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A propósito de la indispensable “Horizontes de grandeza”

"Admirablemente expuesto ese eterno debate entre la fuerza y la razón, entre la violencia y la conciliación, entre el rudo y salvaje Oeste y la civilización del Este..."
«Admirablemente expuesto ese eterno debate entre la fuerza y la razón, entre la violencia y la conciliación, entre el rudo y salvaje Oeste y la civilización del Este…»
José Luis Vázquez
Dos breves reseñas sobre la misma película escritas en diferentes momentos, pero complementarias e incluso “redundantes”

PRIMERA RESEÑA

Es “Horizontes de grandeza” (originalmente “The big country”/”El gran país”), otra obra magna, su carrera está plagada de ellas, del genial William Wyler. Un imponente cineasta tan bueno, o incluso mejor a veces, que el mismísimo Howard Hawks o incluso a la altura del más grande, John Ford.

Recuérdense que llevan su firma, entre otras muchas, las magistrales “La gran prueba”, “La heredera”, “Jezabel”, “Ben-Hur” (récord de Oscars merecidísimo), “La señora Miniver”, “El coleccionista”, “Calle sin salida”, “La señora Miniver”, “La gran prueba”, “La loba”, “Cumbres borrascosas, “Desengaño”, “Brigada 21” o la simplemente perfecta -Billy Wilder así lo atestiguaría, la más redonda de la historia- “Los mejores años de nuestras vida”. Todas sus películas merecen la calificación como mínimo de excelente… y de ahí para arriba. Sucede como con la filmografía de bastantes otros imponentes cineastas del período dorado de Hollywood… los ya citados Ford, Hawks o Wilder, Curtiz, Lang, Lubitsch, Walsh, Wellman, Vidor, Stevens, Dieterle, Sidney, Donen, Daves, Borzage, McCarey, Hathaway, Preminger, Edwards, Feliming, Wood, los dos Sturges (Preston y John), Cukor, Leisen, Von Sternberg, Mamoulian… la tira.

Y con qué impresionantes, con qué colosales actores contó aquí, tales como Gregory Peck y Charlton Heston entre los chicos o Carroll Baker y Jean Simmons entre las chicas. Qué bellísima y extraordinaria actriz la igualmente coprotagonista de “Espartaco” (y otras maravillas) para la ocasión como la encantadora, mejor dicho, irresistible maestra Julie Maragon. Siempre he pensado que fue el mejor equivalente posible a mi adorada Audrey Hepburn, tanto en físico como en cuanto a talento.

Y cómo está impresionantemente resuelto, cuánta grandeza épica destila ese duelo final en un desfiladero entre sendos patriarcas en vías de extinción… Burl Ives (un excelente cantante de country en la vida real) y Charles Bickford. Y qué formidable esa pelea a puñetazos al despertar el alba entre los propios Heston y Peck para extraer este último una demoledora conclusión… ¿para qué ha servido? O por ceñirme a la frase literal… “Y ahora, dígame, ¿qué hemos demostrado?”. Otra vez Peck al mando de la nave, él que fue un hidalgo de los mares por excelencia y que tuvo el mundo en sus manos (y a la adorable Ann Blyth), como en “Vacaciones en Roma” -también de Wyler, quintaesencia de la comedia romántica- o especialmente en “Matar a un ruiseñor”, a través de su ejemplarmente discreto y a la vez carismático personaje no tiene que demostrar nada a nadie más que a sí mismo.

Y qué admirablemente expuesto ese eterno debate entre la fuerza y la razón, entre la violencia y la conciliación, entre el rudo y salvaje Oeste y la civilización del Este, todo ello perfectamente plasmado y condensado en sus dos principales personajes/caracteres prototípicos masculinos… y en esos no menos dos importantes “secundarios” que encarnan a esos pioneros y terratenientes en pleno ocaso.

"Y con qué impresionantes, con qué colosales actores contó aquí, tales como Gregory Peck y Charlton Heston entre los chicos o Carroll Baker y Jean Simmons entre las chicas"
«Y con qué impresionantes, con qué colosales actores contó aquí, tales como Gregory Peck y Charlton Heston entre los chicos o Carroll Baker y Jean Simmons entre las chicas»

Por último, qué decir de esa impresionante, rumbosa y épica banda sonora de Jerome Moross que percute en los momentos adecuados (ya desde su inicio nos pone en situación), confiriéndole un tono épico a una historia que no deja de combinar magistralmente este registro con otros mucho más intimistas y de idéntica maestría. La fusión de todos ellos da como resultado algo muy especial a la que el paso del tiempo no altera. Siempre que vuelvo a ella, y son ya decenas las veces a lo largo de mi provecta existencia, lo hago con el mayor de los alborozos… casi como si fuera la primera vez que la descubrí a los catorces años en una sesión televisiva troceada en dos partes.

