Nada hay mejor para afirmar la existencia de uno mismo que buscarse un adversario, y si pueden ser dos, mejor aún. Ciudadanos y el PNV (para qué hablar del Partido Popular, todo es previsible) se han unido en el lenguaje de la amenaza, el chasquido de la serpiente sin veneno que recorre los veranos llena de palabras altisonantes, alarma y después aire. Se quiera reconocer o no, la presencia de un gobierno socialista en el Palacio de la Moncloa va recuperando la normalidad gubernamental desde la anormalidad de casi dos años de desgobierno del Partido Popular por causas propias.
El tiempo se adelantó y no le dio tiempo a Ciudadanos a pegar el salto al gobierno en esa conocida pirueta del caballo de Troya, situarse junto al adversario hasta que se confíe. Todo estaba dispuesto para que el sucesor del desmadre popular fuese el aparente renovador partido de Ciudadanos, y conviene recordar este dato, sin necesidad de profundizar más en la historia de sus orígenes o su financiación. El partido de Rivera hubiera enlazado una mayoría suficiente para sustituir a Mariano Rajoy, sin ningún dolor de los pecados o las alianzas necesarias. No hay traición entre adversarios, sólo batallas de una guerra. Aunque Ciudadanos ambicionaba iniciar esa guerra, todo se quedó en una batalla, ruido de cacerolas.
Seguramente, la llegada del nuevo líder del Partido Popular ha significado una mordedura en la delicada piel derechista de Ciudadanos, recién estrenada bajo la sombra de una bandera de España que han debido guardar en algún almacén de su agencia de publicidad a la espera de mejor ocasión, o de una nueva estrategia.
Sin espacio
Ya no es un partido emergente Ciudadanos. No ha podido formar gobierno en Catalunya, porque el PP se ha quedado en la insignificancia en ese territorio, pero su mayoría de votos le valdrá para airear una presencia nacional que se le resiste. Ciudadanos ha perdido la fuerza de la voz en la derecha, el PP ha vuelto a salir de la hoguera porque a la opinión pública española le importa un bledo la corrupción del principal partido, que gobernaba y, especialmente, a Ciudadanos, que prometió ser la prueba del algodón. Y sin un horizonte claro, levanta el dardo de la amenaza contra todo lo que se mueve desde el equipo del presidente Pedro Sánchez.
Es cierto que el gobierno socialista camina pisando huevos, porque algunos contienen escorpiones, no simples polluelos de cría, y la transición hasta las próximas elecciones va a ser mas dura de lo que se quiere aparentar en Ferraz, más aún conforme se vaya aproximando la fecha legalmente prevista. El objetivo de un adelanto de elecciones no lo alcanzarán el Partido Popular ni Ciudadanos con su campaña de deslegitimación o la oposición en el Congreso o el Parlamento. En ese afán, sólo los populares sacarán la ventaja de hacer olvidar su condena social y judicial y Ciudadanos, cuanto más alto grite, más contribuirá a ese objetivo popular.
Su desorientación no es actual. Con sus amenazas, ha unido su futuro al del partido de Aznar y Rajoy y no deja de ser el vagón de cola de esa derecha y sufrirá toda la gravedad de los vaivenes del vagón de cabecera. Por otro lado, esas amenazas tienen la sola fortaleza de sus votos, también en Catalunya, lo que parecen olvidar. Nada peor que no reconocer la debilidad propia, la crisis de identidad política y las agua movedizas cuando te rodean.
Un estatuto como amenaza
En la misma onda se ha situado el Partido Nacionalista Vasco (para qué hablar del magma en movimiento del nacionalismo catalán antes de que se convierta en un nuevo partido).
La aparente estrategia de cercanía y negociación del PNV durante o al final de la moción de censura a Mariano Rajoy no tiene ningún significado ideológico. Como Ciudadanos, el nacionalismo vasco esquiva la realidad del Parlamento español al mismo tiempo que amenaza a Ciudadanos y al PP, que proponen una nueva ley electoral que, según afirma el PNV, les alejaría de la Carrera de San Jerónimo y, en consecuencia, impulsaría una agitación independentista, lógica a su modo de ver.
La diferencia entre Ciudadanos y PNV es el control del poder que este ejerce y aquel no. Esa situación de ventaja sobre los demás partidos Vascos le hace bambolear su posición política según le conviene y por eso también tiene un discurso y un portavoz para cada momento y lugar. Parecería que el lehendakari Urkullu, también conocido como “el lehendakari manso” en comparación a su antecesor, representa el ala más moderada del PNV. Pero como afirman fuentes socialistas, su trasfondo es el mismo que defiende el lenguaje más radical de Egibar en el Parlamento, donde tiene enfrente a EH Bildu rozándole los talones.
Para las grandes amenazas retóricas, el PNV reserva el protagonismo al presidente del Euskadi Buru Batzar, Andoni Ortuzar, que no gobierna ni pelea en el Parlamento y tiene bula para amenazar con un Estatuto de Autonomía renovado en el sentido más querido por la izquierda abertzale, si PSE y Podemos no admiten el acuerdo triunfal conseguido en la ponencia parlamentaria entre los dos partidos nacionalistas, PNV y EH Bildu. Otegui lanzó las campanas al vuelo con permiso del PNV y el presidente peneuvista se encargó de advertir a socialistas y podemitas de que, con ellos o sin ellos, el acuerdo suscrito iría adelante.
La familia reza unida
No es una amenaza baladí. El nacionalismo de derechas y el de extrema izquierda tienen profundas discrepancias familiares e históricas, pero mayoría suficiente para aprobar un nuevo Estatuto sin los demás. No importa que el PNV tema como a un nublado la posibilidad de quedarse sin el socio preferente, el PSE-EE, porque quedaría a merced de EH Bildu o de los escasos votos del PP. Ese juego de remar con dos manos le permite avanzar.
Se cumplen estos días 123 años desde la fundación del Partido Nacionalista Vasco. Un somero repaso a su historia alecciona sobre la coherencia política mantenida en todo este tiempo, su capacidad para construir una ficción de país y hacer que su gobierno sea sustentado por los socialistas vascos, que siempre rechazaron el nacionalismo por conservador, ilusorio e insolidario. Todo un alarde.
Tal vez por eso resuenen más allá de Euskadi las amenazas de Ortuzar. Después de la aventura estatutaria del lehendakari Ibarretxe, no parece creíble que el País Vasco vaya a echar al mar un barco a la deriva como el catalán. Tal vez las elecciones están cerca y saben que sus socios, los socialistas del PSE-EE, tienen pocas ganas de volver a la oscuridad de la derrota.
Aurelio Romero Serrano (Ciudad Real, 1951) es periodista y escritor
