Plaza de toros de Almodóvar del Campo. Tercer festejo de feria. Un tercio de entrada.
Se lidiaron tres toros de Domínguez Camacho (primero, quinto y sexto), y tres de Soto de la Fuente (segundo, tercero y cuarto). Bien presentados. Destacó la calidad del cuarto, algo menos la del segundo, y el quinto por encastado. El sexto resultó manejable. De menor juego el resto.
Curro Díaz: dos orejas en ambos.
Diego Urdiales: oreja y dos orejas.
Román, que sustituía a David de Miranda: oreja y silencio.
Se guardó un minuto de silencio en memoria de Reina Rincón, en el quince aniversario de su muerte. Díaz y Urdiales salieron a hombros. Óscar Castellanos saludó tras banderillear al primero.
Almodóvar del Campo vivió una muy interesante corrida distinta, protagonizada por tres toreros con atractivo para el aficionado, si bien no tanto para el público en general, acostumbrado a nombres más rutilantes aunque no mejores toreros en muchos casos.
El nombre de la tarde fue el de Diego Urdiales, a quien da gusto verlo torear y andar por la plaza. De sus manos salieron las dos faenas de mayor peso de la corrida. La primera la elaboró al segundo de la tarde, un toro ofensivo de pitones pero bajo de agujas y con cuello para humillar. Tuvo cierta clase y temple, aunque no entrega ni el fuelle necesario para apretarle. Ello no fue impedimento para que Urdiales, con colocación y un sello personalísimo sin afectación, cuajara una faena necesariamente a media altura impregnada de callada torería que fue captada por los tendidos, los cuales tuvieron la paciencia y el gusto de esperar, y la suerte de ver unas formas toreras poco comunes, toreando con las manos y el pecho, dando los frentes con verdad y profundidad.
La faena a su segundo, sin embargo, fue un toma y daca. El de Domínguez Camacho embestía con casta cargada de genio áspero. De hecho no le habría venido mal un segundo puyazo para atemperarlo. Esta vez Urdiales anduvo en lidiador con sabor, le plantó cara sin arrugarse, con algunos momentos de enjundia, y meritorio en todo momento. Especialmente emotiva resultó una vibrante tanda al natural ya con la espada de acero en la diestra. Tras una estocada entera el doble trofeo fue a sus manos.
Curro Díaz bien podría haberse quitado de en medio al bronco primero, un ejemplar cornalón que arrollaba y se defendía al atacar las telas. El de Linares le plantó cara con decisión y pundonor, hilvanando un trasteo que tuvo más lidia que estética, como no podía ser de otro modo dada la condición de su antagonista.
Frente al enclasado cuarto, que se iba hasta el final con profundidad a pesar de sufrir una voltereta al salir del peto del picador, Curro destacó por la despaciosidad de varias fases. Mató de estocada entera algo trasera y desprendida.
Román dio la cara ante su primero, un toro más basto de hechuras que sus hermanos, al que le costó repetir y que se movía con aire algo cansino. El valenciano se justificó con persistencia aunque escaso brillo. El que cerró plaza tuvo muy buen aire en los dos primeros tercios, pero se vino a menos ya en el comienzo de muleta. Román instrumentó un trasteo que no pudo tener fluidez, aunque de no haber pinchado hasta en cuatro ocasiones podría haber cortado la oreja que le habría abierto la puerta grande.