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29 marzo 2024
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      Imagen de archivo del juego de 'Las caras' de Calzada de Calatrava / Vox
      Ricardo Chamorro, Milagros Calahorra y Emilia Martín, hermano mayor de la Flagelación
      • Cofrades y fieles en el templo / J. M. B.
      • LA Virgen del Mayor Dolor / J. M. B.
      • El Cristo estaba preparado /J. M. B.
      • Se realizó el Viacucis en el templo / J. M. B.
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      El presidente de la Diputación -c- con la Hermandad del Ecce Homo (Pilatos)
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      Armaos en la Ruta de la Pasión Calatrava en Aldea del Rey / Elena Rosa
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      Los fieles acudieron a orar al Nazareno / Elena Rosa
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      La Hermandad de la flagelación tampoco pudo salir en procesión / Elena Rosa
      Hermanas del Silencio que iban a acompañar a la Virgen / J.M. Beldad
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Pautas para un itinerario pictórico: José Fernández Arroyo

EXPOSICIÓN ARROYO MANZANARES APERTURA
Apertura de la exposición de José Fernández Arroyo en el Museo del Queso de Manzanares
Manuel Gallego (crítico de arte) / MANZANARES

El sentido “érgico” de la pintura

Creo que se trata de la condición propia de algunos pintores, no muchos la verdad, pero es el caso que para comprenderles su quehacer, el de José Fernández-Arroyo por ejemplo, hay que retomar muchas de las inquietudes plásticas del pasado Siglo XX, e incluso de la Historia del Arte occidental. Como decía Zubiri de su relación con la Filosofía, ocurre que Fernández-Arroyo ha sido para la pintura y escultura un alma de actitud érgica.

O lo que es igual, ha tenido que recrear en sí todo el proceso plástico del siglo que le vio nacer, y apurando, del más lejano pasado; vamos, que ha tenido que vivir íntegro el sentido en que supuestamente marchaba el arte, digerirlo y evidenciarlo en una obra personal, creciente y consolidada.

En efecto, la obra de Fernández-Arroyo no sólo hay que contemplarla cuadro a cuadro, para disfrutar de cada cual, e independientemente, sus matices sensibles que, además, los tienen en abundancia. Hay que verla y apreciarla sobre todo en la diacronía del conjunto, en  su libre fluencia, en marcha.

Descubrimos entonces que la obra se va haciendo poco a poco, lentamente. Podríamos decir, como ocurre con tantos otros artistas, que asistimos a la generación y proceso de una pintura, que abordamos la biografía pictórica de alguien que se ha ido abandonando en los cuadros, como creador, como artista, como sentiente.

Claro, esto es extrapolable a cualquier pintor, desde luego la suma de los cuadros hace la biografía, pero es que en el caso, no único en la historia del arte, repito, de Fernández-Arroyo, lo que se muestra no es sólo la evolución del pintor, sino lo que el pintor estimaba que debería de ser la evolución o el sentido de la pintura; de manera que biografía y tema de la obra son la misma cosa, que la obra no perece en un tema, ni en una forma, que late, que vive, que pretende ser biografía o historia de la pintura misma, extraída palpitante del sentir y compromiso creador del artista.

He aquí el carácter érgico, ejecutivo e histórico de estos cuadros. Valga una exposición de tales características para apreciar lo que llevamos dicho. En realidad asistimos a la epifanía de ese ergon, en la manifestación última, la de las pinturas de la década de los 90 en las que Fernández-Arroyo consolida ya sus inquietudes. Lástima que sólo una obra, Bodegón, de 1975, pueda indicar el  entido dramático y dinámico de este acontecer.

La supuesta marcha del arte

La supuesta marcha del arte será entonces una línea de aproximación certera a la voluntad estética de Fernández-Arroyo. Cuando Malevich inicia su serie de pinturas, si así puede definirse, desde Cuadrado blanco sobre fondo blanco, en 1916, lo que hace es nada más dar fin a una marcha que se había iniciado en los tiempos del Renacimiento, y esto por poner acotación y cierta lógica a un proceso que no es del todo cierto.

Es decir, el desarrollo abstractivo de la pintura occidental, o la llegada a la abstracción, era un elemento ínsito en la pintura misma y en la inquietud artística. Ya el cubismo supuso un salto de calidad en la apreciación de la realidad, la realidad del cuadro desde luego.

La independización y crítica de la perspectiva tradicional, la reutilización lírica del espacio, su descomposición formal, la libre interpretación del objeto, ponían en claro la libertad creadora del pintor o escultor, pero también la total ruptura o la total identidad entre lo real artificial que era el cuadro, y lo real natural que era el mundo a representar. Y así, remontando, el arte se vio sobre el rabioso fauvismo, y el simbolismo, previo paso por el espiritualismo neorromántico de Kandinsky.

Acusó el romanticismo, y descubrió la pretensión desrealizadora de la línea en el lenguaje escultórico y pictórico del Neoclasicismo. Descendió a los infiernos del barroco excéntrico y al desafío formal del manierismo que desatara el furibundo Miguel Ángel.

