“Para ver crecer amapolas,
para estar contigo en las nubes,
para hacerle al mundo mejoras,
necesito tiempo, únicamente tiempo.”
Tiempo. Hasta las locuras necesitan tiempo. Porque si alguien, alguna vez, aunque solo hubiera sido por un momento, llegó a imaginar que Valdepeñas pudiera luchar por estar en Primera; si alguien, alguna vez, llegó a imaginar un final de partido, una invasión de pista y un ascenso que celebrar; si alguien, alguna vez, llegó a pensar algo parecido, fue una locura. Pero a veces, el tiempo convierte las locuras en realidad. El tiempo y el trabajo. Y la insistencia. Y la ilusión. En Valdepeñas tienen de todo eso.
Por todo eso, por el trabajo, la insistencia y la ilusión, Valdepeñas está en un momento de madurez, que posiblemente, nunca antes tuvo. Se ha hecho adulto. A Valdepeñas, casi todos los equipos le miran como un adolescente mira a su maestro. Mezcla de respeto, temor y tal vez algo de admiración. La madurez de Valdepeñas se ve, se palpa en cada partido de liga. En su destreza en defensa, en su presión en trayectoria que asfixia al rival, que provoca que cuando el contrario reciba el balón, ya tenga encima una camiseta azul, y por eso piense más en no perderlo que en crear. Así sucedió la tarde de Elche. En 20 minutos, Elche se derritió lento y en silencio, como lo hace un pedazo de hielo en el asfalto de una tarde de agosto. Luego, el partido nos regaló otro gol de Juanan. Otro gol que fue como una amapola. Nacido donde nada había, o casi nada. Un balón robado, media pista vacía y al fondo, un gigante con vendas en las manos. Le batió, leve, apenas con la punta del pie y ahí se acabó el partido.
Este sábado, Valdepeñas juega cerquita de Málaga, en Antequera. Entre campos de cereales y olivos. Entre huertas y campos frutales. Antequera son casas blancas, bajas, desparramadas sobre una ladera, que inclina las calles hasta hacerlas cuestas. Algunas empedradas, otras con escalinatas. Adornadas de naranjos y cipreses, de macetas de colores en las fachadas. Dicen que huele a azahar, jazmín y vainilla. Allí espera UMA Antequera, que no es otra cosa, que la sección de fútbol sala de la Universidad de Málaga.
Jugar contra Antequera, es como intentar atravesar una estrecha y destartalada pasarela, suspendida en las paredes de un sombrío y solitario desfiladero, con un precipicio a sus pies. Con un guerrero a su entrada, con un cantar como lema, que un poeta escribió: “Como buen guerrero, del desfiladero no os voy a dejar pasar. Como buen guerrero, aquí me pienso plantar.“ Eso es Antequera. Hasta el momento imbatido en casa. Allí perdieron Betis, Burela y Puertollano. Todos recibieron cinco goles.
El entrenador de Antequera es nieto de músico italiano, pero nunca viajó a Italia. El entrenador de Antequera es hijo de cantaor flamenco y tiene debilidad por las soleares. Se llama Manuel Luiggi. Qué bien suena el italiano, Luiggi. Suave, elegante, redondo. Pese a su edad, no le gusta que sus jugadores le digan de usted, él tampoco lo hace con ellos. Prefiere que le llamen Moli, se siente más cómodo, más cercano al jugador. Porque Moli es especialista en gestionar grupos humanos. Le gusta mirar a los ojos de sus jugadores y decirles lo que piensa. Sería difícil entender el fútbol sala malagueño, sin tenerle en cuenta. Imposible entender a UMA sin él. Las últimas 23 temporadas en su banquillo. Eterno. Siempre entendiendo el deporte desde el juego limpio, nunca ganar a cualquier precio.
Antequera son dos equipos en uno. Algo parecido al modelo de Rivas. Uno que son Crispi, Miguel Conde, Óscar y Miguel Fernández. Veteranos, referentes dentro y fuera de la pista, a quienes mirar cuando las cosas van mal, a quienes preguntar. Otro que son jóvenes talentos, sin experiencia en Segunda, que miran a los veteranos cuando las cosas se ponen serias, que son los que les hacen las preguntas. Merecerá la pena fijarse en dos nombres. David Velasco. Apenas tiene 20 años y lleva el 8. Talento sería la palabra para definirlo. Cuando entra en pista hace que pasen cosas diferentes. Colorea el juego. Crispi es el otro nombre. Representa la autoridad, transmite respeto. Es cierre y lleva ocho temporadas en UMA. La extensión de Moli en la pista. Es lo que la temporada pasada representó Tete. Porque Tete ya no juega. Ya quiso dejar de hacerlo la temporada pasada, pero el club y Moli le necesitaron. Hay gente que no sabe decirle no al amor de su vida, y que tampoco saben decírselo a un amigo. Por eso siguió. Ahora Tete y Moli viven juntos en el banquillo. UMA no puede estar en mejores manos.
Valdepeñas ya no es líder. Como a todos los que lo fueron, no le duró más de dos jornadas. Valdepeñas sigue en ascenso directo, que de momento no es importante, pero gusta. Antequera ocupa el primer puesto para jugar el playoff. Un punto les separa. Valdepeñas no estará sola en el Fernando Argüelles, así se llama el pabellón. Los jugadores volverán a oír, volverán a ver, a esos locos entrañables que visten de azul, que son como aquellos familiares, que por mucho que veas, siempre te arrancan una sonrisa. Ellos no dejarán solos a los jugadores cuando las cosas se compliquen. Porque el partido será duro, muy duro, el más duro de los jugados como visitante. Ojalá podamos seguir disfrutando. Ojalá podamos seguir soñando. Ojalá todo salga bien.
El encuentro comienza a las 17:00 en el Fernando Argüelles y será dirigido por Botella López e Hidalgo Marín.