De umbría
Un recorrido por la melancolía y la tristeza de los espacio que fueron y tuvieron actividad y vida y ahora permanecen abandonados, pero espacios y objetos capaces de recordar otros momentos y experiencias.
La soledad y el silencio llegan desde los espacios abandonados y los tiempos pasados. La casa vacía es el lugar que respira la muerte, habitan gnomos tenaces los largos corredores: restos de luz… puertas añosas. La cruz vacía recuerda la fúnebre frescura de las velas, la vaga inflexión interina y recuerda aquellos años de infancia cuando había veloces armonías de infancia en el sol emancipado. Enciende las imágenes antiguas y queda un absorto hueco de instantes. Tu Silencio es El Silencio. Espacios y lugares recordados con la tristeza y el silencio.
Sobre el volcán la flor
Ahora de nuevo los espacios recorridos en los que se hace presente la soledad, la vivencia incluso sin recuerdos. El niño está solo jugando con el gato herido, acariciando el crepúsculo en su almohada. Pero aún queda un rasgueo de pasos perdiéndose por las baldosas de las calles, un saco de letras ordenadas en los hoteles aún queda el magma de un volcán y queda concebir un mar con todas las palabras que no comenzaron.
La niebla deja de visitar las calles, deja de colarse por las rendijas porque está buscando otro pueblo distinto. En cada lugar están presentes los recuerdos. No he ido a ningún lugar en el que no te haya visto, a ninguna ciudad en que no hayas estado.
He aprendido a vivir sin nadie con el recuerdo de mis pisadas y el aliento de mi espíritu y mi corazón. Pero hay un sentimiento de desesperanza: Hoy he comprendido que todos los rostros están ya acabados, aunque parece asomar la esperanza porque ha comprendido que todo aquello que ya no conozco, y que vive dentro de mí está sin hacer todavía, buscando sus dioses voluntarios en los años remotos. Conservando su origen de donde quiera que haya venido, adonde quiera que vaya.
Cuarenta latidos
Aquí en su relación directa con el paisaje de nuestra tierra, en el puerto de Niefla, llegando a Montoro, en las montañas de Sierra Madrona es donde recuerda a Juan Ramón Jiménez definiendo la poesía como el pensamiento de la soledad. Y aquí va narrando experiencias en lugares y con personas diferentes. En la selva, después de llegar al aeropuerto de Colombia y un largo recorrido en autobús conoce a una persona con la que siente que algo que venía de lejos se encontraba con nosotros y nos ayudaba a conocer que un instante podría contener todos los segundos del tiempo. Y ahora lo ha vuelto a ver en nuevos territorios, en un distrito miserable. Un encuentro de personas y lugares que en sus territorios diversos evocan sensaciones diferentes.
Y en el puerto de Mestanza se hace visible esa fábrica que por la noche parece un trasatlántico varado en un puerto que tiene un mar de matojos y cereales, un mar de juncos antiguos que siguen bamboleándose en las cuentas de la carretera. Una imagen potente de la gran instalación industrial que, en la noche, tiene una presencia especial con su iluminación y la fuerza de sus estructuras.
Y es allí donde escucha la música de una esperanza que quiere olvidarse de morir, la música que suena dentro de la mente, en esa vida que sólo puede existir en nuestro interior y que, a veces, se esconde olvidándose que está ahí. Siente la música de la vida en todo, en la placidez de una yerba que asciende hacia la luz, en el descanso interminable de una cepa que explota el sudor verde de su cuerpo, en la luz del alba que va cayendo y cayendo desde un lugar que no existe.
Y recuerda el uno de noviembre y a Cicerón recordando que la vida de los muertos está en la memoria de los vivos. Y por ello quiere que sus personas queridas no se mueran del todo y que sigan ahí, en algún profundo y oculto lugar de sus entrañas, que es como decir que en algún oculto lugar de la esperanza.
El sueño de la muerte
En este grupo de poemas vuelve al tema central de la antología. Si me pides el corazón te lo daré entero. Si me pides los recuerdo los escribiré y los pondré encima de una bandeja con su silencio cortado, para entregártelos y que luego puedas hacer con ellos lo que quieras. Si me pides la misma muerte me la quitaré de los ojos y me la quitaré de las entrañas. Porque siente que todo ha llegado a su final. Y por eso todo lo que ha podido amar lo ha lanzado a un rio cuya agua viaja por las arterias del silencio.
Pero sin embargo abre su corazón lleno de palabras que inventa todavía, aunque huela a fuego y a pasado, en la penumbra de un bar de mineros muertos. Y eso con esa imagen dura del esqueleto leyendo un libro en la orilla de un río muerto donde de nuevo los colores de la tarde resucitan en el nuevo brillo de sus ojos. Y por ello no tiene miedo de continuar, de irse porque sus huesos respiran una claridad que ya no se acaba.
El sueño del amor y de la vida
Regresa y otra vez está aquí y pregunta a alguien si quieres venir conmigo hasta el infinito para descubrir una verdad que envuelve el universo, vencer la soledad del mundo con la soledad de un amor eterno. Y cree en la vida porque ha amado y porque se siguen mirando aún en el olvido, porque hay recuerdos que hablan entre ellos sin preguntar a nadie.
El sueño de la vida es el sueño del viaje de Manuel a conocer el mar al que le llevó su madre. Es el viaje a la cima de la montaña para sentir el silencio como un corazón que late en los árboles. Un sueño hambriento de misterio que recorre calles solitarias, un sendero de abedules. Una conversación con la oscuridad para ver las mismas cosas en los mismos lugares. Y en ese sueño de la vida, la presencia de su madre que le contaba la historia de su trascurrir entre viñas, higueras, naranjos y chumberas.
Un recorrido por sus poemas que es un camino por la vida y la muerte, por el dolor y la alegría, por las emociones y sentimientos presentes en los hermosos poemas que componen la antología El corazón de la muerte. Luis García Montero decía: Por eso creo que la poesía es un género de ficción, una construcción, un asunto de ciudadanos y no de héroes. Poemas que se reviven recitados por el autor junto a Manuel Galiana y Carlos Hipólito esta semana en el aula de la Facultad de Letras de Ciudad Real.