Manolo Villaseñor vivía en la casa que había diseñado Fernando Higueras en Torrelodones en la calle de las Moreras. Fernando Higueras había realizado diferentes viviendas unifamiliares para artistas. En 1962 la casa para Lucio Muñoz y Amalia Avia también en Torrelodones, en 1970 la casa Fierro y en 1972 la suya propia que denominaba Rascainfiernos. La casa de Manolo Villaseñor se realizó entre 1966 y 1967 y supuso el comienzo de una buena relación personal entre el artista y el arquitecto.
Manolo realizó un excelente dibujo de Fernando Higueras y fue el responsable de convencer al alcalde del momento para que Higueras proyectara el edificio del ayuntamiento de Ciudad Real. Manolo Villaseñor tiene una actividad intensa como pintor, como profesor en la Facultad de Bellas Artes y como impulsor de numerosas actividades culturales como sus cursos de pintura o promoción de exposiciones.
La casa y el artista
La casa de Torrelodones era todo un símbolo de la persona que la habitaba. Situada en una posición ligeramente elevada, rodeada de una vegetación autóctona, tiene la sobriedad y la elegancia de su propietario. Sus grandes vigas, de hormigón, sus suaves pendientes inclinadas de cubierta conforman tanto la imagen exterior como los espacios del interior del edificio. Y allí, en otro cuerpo construido, ligeramente separado de la zona residencial, Manolo tenía su estudio. Allí trabajaba de forma intensa y guardaba numerosos cuadros que se convertían en parte de su vida personal.
Cuando la Junta de Comunidades, en 1990, organizaba una exposición de su obra y publicaba un excelente catálogo, el pintor eligió a Antonio Zarco para que escribiera los textos de la publicación, Y la publicación recorre de forma ordenada los momentos de su creación: el Periodo escolar de 1942 a 1947, el Periodo romano y el regreso de 1953 a 1959, los Murales, los Paisajes de 1959 a 1975, los Muros de 1960 a 1975, Interiores con figuras de 1975 a 1987, Testimonio de 1969 a 1976, Éxodo de 1973 a 1975, Testimonios humanos de 1977 a 1986, los Retratos de cosas de 1976 a 1990. Un recorrido que marca una trayectoria de evolución y cambio y que está íntimamente ligado a su vida personal.
Una colección de cientos de obras que cede generosamente a Ciudad Real, que conforman una conjunto de especial importancia y que dan un valor esencial al Museo que se construye en la ciudad. Un conjunto de obras que por su extensión y por su calidad justifican y dan valor al Museo Villaseñor. No siempre esa doble circunstancia se da y por eso es bueno valorarla y apreciarla en nuestro caso: un conjunto importante de obras que el autor conserva y que acuerda ceder a la ciudad y la posibilidad de remodelar un edificio singular como Museo. Un espacio casi ruinoso en el que el trabajo de técnicos municipales, de personal de la Escuela Taller y de diferentes empresas hizo posible recuperar la vida para albergar un museo y un espacio cultural.
Realidad y realismo
Cuando Zarco realiza un recorrido por su obra analizando diferentes etapas y momentos pictóricos decía que una idea o aspecto, pone en comunicación a todas su obras entre sí, como un hilo conductor que las recorriera todas sin cortarse en ninguna, al menos hasta ahora. Ese común denominador es una no interrumpida referencia a la realidad, lo podríamos llamar, de momento su realismo. El mismo decía: Sí, yo me considero realista por supuesto, y no al modo como lo son ahora algunos, con una moda y un modo de realismo epidérmico, casi fotográfico. No se trata del realismo miserabilista que persigue todo desconchón o deterioro como un síntoma de realidad. Un realismo que reconocer que no lo puede explicar siempre. Puede ser a veces una luz, una coloración, un evidenciar o no algo, no sé. Esto de intentar concretar en palabras algo como la pintura, es siempre muy difícil, casi imposible. Sobre todo, para el pintor, que lo que tiene que hacer es pintar.
Un realismo que se acerca a temas muy diferentes, desde los muros en su serie, los éxodos con los cuadros que se acercan a la despedida de la marcha del tren con los abrazos y los rostros de tristeza que alargan sus manos para un último saludo o los retratos de cosas. Imágenes de espacios con el pan, las botellas, los objetos cotidianos que destilan la tristeza del abandono, de un cierto desorden que destaca sobre los muros rugosos del fondo. Un realismo que titula Reencuentros en el tiempo I a IV o Flores secas, Flores secas y membrillo, Cesta de huevos, Conejo desollado, Ajos cebolla y huevos. Frutos como los membrillos o los girasoles reciben la luz que llena algunos de estos cuadros de alegría, de una luz que se refleja en los paramentos recubiertos de azulejos o que entra desde un hueco lateral sobre las cebollas. Protagonismos de objetos cotidianos como la olla exprés, el hornazo, el huevo en el plato, objetos que se repiten en composiciones diferentes, con iluminaciones variables que hablan de la alegría de lo cotidiano
El drama y la pasión tranquilos
La pintura que se acerca más a su vida personal y al hombre y la mujer en situación de desamparo respira un halo de amargura presente en los temas, en los espacios en que trascurre la pintura y en la forma de aproximarse a ellos. Hombre y mujer, Historia de una vida, Al fondo una habitación vacía o el Y qué de la mesa de autopsias de 1983 en ese espacio abandonado y amargo. Son cuadros con una carga de vivencias personales que se trasmiten y hacen visibles de nuevo con una presencia que nos impacta y emociona. Un realismo capaz de trasmitir emociones, de hacernos responder a la pintura con nuestros sentimientos y emociones.
Cuando hablaba de Velázquez decía: El drama, la pasión que puede haber en mi obra, están tranquilos. Yo no he necesitado mucha sangre para ser apasionado y hasta dramático. Porque la realidad es casi siempre más aterradora cuando pasión, drama, horror están revestidos de calma. La muerte como máxima trascendencia es la calma absoluta, total.
Una obra en la que es posible descubrir la personalidad de su autor. Un hombre con una capacidad creadora especial, una calidad como pintor de singular valía que desarrollaba su actividad de forma peculiar y única.
Un carácter enérgico, de convicciones fuertes, de ironía inteligente y ácida en ocasiones, pero de una afabilidad total en su relación personal. Y, sobre todo, un creador que ha desplegado una intensa actividad que, por suerte, conservamos unida en Ciudad Real. Manuel López-Villaseñor y López Cano nació en la calle Compás de Santo Domingo el 28 de junio de 1924 y por ello celebramos ahora su centenario.
Una celebración con una excelente exposición en el Museo que lleva su nombre. Seleccionar obras entre la importante colección que tiene el Museo Villaseñor es tarea a la vez fácil y difícil porque hay un amplio repertorio, pero hay que elegir y ordenar. Sonia González, ha realizado una excelente selección de obras que configuran una magnífica exposición para celebrar el centenario de Villaseñor. Cuadros que van desde 1949 hasta 1996 ordenados en tres salas del Museo municipal que recorren etapas de su actividad: el periodo de formación y experimentación, la temática personal y una última fase con “retratos de cosas”.