la multinacional Pernod Ricard, que es líder mundial dentro del sector de bebidas espirituosas, el museo escondido en estas instalaciones de última generación es un regalo a la historia de la industria y de esta tierra.
Los orígenes de esta bodega, de la que todavía es testigo un torreón y varias chimeneas aledañas a la vía del ferrocarril en Manzanares, hablan de la aparición del brandi o de la mención de la marca Jiménez y Lamothe como exportadora en una revista de 1985.
El gerente de Pernod Ricard España, Enrique Carballás, reconoce en una visita concedida a un grupo de cincuenta personas, dentro de las jornadas Alma del Vino de Manzanares, que no existe documentación certera sobre el inicio de la producción, un enigma más dentro de una historia apasionante.
La ‘boda’ de la familia Jiménez, malagueña, con Lamothe, un ‘gabacho’ que distribuía productos andaluces en Francia, dio como resultado la construcción de dos bodegas en torno a 1886 en Málaga y Manzanares. Hay autores que datan el inicio de la actividad en 1860, pero los investigadores que han buceado entre libros contables todavía no han desvelado el misterio.
Enrique Carballás hace referencia a que la escasez de uva en Francia debido a los problemas con la filoxera llevó al francés a localizar un punto de destilación en La Mancha, que tuvo 40.000 metros cuadrados y que contó con un buen número de equipos del país vecino como demuestran los alambiques de Cognac. Esta destilería fue mucho más grande que la de Málaga y su producción era de “vinos, licores y destilados vínicos –aguardientes, destilados de vino y aguardientes de orujo-.
Junto a unos carros que transportan unas barricas inmensas donde aún se puede leer “destilerías y rectificación de alcoholes de puro vino, Larios y Compañía, Málaga y Manzanares’, Enrique Carballás indica que el Marqués de Larios entró en escena en 1916, aunque hasta 1933 no sale al mercado la marca como Larios S. A.
Era un banquero acaudalado, que controlaba gran parte de la industria en Málaga y cuyo poder económico alcanzaría Manzanares hasta 1998, año en el que la empresa pasa de nuevo a manos francesas, esta vez de Pernod Ricard, aunque en los ochenta la productora de ginebras había optado por salir del núcleo urbano, hacia la Dehesa de Madara, a veinte kilómetros de la ‘encrucijada de La Mancha’ y encima del Acuífero 23.
Un paseo por la historia
Un enorme lagar, tanques de fermentación, sala de tinajas, calderas de la máquina de vapor, alambiques. La recreación de Jiménez y Lamothe es un auténtico viaje al pasado: no sólo la colocación de la maquinaria intenta ser lo más fiel y no hay ningún elemento ajeno, sino que cada una de las piezas han sido rehabilitadas y funcionan, de manera que la sorpresa es ineludible al observar el movimiento y el ruido de las cintas o las prensadoras.
El gerente de Pernod Ricard destaca que la bodega de Larios fue “una de las industrias de destilación de alcohol más punteras de España”, como demuestra su jaraíz “único” en cuanto a estructura y sistema de funcionamiento. No era para menos, pues Jiménez y Lamothe fue “una de las primeras destilerías que sacó brandis al mercado”.
Bajo techos de madera, como en la bodega original, el jaraíz marca la entrada de la uva. Enrique Carballás explica a las cincuenta personas reunidas, muchas dispuestas a contar curiosidades de la también conocida como ‘bodega del águila’, que una máquina de vapor era la que movía toda la maquinaria: las molturadoras; la prensa de discos, “hoy en día prohibida”; las prensas verticales.
El sistema permitía “tres calidades de mosto”, el mosto yema con la uva recién estrujada, el que obtenía la prensa de discos y el de la prensa vertical. El orujo “fermentaba y daba como resultado el aguardiente de orujo”, mientras que el mosto lo utilizaban para otros menesteres.
El ruido y el movimiento traslada a principios del siglo XX
Mientras que la máquina de vapor consigue mover hasta las cubas, como lo hacía a principios del siglo XX, el gerente de Pernod Ricard insta a imaginar cómo era el trabajo en la planta: la montaña de uvas agolpada para entrar en la maquinaria, los operarios empujando la uva, la llegada del caldo a los alambiques portugueses para destilar el orujo.
En Las Labores hay piezas de Manzanares y Málaga, y los grandes “valedores del museo” son Manuel Palomo, Luis Fernández-Arroyo y Rafael Vázquez, tres trabajadores que se han dejado la piel en este espacio, primero con el montaje y luego con el mantenimiento.
Máquinas de vapor y electricidad
Después de escuchar el ruido ensordecedor de las correas de transmisión, el funcionamiento de las máquinas de vapor, una de ellas, llamada el “caballito”, quizá por la unidad de potencia o por su sonido, vuelven a hacer retroceder la memoria colectiva.
Una máquina tiene dos pistones y un bombeo casi continuo de agua caliente. Hay varias y son americanas, de principios del siglo XX, y cada tuerca, cada grifo, cada polea, son originales, aunque ahora ya no funcionan por el vapor producido por la leña o el carbón en las calderas, sino por aire comprimido. Quizá es lo único moderno en el lugar.
Implantada en la actualidad la luz eléctrica de forma generalizada en cada municipio, cada fábrica, cada calle o avenida, casi siempre a través de líneas que conducen a fuentes energéticas alejadas de los núcleos urbanos, contemplar la producción de energía con una máquina de vapor llama la atención.
Pernod Ricard conserva un cuadro eléctrico de 1896, con una dinamo que asegura que el flujo sea continuo, el cableado eléctrico también es original, y el contador corre con un voltaje máximo de 125 voltios. Este sistema era el que aseguraba la luz eléctrica en la instalación, la misma que en una muestra más de su localización en la vanguardia de la tecnología dispuso las cubas para contener el producto en un segundo piso, algo muy poco habitual en la llanura manchega.
Los depósitos vuelven a recordar el escudo del “águila”
Si la tecnología de la maquinaria impresiona, también lo hace la placa conmemorativa en homenaje a tres personas que murieron dentro de una cuba “condenada” en 1904. Era una España en la que los accidentes laborales estaban a la orden del día, donde la defensa de la seguridad de los trabajadores todavía era mínima, pero en la que esta empresa abogó por dar un aviso permanente de los riesgos que existían al mantener esa cuba sin utilizar en el lugar.
El gerente de Pernod Ricard explica que “probablemente los tres fallecidos lo hicieron a consecuencia del carbónico”, que elimina el oxígeno del espacio; un tipo de accidentes que hace imaginar a los obreros entrando con una vela en las tinajas que les avisara del “tufo”, una estampa repetida hasta los años noventa.
La sala de las veintiuna tinajas también mantiene la pasarela original del siglo XX y el emperchado, un entramado de madera que todavía hoy es transitable. Junto a varios alambiques y sus columnas para la destilación, el broche al recorrido lo ponen los depósitos dedicados al alcohol y al aguardiente: “los aguardientes llegan hasta una graduación de 86 grados y los destilados a 96”.
Hay ocho, están pintados de rojo e imponentes conservan el escudo del ‘águila’, al igual que las muchas etiquetas que aparecen expuestas como si fueran cuadros, al lado de fotografías que hablan del recuerdo. Este era el último estadio antes del embotellado y el que cierra un museo que incluye una de las maquinarias para el procesamiento de la uva y la destilación más moderas que existieron en el país antes de los años cincuenta y que clama por ser visto e investigado.