Cambio brusco el de la directora neerlandesa, últimamente afincada en La Meca del Cine, Halina Reijn. Su anterior trabajo a este había sido un “slasher” (subgénero sanguinolento del terror consistente en apuñalamientos masivos o individualmente), una comedia negruzca con cierta gracia titulada explícitamente “Muerte, muerte, muerte”.
Pues bien, en “Babygirl” troca la muerte por sexo, algo que a veces puede ir asociado (Buñuel sabía un rato de esto), pero que no es el caso. Es más, son algunos los que apuntan ciertas concomitancias -muy cogidas por los pelos- con el “clásico” erótico ochentero “Nueve semanas y media”, otra de esas tantas películas a lo largo de la historia denostadas de partida por mi gremio y que a mí me gustan bastante (un ejemplo más clamoroso dentro de estos registros de exhibiciones carnales es el de la estupenda “Showgirls”), pues el director de aquella, Adrian Lyne, experto en este tipo de historias tórridas, perpetraría uno de sus habituales trabajos publicitarios/visuales de considerable atractivo en el que Mickey Rourke todavía no se había -con perdón- echado a perder del todo (estaría magnífico en la posterior y memorable “Manhattan Sur”) y Kim Bassinger se mostraba tan esplendorosa como siempre, buena actriz por cierto, compruébese si no, entre otras, con su actuación para “L.A. Confidential”, recompensada con un merecidísimo Oscar como actriz de reparto (inolvidable como émula de la divina Veronica Lake).
Bien, el caso es que esta historia va de señora madura que seduce o es seducida -a veces puede montar tanto una cuestión como la otra, y conste que no es mi intención hacer un chiste burdo y facilón- por un becario. Ya ven que su premisa no es exactamente la de la citada “Nueve semanas…”, pero sí lo puede ser cierto componente sexual -por ardor guerrero que no quede- que tampoco traspasa ni trasciende línea alguna por las que se suelan desenvolver este tipo concreto de relatos para grandes estudios. Es más, recorre caminos demasiado trillados en el sentido que quieran (da igual que sea un señor o una señora la persona madura en cuestión, los patrones pueden resultar en el fondo exactamente iguales, es más, ya era hora de que se hicieran cada vez más propuestas en la que ella es la mayor de la pareja).
Pero vuelvo de nuevo a mis colegas, a los que se dedican a -dicho con simpatía, palabra- a juntar letras como yo, y me quedo perplejo ante la cascada de elogios que ha recibido esta propuesta. Ojalá me hubiera sentido igual de arrebatado como ellos, pero siento que no haya sido así. Supongo, eso sí, que las intenciones albergadas por sus creadores han sido las mejores (lo de reivindicar el deseo femenino por encima de otras consideraciones se había mostrado inmejorablemente más de sesenta años antes en esa obra maestra que es “Un extraño en mi vida” de Richard Quine con unos inmensos Kirk Douglas y Kim Novak), pero el resultado es inocuo, sin pegada alguna, sin recorrido o alcance. Todo me acaba resultando epidérmico, sin chicha, excesivamente visto y sin que esta vez se encuentre rociado por ninguna gracia especial.

Bueno, rectifico, sí hay una, la siempre -en todos los sentidos- enorme actriz estadounidense -lo es, al igual que Mel Gibson y en contra de lo que dicen algunos, pues nació en Hawái pesa a que fuera por casualidad y aunque sus padres fueran australianos, continente en el que residiría los primeros años de su vida- Nicole Kidman, de unos 57 espléndidos añazos. Ya de joven rebosaba talento -y entusiasmo por su profesión- y en su madurez no solo no ha perdido un ápice del mismo ni de presencia, sino que ambos aspectos no ha hecho sino ratificarlos con creces. Y, madre mía, esto me vuelve a hacer reflexionar sobre lo fugaz del tiempo, pues recuerdo haberla descubierto muy jovencita en su breve pero eficaz etapa australiana, en dos excelentes producciones -la obviaré adolescente en “Los bicivoladores”-, el thriller “Calma total” y el drama de internados privados “La primera experiencia (Flirting)” en el que salía también muy guapa la incipiente modelo e intérprete Thandie Newton.
Sobre ella pivota todo el foco y ese me parece un acierto. Pero apenas pocas virtudes más consigo detectar. En esta ocasión, en otras también y en otras varias no, coincido con Carlos Boyero. Solo la salvo a ella. E igualmente el resto “no me parece del todo desechable, pero tampoco me impacta lo que cuenta ni la forma de hacerlo”. Añadiría de cosecha propia que me resulta insustancial. En cuanto al personaje de Antonio Banderas, y siento de corazón decirlo porque es un tipo que me cae muy bien, es un puro pegote. Y el supuesto humor señalado por alguno, no lo pillo, debe ser muy soterrado. Últimamente pillo poco de muchas moderneces.
Puesto que ya soy veterano y me conozco el percal, más de uno dirá que esta es una mera opinión y no una crítica sesuda que desarrolle argumentos. Pero miren, vamos a dejarnos de engañabobos. Recuerdo una vez estar disertando más de una hora sobre las mil virtudes de “Lo que el viento se llevó” y darme un amiguete una palmadita amistosa, espetándome “vale, lo que dices está muy bien, pero a mí me parece un tostonazo”. Pues eso, lo cual no quiere decir que no haya que persistir en reflexionar sobre el arte en sus múltiples manifestaciones (que ante todo debe ser entretenido y captar a la atención… y a partir de ahí viene todo lo demás), pero me estoy haciendo mayor y las impresiones personales ya no las quiero recubrir de paja.
Toda esta viruta o parrafada que les he soltado es porque no me apetece nada hablar o escribir sobre las películas que no me gustan, pues siempre he pensado que quien soy yo (pese a tener la historia del cine en mi cabeza, disculpen la petulancia o jactancia) para cargarme el trabajo de nadie, aunque mantenga la opinión que sea. Ya les digo… nadie. Vale mucho más alguien que intenta crear algo, Ed Wood, por ejemplo, que el mejor de los críticos. Esta es una profesión que alguno, como es mi caso, ha ejercido para poder dar rienda suelta a la adicción e intentar ligar con chicas, y ya les informo que en este segundo apartado he solido pinchar en hueso.

En fin, Kidman merece perfectamente la entrada, el resto es prescindible. Fíjense algunos de los peliculones y trabajazos, una muestra tan solo, que atesora en su filmografía: “Las horas” (su más que plausible Oscar obtenido hasta la fecha, encarnado a la mismísima Virginia Woolf… acumula además cuatro nominaciones), “Ser los Ricardo”, “Moulin Rouge”, “Malice”, “Un horizonte muy lejano”, “Australia”. “Lion”, “El hombre del norte”, “Stoker”, “El escándalo”, “Un largo viaje”, “Invasión”, “Los secretos del corazón”, “Reencarnación”, “Todo por un sueño”, “Billy Bathgate”, “Eyes wide shut”, “Los otros” (la única y brillantísima incursión en la cinematografía española), “La mancha humana”, “Cold mountain”, “La intérprete”, “Margot y la boda”, “La brújula dorada”, “Retrato de una dama” o “Mi vida”.
Es uno de los 12 primeros estrenos del año que no me han convencido, menos mal que la cosa se acaba de enmendar el fin de semana en el que escribo esta reseña con las -en distintos grados- formidables “The brutalist”, “Flow” y “El profesor de esgrima”.