Francisco Caro
Por fin dimos con la tecla, por fin sabemos lo que nos pasa y donde está la solución de los problemas económicos que asolan España. Llevábamos tiempo recortando gastos, desde aquel malhadado mayo del 2010. Y lo que nos queda.
Nos han convencido de que es necesario y seguramente lo es. El estado no ingresa, las deudas privadas son muchas, las públicas están aumentando. No se fían, dicen, los mercaderes de nosotros. Así son las cosas, queramos o no. O así eran. Hasta que dimos con la tecla.
La peleas con Europa nos tienen fascinados y atentos. Eurobonos o eurobobos, Merkel y Hollande, rescates peliculeros al borde del abismo, salvar al soldado Bankia, tomar medidas contrarias a los presupuestos que se han aprobado hace una semana, ir al fútbol, aplaudir, volver, volver loco al personal, amenazar con más parálisis, decir o copiar mil veces: yo sé lo que tengo que hacer… todo servía para entretener, pero poco valía para solucionar, para que huyeran Riesgo y su prima, para que viéramos juntos salir un sol que todos deseamos. Hasta que dimos con la tecla.
Por aquí cerca, por estos lares, los ayuntamientos boquean como pez al que falta el oxígeno, quiero decir el dinero, apenas si se mantienen con sus propios recursos que en general no alcanza ni al 40% de lo que necesitan. No parecían tener amparo.
Los hospitales en venta, la dependencia es stand-by. Han cobrado los proveedores, eso está bien, muy bien, pero los ayuntamientos han de soportar una nueva carga, el pago de los intereses. Parecía que el futuro no se despejaba. Que la Junta no cumplía. Que el problema estaba en el agua de los hospitalizados, en las mancomunidades de servicios, en las urgencias locales, en presidentas a tiempo parcial y sueldo entero. Parecía. Parecía, pero no. Hasta que dimos con la tecla.
Resulta que todo el cáncer estaba oculto en Valdemancos del Esteras, ese escondido pueblecito con once niños en edad escolar. Allí estaba el problema, su raíz. Personas hábiles, de morales principios, que las hay, y al servicio de nuestra administración, lo han descubierto. Allí, camuflada, recibiendo un dinero no justificado, había una maestra. Su sueldo descuadraba las cuentas del Estado.
Además impedía, con su destino y malévola labor, que once escolares pudieran viajar cada mañanita de invierno a conocer otros mundos. Mundos en donde, quintanillamente, estuvieran mejor atendidos que cerca de sus hogares. Cuánto mejor lejos de la influencia de la maestrita-cáncer económico.Sí, esa que, como queda dicho, hacia imposible todas las soluciones. Por fin dimos con la tecla. Suprimida la maestrita, madrugadores los niños, por fin las cuentas cuadran. ¿O no?