Aunque el motivo que alienta la redacción de este artículo es la reciente lectura de las evocaciones de juventud de Joan Margarit, tengo que decir que el Premio Cervantes que recibió a mediados del pasado noviembre me parece uno de los más merecidos de los que se han dado en los últimos veinte años, por poner una cifra. En cuanto a los poetas galardonados en ese mismo periodo, pienso directamente que Nicanor Parra y él son los únicos serios. Aplicando la vara de medir con que se decidió agasajar a Francisco Umbral o Juan Goytisolo, no sé qué pintan en la historia de ese premio el pinturero de Juan Gelman o algunos elementos del sistema que nunca han tenido mucho que decir. En cualquier caso, lo primero que debo indicar es que Margarit publicó Para tener casa hay que ganar la guerra en 2018, trece meses antes del Cervantes.
Supe de Joan Margarit hará casi una década, cuando rebuscaba en una estrecha estantería dedicada al género lírico que estaba en el centro de una librería ciudadrealeña. Una de esas editoriales de renombre en la que Margarit publica desde hace años acababa de inaugurar una serie especial y el responsable tuvo el buen tino de publicar, en edición bilingüe, el libro Misteriosamente feliz del autor catalán. Recuerdo el frío cortante y silencioso en medio de la avenida, sumida en el abandono que había depositado en ella el mes de enero tras el paso del tiempo de rebajas; también que hojeé algunos otros volúmenes de la misma colección. De entre tantos poetas contemporáneos leídos en aquellos días (muchísimos), mi gusto literario, caprichoso e inexperto, mantiene hoy la admiración por muy pocos, entre los que está Joan Margarit, cuyo arte deseo poder celebrar muchos años.
Para tener casa hay que ganar la guerra es un texto muy bien montado, sin las repeticiones y complacencias que en ocasiones lastran estos proyectos. El narrador se presenta como un tipo bastante práctico, nada pejiguera, dotado de un innato sentido de adaptación que le hace pasar de puntillas por aquellos lugares donde ve que se está desarrollando una realidad que no le interesa. Asocio la habilidad del Margarit joven para tirar por otra calle con la “rara virtud” que le ha permitido, ya adulto, “buscar y encontrar algo que está dentro de todos nosotros”. La depuración y el manejo exquisito del lenguaje, el poso de la métrica o los sentimientos revisados a la luz de los ferrocarriles en la medianoche o a la intemperie de los descampados de la periferia son algunos rasgos que conforman su poesía, sobria y apasionada al mismo tiempo, plasmada en verso o en prosa, como en el caso que nos ocupa.
La mirada de Margarit es tan limpia, y trasluce tan bien la emoción que le causaron en su niñez más distante las presencias del huerto y de la acequia, que por momentos el libro se asemeja a una carta urgente escrita por un adolescente cuyo dominio expresivo fuese poco menos que virtuoso. El vértigo asaltará a quienes no conozcan (mal hecho) a un autor que solo empezó a tomarse en serio a sí mismo una vez cumplidos los cuarenta, levantando una obra firme y delicada sin caer en ningún instante en el morbo, la cursilería ni el tópico. En una entrevista que concedió a la radiotelevisión pública, no perdió la oportunidad de señalar que “si no tienes una vida, mal podrás hacer un puñetero poema” y que, en su opinión, la buena poesía no ha peligrado nunca, “más bien acabará peligrando la prosa por esta montaña de novelas que no dicen nada”. Algo tiene que saber de esto último quien no deja de esparcir nombres como los de Robert Louis Stevenson, Josep Pla o Charles Dickens a lo largo de trescientas páginas.
La máxima del libro es evidente: así se hace un Premio Cervantes. Así se forja un poeta del pueblo, de espaldas al divismo, tan a pie de obra en su carrera profesional como en su propia vida. Así se arma un padre de cuatro hijos, huérfano de dos de ellas; un icono en dos idiomas, un largo verso de 81 años que empieza a ser consciente de estar revelándose en su juventud, mientras oye el ruido diáfano que hacen los carreteros que cruzan una plaza de Santa Cruz de Tenerife. En marzo, la editorial Austral ampliará su oferta de Joan Margarit con una nueva recopilación de poesías completas. Será, de nuevo, el momento de medir hasta qué penumbra de nuestra existencia alcanza la luz de este faro digno y sabio que brilló por vez primera en Sanahuja en medio de la guerra.
Para tener casa hay que ganar la guerra. Joan Margarit. Traducción de Josep Maria Rodríguez. Austral. Barcelona. 2018. 204 páginas. 14 euros.