La declaración del estado de alarma ha introducido de golpe un nuevo ritmo y sentido a nuestras vidas. Aislados en nuestras viviendas, protegidos del exterior en nuestro espacio particular vivimos tiempos difíciles, tiempos diferentes
Tiempo de silencio
Los tiempos de aislamiento son tiempos de silencio de reflexión personal, de aislamiento del ruido del mundo. Tiempos que nos obligan a centrar nuestras vidas en lo cotidiano próximo pero que nos ofrecen un ritmo que nos permite pensar sobre los valores importantes. Las palabras de la canción Gracias a la vida de Violeta Parra se convierten en un reclamo vital de nuestra experiencia, de lo esencial en este momento para nosotros y para todas las personas que conocemos y queremos, aisladas en sus espacios personales, en sus viviendas.
Deberían ser tiempo de silencio para los políticos con comentarios innecesarios, con propuestas fuera de lugar y con enfrentamientos inoportunos. Y también silencio de aquellos que ya lo sabían todo antes de llegar, que conocían los remedios de nuestros males y las actuaciones que deberíamos haber realizado. Son tiempos para las palabras estrictas, para los comentarios de los que saben y nos orientan en nuestras actuaciones, pero sobre todo tiempos de silencio para la mayoría.
Tiempos de preocupación en los que el silencio se convierte en un valor de nuestras vidas. La visita a espacios de ruido, de palabras y encuentros son ahora visitas a espacios de silencio. En el supermercado, muchos de sus visitantes que siguen las recomendaciones con sus mascarillas y guantes avanzan silenciosa y rápidamente a buscar los productos necesarios. Curiosas selecciones de lo que necesitamos para días de aislamiento. No hay música ni ruido ambiente y cuando reconoces a alguien tras la mascarilla pico de pato una leve inclinación de cabeza se convierte en reconocimiento de afecto y saludo.
Pero, sobre todo, son tiempos de silencio por el reconocimiento de la gravedad de la situación, por entender cómo avanza la enfermedad, nuestras dificultades para contenerla, nuestras profundas limitaciones y sobre todo por entender cómo acaba con la vida de muchas personas vulnerables. Tiempos de asumir nuestras limitaciones, nuestros márgenes de actuación, nuestra sencilla pero esencial aportación.
El tiempo lento
Los paisajes y los edificios son amplificadores de las emociones porque refuerzan nuestras sensaciones de pertenencia o extrañamiento, de acogimiento o rechazo, de tranquilidad o desesperación. La casa, más aún que el paisaje es un estado del alma. Hay un vínculo secreto entre la lentitud y la memoria, entre la velocidad y el olvido… el grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria; el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido decía Milan Kundera
Nuestras casas se han convertido ahora en nuestros territorios vitales. El filósofo Gasston Bachelard en su libro La poética del espacio decía sobre la casa: la casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz. No son únicamente los pensamientos; y las experiencias los que sancionan los valores humanos. Al ensueño le pertenecen valores que marcan al hombre en su profundidad. El ensueño tiene incluso un privilegio de auto valorización, goza directamente de su ser. Entonces, los lugares donde se ha vivido el ensueño se. restituyen por ellos mismos en un nuevo ensueño. Porque los recuerdos de las antiguas moradas se reviven como ensueños, las moradas del pasado son en nosotros imperecederas. En estos tiempos de reclusión en nuestras viviendas, cada rincón, cada espacio de esta se convierte en lugar de experiencias, en espacio de reflexión de memorias y recuerdos. Son tiempos lentos que nos permiten ordenar nuestro papeles, pasar revista a esas fotografías antiguas, a los libros de la estantería, a cada uno de los objetos que llenan nuestras mesas y rincones.
Para mí dice el arquitecto Johani Pallaasma, la medida real de la calidad de una ciudad, probablemente también de una casa, está en saber si puedo imaginarme enamorándome en ella. La arquitectura tiene que ralentizar la experiencia, detener el tiempo y defender la lentitud natural y la diversidad de la experiencia… la tarea de la arquitectura consiste en preservar y defender el silencio… El deber de la arquitectura y del arte es investigar los ideales y los nuevos modos de percepción y de experiencia y de este modo abrir y ampliar los límites de nuestro mundo. Nuestras casas son ahora los lugares del tiempo lento, del trascurrir profundo de cada espacio que recoge horas y horas de nuestras experiencias vitales.
Tiempo de solidaridad
Los tiempos de silencio y de ritmo lento son, curiosamente tiempos de solidaridad, porque sabemos que muchos están aislados igual que nosotros, con la esperanza de superar estos tiempos difíciles. Y ahora son las redes sociales, los diferentes instrumentos los que nos acercan a los amigos, a los vecinos, a los miembros de la comunidad. Las noticias que nos llegan por los modernos canales de comunicación nos informan de nuestras personas cercanas, de los miembros de la comunidad, de las personas que conocemos que están enfermas o que hemos perdido. Un simple mensaje nos permite reconocer la presencia de nuestros vecinos, de nuestros amigos o familiares.
Y curiosamente la mejor forma de solidaridad es el aislamiento personal para no contagiarnos nosotros y no transmitir la enfermedad a los demás. Sorprende la irresponsabilidad de algunas personas que vemos en los medios de comunicación incumpliendo de forma absolutamente irracional las condiciones esenciales de aislamiento necesario. Porque el objetivo es reducir las oportunidades de transmisión: al tocar, toser, estornudar. Nuestras herramientas son la distancia social, la permanencia en casa y las medidas exigentes de higiene personal y común. Nuestro aislamiento es la mejor arma de solidaridad.
En ese silencio del tiempo lento encontramos las palabras que nos llegan desde los demás simplemente diciendo que están vivos que siguen activos en su vida cotidiana reducida a la permanencia en sus domicilios. De solidaridad, también con los que, en esta situación de parón económico, de dificultades de la actividad cotidiana necesitan la ayuda común. Son tiempos de prioridades, de poner el acento en cosas esenciales como la vida cotidiana.
Ahora la prioridad esencial y sencilla es la vida. En el principio de la primavera la canción de Violeta Parra es todo un himno de esperanza y agradecimiento: Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me ha dado la risa y me ha dado el llanto. Así yo distingo dicha de quebranto, los dos materiales que forman mi canto y el canto de ustedes que es mi mismo canto. Y el canto de todos que es mi propio canto.
Gracias a la vida que me ha dado tanto. Tiempos de silencio, tiempos lentos, pero tiempos de solidaridad y esperanza.