Obra maestra por los siglos de los siglos… Amén.

SEGUNDA RESEÑA

La majestuosa, la grandiosa banda sonora de Jerome Moross que acompaña los títulos de crédito, esos vertiginosos compases iniciales, ya ponen en situación sobre lo que se va a ver y disfrutar automáticamente. Algo más grande que la vida misma, destilador de un vigor, épica e intimismo, todo en uno, verdaderamente inusitado.

Estamos, sí, ante una de tiros de ancestrales enfrentamientos, tantos físicos como de maneras de concebir la existencia, pero única, singular, de personalidad arrolladora… y sin necesidad por ello de griterío alguno. Algunas de esas maneras ancladas en actitudes tradicionales y expeditivas, otras mucho más racionales y avanzadas, menos “primarias”, no por ello menos superioras moralmente porque esta, y tampoco hay necesidad, las determinan las propias estén posicionadas donde estén posicionadas. Estamos ante ese salvaje y tan entrañable Oeste para alguno como es mi caso contra, como contraste, el civilizado y el más frío y educado del Este.

Y quién mejor para representar, para encarar esas dos formas tan opuestas de mirar a la vida, que unos fabulosos Charlton Heston y Gregory Peck entre los más joveznos, y Burl Ives y Charles Bickford como los patriarcas o terratenientes en vías de extinción. El enfrentamiento final entre estos dos últimos es ya pura antología del Séptimo Arte. También lo es el que tiene lugar entre los dos primeros, esa pelea al clarear la madrugada, al raso, una disputa -acentuada en el caso del primero por los celos, por una virilidad mal entendida- seca, contundente, casi diría que, hasta poética, con una conclusión elocuente por parte de Peck: “Y ahora dígame ¿Qué hemos demostrado?”.

"Están también unos paisajes imponentes, áridos unos, vergeles los otros, inmensos casi siempre...
«Están también unos paisajes imponentes, áridos unos, vergeles los otros, inmensos casi siempre…

Igualmente resulta de lo más estimulante el contraste entre damas. La más vaquera y ruda, Carroll Baker, la más estudiada y refinada en todos los sentidos y aspectos Jean Simmons. Ambas con carácter y ambas dos bellezones, cada una en su estilo. Dos actrices memorables, especialmente Simmons por la que he de confesar que siempre he sentido debilidad a lo largo de mi ya extensa vida cinéfila. Y siendo las dos hermosas, cada una en su estilo, me resulta inevitable inclinarme por esa adorable maestra encarnada por Simmons.

Están también unos paisajes imponentes, áridos unos, vergeles los otros, inmensos casi siempre, el Oeste de toda la vida vamos, magnificados por el cinemascope. Y expuestos mediante unas panorámicas propias de parte de ese cine más clásicamente épico de Hollywood, que tanto nos fascinó a muchos cuando lo descubrimos y que el paso del tiempo no ha hecho sino ratificarlo aún más… y que felizmente continúa repercutiendo en algunas nuevas remesas décadas después. Ahora y siempre, porque el verdadero arte no tiene edad. Pues en este caso, ya desde mismísimo comienzo, nos sitúa ante un inmejorable exponente del mismo en estado puro.

Me encanta, siempre me arrebata este western indispensable, imprescindible, al que puedo volver una y otra vez provocándome cada una de ellas nuevas e inagotables sensaciones placenteras.

Fue dirigido por uno de los más grandes que hayan existido jamás al otro lado de las cámaras. Por William Wyler, ese que hizo “tonterías del tipo de “Los mejores años de nuestra vida”, “Vacaciones en Roma”, “Jezabel”, “Cumbres borrascosas”, “La calumnia”, “Ben-Hur”, “La loba”, “La heredera”, “El coleccionista” o “La gran prueba”. Total, nada. Aquí regala todo un repertorio de sus amplios recursos, planos/contra planos, planos medios americanos o unas impagables cabalgadas mediante travellings formidables. Todo lo que hizo fue magistral, salvo tal vez la desmayada comedia “Cómo robar un millón y…”,  precisamente con mi adorada Audrey. En todo caso, genuino cine norteamericano, clásico a más no poder.

Garantizado: sus 160 minutos transcurren como un aliviador suspiro.

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