Malos tiempos para la lírica, malos tiempos para las formas y el respeto en estos momentos duros para casi todos. Las noticias de cada día sobre personas afectadas por el virus y las muertes que repite la crónica informativa son suficientemente terribles para que nuestra vida confinada sea un trascurrir de tristeza. Pero un trascurrir en el que queremos mantener firme nuestra dignidad personal y la de todos los que nos rodean.
Diálogo con respeto
Respetar es mirar a los demás, es ser capaz de escuchar. Las opiniones, incluso las más extravagantes y alejadas de nuestras ideas y razonamientos son respetables. Uno de los valores esenciales de la democracia es esa capacidad de reconocer el derecho de los demás a opinar, hablar y presentar sus argumentos.
A estas alturas de desarrollo casi todos son expertos en pandemias, sabían las soluciones al problema y nos ponen los ejemplos de los países que les parecen ideales a cada uno de ellos. Es difícil soportar la cantidad de afirmaciones sin más fundamento que algún dato aislado obtenido de algún artículo de prensa, de algún “científico” que, aunque no le conozcamos, sabe de esto más que nadie. Los “primos” que opinan sobre los problemas y sus soluciones mágicas surgen día a día en todos los rincones de los medios de comunicación y no digamos en las redes sociales. Pero asumiendo esta realidad plural de la sociedad en la que vivimos me atrevo a reflexionar sobre algunos aspectos formales.
Opiniones razonadas
Estaría bien que, en lugar de repetir eslóganes, discursos de argumentarios y demás panfletos que circulan empezáramos a presentar razones en favor de nuestros argumentos. Y en este momento los argumentos esenciales deberían ser argumentos científicos presentados con la humildad del que sabe que estamos ante un problema desconocido. No sabemos las soluciones sanitarias, no tenemos vacunas y desconocemos, en gran medida, cómo se propaga y cómo atajarlo. Prueba de ello es la respuesta tan dispar de los diferentes países, comparar por ejemplo las decisiones adoptadas en diferentes países de la comunidad europea, plazos, soluciones y consecuencias de estas. Los verdaderos científicos, en estos momentos, presentan sus propuestas con humildad, sabiendo lo limitado de su saber, la necesidad de investigar sobre esta nueva realidad.
Y junto a la necesidad de razonar con humildad, la necesidad siempre fundamental de respetar las opiniones de los demás. Cada día más artículos de opinión, más mensajes en los diferentes medios expresan el sofisma de que todos los que no aceptamos sus afirmaciones no somos tan inteligentes como ellos. Algunos, conocedores de la verdad, nos la cuentan y lo lógico es que digamos amén y reconozcamos sus valiosas aportaciones presentadas sin el más mínimo argumento. De lo contrario es que nuestra capacidad intelectual es muy limitada como argumentan lo es la de los miembros del gobierno, sus asesores y todo aquel que pueda coincidir con ellos.
Pero conviene no olvidar que el respeto a los demás, la tolerancia de opiniones diferentes de las nuestras, la capacidad de escuchar, de mirar a los demás con atención es un principio esencial de la democracia, de nuestra convivencia. Y que afirmaciones como las que descalifican a todo el que piensa distinto por torpe, ignorante y vendido son la mejor manifestaciones de falta de valores esenciales de la persona y de la convivencia tolerante y pacífica. Nuestra vida necesita un sistema de comunicación, la ciudad, la sociedad debe ser sobre todo la ciudad de las palabras, de la comunicación y de la expresión respetuosa de ideas. En estos momentos difíciles, el respeto a los demás y a sus opiniones se convierte en condición más esencial que nunca.
El director general de la OMS decía: “Por favor, pongan en cuarentena la politización del Covid”. Tendremos que hacernos “con muchas bolsas para cadáveres” si no evitamos eso. Aprovechar la pandemia para ajustar cuentas en el combate político es “jugar con fuego”.
El tiempo de lo común
Es momento de valorar cómo nuestra posible respuesta viene desde lo común, desde la organización colectiva en diferentes niveles sean de la administración o de asociaciones y colectivos. Pero, sobre todo, es el momento de reflexionar y valorar lo que tenemos como comunidad. La sanidad pública deberá aprender de esta experiencia incrementando los recursos necesarios y ordenando su gestión para situaciones excepcionales como la que estamos viviendo. Pero, sobre todo, entendiendo la necesidad de un servicio común para todos creado con el esfuerzo de todos los ciudadanos que aportan en la medida de sus posibilidades. Se imaginan esta situación en países donde la sanidad pública no existe. Pueden mirar la realidad de países avanzados y sobre todo de países con niveles económicos muy inferiores a los nuestros para entender la gravedad de la situación. Conviene no olvidarlo para el futuro y para revisar nuestras actuaciones pasadas.
Son tiempos también de coordinar esfuerzos, de trabajar en común en temas que nos afectan a todos. Nuestro país con competencias sanitarias repartidas en diecisiete comunidades debe coordinarse en un esfuerzo como el que exige la actual situación. Y para ello la situación excepcional del estado de alarma asumiendo legalmente la coordinación y aportando recursos ha sido una fórmula efectiva. Pero deberíamos aprender de la necesidad de coordinación, de sistemas de trabajo en común para cualquier situación sanitaria.
De la experiencia de esta crisis sanitarias deberemos aprender todos: el Estado de sus errores y aciertos y las comunidades autónomas de su gestión sanitaria previa a la crisis y en el desarrollo de esta. La evaluación de cada administración, de cada partido político, de cada colectivo social, medio de comunicación o grupos de influencia se hará en función de cómo han sabido aportar a la solución de este problema. Y hay muchos más interesados en trasmitir y reforzar la sensación de mala situación que en inculcar esperanza y aportar ayudas y soluciones. En estos momentos de dificultades el ánimo psicológico, la voluntad de salir adelante, la ilusión por un mañana son tareas también comunes que asumir e inculcar en la sociedad.
Compasión
La compasión dice el diccionario es el sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo. No es simplemente ese dar pena, lamentar los males de los demás, es compartir el sufrimiento y luchar para aliviarlo. Y en estos momentos en que numerosas personas sufren como consecuencia de la enfermedad, los sanitarios tratan de atajarla y muchos fallecen en esa lucha por sobrevivir, la reacción de la sociedad debe ser la de la compasión, compartir esa difícil situación y ayudar en la medida en que cada uno podamos a resolverlo. Son demasiadas vidas truncadas o enfermas para que necesitamos falsificadores de noticias o miserables vendedores de fotografías trucadas para ser conscientes del momento duro que estamos viviendo.
No es el momento de culpabilizar a los demás de algo que no sabemos cómo controlar, de una realidad que nos supera y que ha sobrepasado todas nuestras previsiones.
Son momentos en los que la compasión es necesaria, porque como dice Margarit, la compasión resulta imprescindible si buscas la decencia.