Los edificios se construyen con una determinada funcionalidad que, en gran parte, condiciona su forma y define su arquitectura. Las viviendas son edificios pensados para residir, las iglesias para la celebración del culto, los teatros para la representación y los palacios para la residencia del poder. Pero el paso del tiempo deja algunos de estos edificios sin uso y su rehabilitación propone una nueva función. Es esencial que esta nueva función sea compatible con el edificio original y mantenga aquellos edificios significativos de la obra original para que podamos decir que estamos realizando una rehabilitación. En muchas ocasiones las nuevas propuestas funcionales suponen alteraciones tan importantes en el edificio resulta irreconocible y, sobre todo, se deterioran aquellos valores que nos han llevado a plantear su conservación y su nuevo uso para la comunidad.
Una buena rehabilitación supone la recuperación de los valores esenciales del edificio, el mantenimiento de sus condiciones básicas de estabilidad, protección frente a las agresiones exteriores y conservación de sus valores espaciales. Hay ocasiones en las que el edificio rehabilitado, sin uso, adquiere un nuevo significado. La pérdida de funcionalidad añade un carácter singular a la construcción, Lo contemplamos con una nueva mirada exenta de sus valores de utilización y atenta solamente a sus condiciones formales, a su espacio por el que ha transcurrido el tiempo que impregna de alguna manera sus espacios. La iglesia de San Agustín de Almagro tiene esas condiciones especiales. Un espacio de grandes dimensiones en el que la desaparición de su uso religioso le confiere un nuevo carácter. Contemplamos el edificio con la visión atenta exclusivamente a sus valores formales a sus dimensiones a la presencia de sus pinturas que llenan sus paramentos y sus cubiertas. Un espacio repleto de nuevas significaciones, de sugerencias que se renuevan con las vivencias de cada uno.
Incluso la presencia de importantes fisuras en algunos de sus paramentos parece añadirle la fragilidad de aquello que no acabamos de considerar totalmente seguro, que tiene una cierta incertidumbre en su presencia. Y en ese espacio, la presencia de elementos no habituales crea una nueva visión y una percepción diferente. Los maniquíes, los bocetos de dibujos teatrales presentes en el altar, las vitrinas en el centro de la nave que nos permiten recorridos que no son los habituales en el espacio litúrgico conforman una nueva perspectiva que se superpone a las anteriores. El uso de San Agustín como espacio expositivo tiene el atractivo de contar con un espacio singular, especialmente sugerente, en el que las piezas reviven con el entorno, y adquieren nuevas significaciones. Los maniquíes en las gradas del altar, la vitrina en el centro de la nave, las piezas localizadas en las capillas laterales son elementos que conviven con los muros impregnados por el paso del tiempo, con las huellas del arte de otros momentos y con las marcas de antiguos terremotos, empujes y tensiones que fracturan la antigua arquitectura. Una exposición de gran calidad que tiene un escenario privilegiado para su presencia.