Pues bien, este proceso, que es uno de los procesos de la Historia del Arte occidental es el que yo veo en la voluntad creadora, o mejor recreadora, de las pinturas del pintor al que homenajeamos.

No ya sólo el compromiso con el sentido abstractivo de la creación, en la  exageración que pronosticó la Vanguardia clásica del XX, sino también todo el proceso sentiente que lleva aparejado desde que el Renacimiento desajustara el clasicismo heredado o ideado, que tanto da.

En este sentido decimos que Fernández-Arroyo ha tenido que reobrar en sí toda la historia del Arte y toda la inquietud del siglo XX en su versión formal. Versión que pone en sintonía dos aspectos de la abstracción que grosso modo permanecían divorciados: el esquemático-elemental de Malevich, por ejemplo, y el senso-espiritualismo de Kandinsky, asunto que no es de poca enjundia y que acaso llevó de la mano gran parte de la creatividad de Fernández-Arroyo.

En definitiva, versiones formales que hoy quedan tamizadas y solapadas bajo el interés que ha ganado el carácter conceptual de aquel impulso de principios de siglo.

Frente a la tradición y modernidad del solar manchego-ibérico

Pero con decir esto no basta. Fernández-Arroyo tenía que reobrar, innovar y dar de sí a la tradición en un mundo refractario, en una sociedad anquilosada, en que las inquietudes culturales eran poco menos que una aventura, un echarse en brazos del abismo. Porque el lenguaje de la abstracción, era, cuando Fernández-Arroyo empieza a pintar, un hecho marginal, un extraño acontecimiento que todavía tenía que creerse la ciudad de Cuenca a mediados de los 60.

Me atrevería a decir que la vida, la biografía y el arte de Fernández-Arroyo se ajusta al concepto de deshumanización del arte orteguiano, en dos sentidos al menos. Uno, por la elisión pretendida de la figuración en su pintura. Otro, por el carácter elitista, de creador de vanguardia en una sociedad deseosa de apertura, pero incapaz de generarla, maltrecha a la hora de manifestar lo moderno.

Para lo primero, la elisión creativa, no queda al artista otro recurso que investigar, pintar y abrir los ojos, desgañitarse en cada cuadro para clamar en el desierto. Y cuadro a cuadro nuestro pintor elide la figuración, rompe la línea cubista que de mera limitación pasa a explotar su vena lírica (asunto que ya estaba desde luego en los cuadros de Picasso o Braque) o de sus evocadores españoles como Vázquez Díaz.

Por lo segundo, Fernández Arroyo tenía que provocar, menear y agitar al público, dolerlo. Y por esto se entregó a la novedad y se aferró al movimiento del Postismo en su momento, como movimiento moderno de raigambre manchega cuya pretensión era despertar las sanchopancescas conformidades y rescatar en la pureza artística la mancheguía creadora.

Algo de ese movimiento postista de posguerra hay en la inquietud estético-pictórica de Fernández-Arroyo (dejemos al margen la poesía). Por lo pronto la densa preocupación por la investigación formal, por la capacidad expresiva del lenguaje. De otro, el atenerse a la sensibilidad inmediata, como pedía Carriedo, postista, una sensación pura explotada con conciencia.

Yo creo que la pintura del manzanareño es una exacerbada tensión del cubismo manierista que se da más allá de los 40, como lo había tensionado también el pintor y amigo suyo Guijarro. Y en su resolución abstracta, estas pinturas son la expresión de una refinada sensibilidad, en efecto, sensibilidad hecha consciente.

Tal vez estos dos condicionantes son los que explican la profunda y rompedora dialéctica que mantienen fondo y forma en sus cuadros, línea y color. Con esta actitud deshumanizadora y elitista se plantea el reto de lo establecido en arte, esto es la crítica, la dialéctica abierta ya en lo moderno, ya en lo tradicional, actitud impía y humilde a un tiempo de la formulación postista.

La reabsorción

Fernández-Arroyo es uno de los grandes artistas que ha dado Manzanares. Aún a sabiendas de que el artista es de nación universal, hora es ya de recuperar a este hombre que querámoslo o no está íntegro en estas pinturas, que en estas pinturas integra el devenir de gran parte de la pintura.

Con ellas y en ellas explora una perspectiva de la historia del arte que se mueve entre la tradición y la modernidad. Hora es de restituir al creador Fernández-Arroyo en el pueblo que le vio nacer y que sin duda tuvo que dolerle. Al poeta, escritor, pintor, escultor y cineasta. Hora es ya de que Manzanares, pasado ya el siglo XX, despierte del sonámbulo solipsismo y empiece a quererse queriendo a sus creadores.

Esta exposición, organizada por el Museo del Queso, con el patrocinio del Excmo. Ayuntamiento de Manzanares y con el apoyo de la Diputación Provincial de Ciudad Real, es y puede ser una buena y nueva excusa.  Tomemos carrerilla y avancemos en pos de nosotros mismos.

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