“Defender la alegría como una trinchera
defenderla de la rutina y de los miserables
de las pesadillas y la melancolía
del fuego y de los suicidas
del óxido y del invierno
de la muerte y del azar”.
Esa será la segunda vuelta de Valdepeñas. Defender su alegría frente a todos. Defenderla en casa contra los de abajo. Defenderla fuera contra los de arriba. Y soñar. Siempre soñar. Y entrenar, viajar, calentar, jugar y ganar. Y no pensar. Ese será su trabajo. Y a la semana siguiente, volver a entrenar, calentar, jugar y ganar. Y así hasta abril. Sin pensar, y a ser posible, sin mirar la clasificación. No sea que distraiga.
El Principito habla de boas. Cuenta que “las serpientes boas tragan a su presa entera, sin masticarla. Luego no pueden moverse más y duermen durante los seis meses de su digestión”. Valdepeñas que acabó la primera vuelta llena de puntos, cansada y con molestias, empezaba a necesitar una tranquila digestión. El descanso navideño llegó en buen momento. Ha descansado, se ha recuperado de las molestias. Tres semanas después, este sábado, Valdepeñas vuelve a jugar. Será en Burela. El segundo viaje por carretera más largo de la temporada. El último viaje a Galicia en liga regular.
En la aislada y triste Galicia de los años setenta, en aquella dura realidad, que si tuviéramos que fotografiar lo haríamos en blanco y negro, sorprendía ver por las calles de sus pueblos, en este caso Burela, que entonces era una parroquia, pasear a una persona negra. O esperar un autobús. O comprar el pan en una tienda de barrio. Sorprendía. Aquellas personas, nunca antes vistas por allí, eran caboverdianos. Habían llegado a centenares y estaban allí para trabajar. Como marineros, como estibadores, en la lonja, de rederos. Los pescadores gallegos estaban dejando el mar y se cambiaban a la industria del aluminio. La integración en aquella Galicia no les resultó nada fácil. Medio siglo después, Burela no se puede entender sin aquella gente. Porque ahora en Burela no hay extranjeros. Ahora Burela es diversidad. Es un pedazo de Cabo Verde en Galicia. Ahora hay caboverdianos con acento gallego. Caboverdianos que son monaguillos, que cantan en coros parroquiales, que son gaiteros. Hasta hay jugadores de fútbol sala. Por eso Hélder y Renato están en la primera plantilla de Burela. Porque son de Cabo Verde, pero también gallegos.
A Burela FS no es difícil tenerle cierto cariño. Cómo no se lo vas a tener a un club que lleva más de una década conviviendo con el drama. Siempre. En lo bueno y en lo malo. En Segunda y en Primera. Siempre el drama. Si tu escudo es de los balones y las uvas, como no le vas a tener cierto cariño a un club que ha jugado y ha perdido siete playoff de ascenso a Primera en ocho años. Que sus mejores años los pasó en Primera. Qué vistió de naranja a Mimi y Nacho Pedraza. Que retiró el dorsal de Juanma Marrube, cuando pasó de jugador a histórico, y que ahora es el entrenador. Cómo no le vas a tener cierto cariño, si llegó jugar un playoff por el título y en lugar de una dulce y esperada derrota en Murcia en el tercer partido, se encontró con un 10-1. Si llegó a dos semifinales de la Copa de España, las fue ganando 2-0 y las perdió. Si descendió a Segunda cuando nada hacía pensar que fuera a hacerlo. Cómo no le vas a tener cierto cariño, si Burela podría ser Valdepeñas.
Burela juega para ascender. Y en eso está. Pero a veces las cosas se tuercen. El maldito destino las tuerce. Y entonces ya nada importa. Ya nada importa que Burela haya llegado a ser líder. Que siempre haya estado en puestos de playoff. Que esté cumpliendo con lo previsto. Entre el ascenso directo y el octavo puesto. Ya nada importa que Burela no ganara ningún partido en diciembre. Que Noia les ganase en casa. No importa nada. Nada, porque Jorge Matamoros no juega desde diciembre. Y eso se nota. Se nota, aunque Matamoros nunca salga de inicio, aunque sus goles no abran los partidos. Se nota, porque él es quien más goles hace en Burela, quien da profundidad al ataque. Se nota, porque Matamoros es mucho más. Es el carácter del equipo. Es su referencia. El club no le dejó marchar cuando descendieron. Pero todo eso tampoco importa. Porque hasta que Matamoros no vuelva a la pista, nada importará.
Rodrigo López Herreros es de Moral de Calatrava, apenas tiene 24 años y está lleno de ilusión. Este sábado debuta con Valdepeñas. Rodrigo, es zurdo, juega de ala, a veces de cierre, y va a llevar el número 16. Aunque a él le gusta el 6. De niño, jugaba al bádminton y al fútbol sala. Porque en su pueblo, o juegas a uno, o a otro. Acabó eligiendo el fútbol sala, o el fútbol sala lo eligió a él. Eso nunca se sabe. Jugó en Moral, Salesianos y siendo juvenil lo fichó El Pozo. Aquello fue un sueño. Cualquiera lo hubiera dado todo por estar en su lugar. Allí se hizo jugador de fútbol sala. Allí se lesionó. Y luego se volvió a lesionar. La maldita rodilla. Nadie podía salvarle sino él mismo. Y se salvó. Tenía que volver porque el fútbol sala es su pasión. Y volvió. Y jugó con el primer equipo de El Pozo. Aquel partido acabó con una foto con de equipo, con Rafa Fernández, con Miguelín, con Kike Boned. Y volvió. Y fue campeón de Segunda. Y jugó una temporada en Primera con Cartagena. E iba a jugar otra con Segovia. Pero apenas tuvo minutos, a veces ni eso. El fútbol sala volvió a hacérselo pasar mal. Y entonces le llamó Valdepeñas. Y volvió a sonreír. Por eso Rodrigo es ilusión. Porque va a volver a ser futbolista. A jugar cerca de casa, de su familia, de sus amigos. Lleva meses esperando este momento. Entrena, viaja, está en el vestuario antes de los partidos. Pero los ve desde la grada. Con envidia, con impaciencia. Con ganas de vestir de azul. De ayudar. De aportar calidad en el pase, en el control, en la finalización. Esa será su labor.
Si el ambiente hostil y desabrigado del último partido que jugó Valdepeñas, en Manzanares, recordaba al cuadro de Goya, Duelo a garrotazos; en Burela este sábado a partir de las 18:15, el ambiente será todo lo contrario. Valdepeñas no sentirá nada. Porque en Burela, solo animan a su equipo. Y allí no habrá nadie de azul en las esquinas de Vista Alegre. Y es que Burela está demasiado lejos para ir y venir en el día. Pero Valdepeñas tendrá a su defensa, que en realidad es su presión. Tendrá el juego de estrategia. El de cinco. Tendrá el hambre y la ilusión de sus jugadores. Que tienen la suerte de poder hacer feliz a un pueblo. Que les estará viendo por televisión. Que confía en ellos para seguir soñando. Que está deseando volver a enloquecer, aunque sea en la distancia. Todo eso es mucho. Debería bastar. Ojalá todo salga bien.