La Tauromaquia es una disciplina artística controvertida. Indudablemente. Y por ello, quizás, especialmente apasionante. Para su apreciación se debe contar con una sensibilidad especial, y con ese término “especial” el arriba firmante no está estableciendo jerarquías, sino simplemente diferencias.
Desde hace unos años en España y otros países donde la Tauromaquia está arraigada, están proliferando una serie de cursos destinados a aficionados prácticos, es decir, aquellas personas que gustan y acuden a los festejos taurinos y, además, satisfacen su curiosidad poniéndose delante de becerras en el campo.
Sobre estos cursos ya dimos cuenta hace cinco años en las páginas taurinas de Lanza. Concretamente se trató de un curso celebrado en Ciudad Real, en la finca de Andrés Prado, entre otras. En aquella ocasión nos sorprendió gratamente el hecho de que entre los “alumnos” hubiera varios de nacionalidad extranjera.
En casa de Morante
Hace algún tiempo pudimos asistir –como meros observadores- a uno de estos cursos, organizado por el Club de Aficionados Prácticos Taurinos, cuya cabeza visible es el matador de toros Eduardo Dávila Miura. El mismo tuvo lugar en casa de Morante de la Puebla, en su sevillana Puebla del Río, una especie de centro social taurino que Morante no duda en ofrecer para los entrenamientos de distintos toreros (como por ejemplo los hermanos Javier y Borja Jiménez o Pablo Aguado) o eventos como el que ocupa estas líneas.
Allí, bajo la tutela de Dávila Miura e Ignacio Moreno de Terri, aficionados llegados de distintos puntos de España, Reino Unido, Estados Unidos o Italia, por citar tan solo algunos ejemplos, salían a probar suerte enfrente de añojas.
Resultaba impactante sentir la emoción que suponía para estos aficionados prácticos ponerse delante de la becerra, hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, algunos ataviados incluso con ropa campera, mientras que otros optaban por indumentaria más casual. Pero lo importante no era lo que llevaban puesto, sino lo que intentaban hacer a la becerra, que no era otra cosa que aspirar a materializar delante del animal de forma práctica aquello que tenían interiorizado teóricamente.
Por supuesto, la teoría es una cosa y la práctica otra muy distinta. Con harta frecuencia casar las dos facetas resulta poco realista, y se pudo ver cómo los pies cambiaban de posición para dar un pasito atrás, cómo los brazos no salían lo suficiente como para evitar el encontronazo con la añoja… Sin embargo, la emoción estaba ahí, en todo momento. Y eso era lo que en realidad se perseguía, sentir la palpitación de pasarse un animal bravo por la barriga y tratar de plasmar exteriormente un sentimiento artístico. Todos, sin excepción lo consiguieron.
