“Calle Mayor”, de 1956, es una de las cinco o seis obras maestras (de memoria se me vienen ahora a la cabeza “Nunca pasa nada”, la histórica en cuanto a repercusión “Muerte de un ciclista”, “Los inocentes”, “Cómicos” y “A las cinco de la tarde”) de uno de los nombres dorados del cine español, Juan Antonio Bardem, todas ellas paridas en pleno franquismo, pues al igual que su socio Luis García Berlanga, con el que había debutado al alimón en el mundo del largometraje un quinquenio antes con “Esa pareja feliz”, contra el régimen se acabaría mostrando mucho más creativo (tal vez porque había que circunvalar y darles más vueltas a la imaginación, aunque el talento siempre estuvo ahí) que cuando luego trabajara en democracia. No deja de resultar curioso, pero como he comentado, explicable.
En concreto, “Calle Mayor”, inspirada muy libremente en “La señorita de Trévelez” de Carlos Arniches, junto a “Nunca pasa nada” (que a la fecha en que escribo esta reseña, 20 de enero de 2025, la considero mi película favorita de todas las gestadas por estas latitudes) forma un díptico no buscado que trata sobre la vida en una ciudad de provincias en un período grisáceo y nada fácil para desarrollarse en libertad. Me refiero a la España de los 50, de la cual esta película aparte de su enorme e intrínseca calidad supone una impagable foto finish. En realidad, todo el cine lo es, pero hay alguno que cobra un significado especial. Y con esta que nos traen a muchos ecos e incluso vivencias no tan lejanas, ello supone un plus especial, nostálgico si quieren, evocador, álbum de las vidas de muchos de nosotros, ahora mismo sexagenarios de pro.
Particularmente me encanta por profundo y conmovedor de ese retrato que hace la vida chata, corta de miras, que al igual que la expuesta por el genial y coetáneo Federico Fellini de “Los inútiles (I vitelloni)” tres años antes, consigue erigirse en todo un testimonio hondo, lúcido, profundo y costumbrista.
Una propuesta que se beneficia de unas interpretaciones memorables, especialmente de su pareja protagonista, el apuesto y guapete José Suárez y la solterona Betsy Blair, una grandísima actriz estadounidense que acababa de obtener el Oscar por su sensible y delicada actuación para la temáticamente innovadora (la pareja romántica no era agraciada), referencial y magistral “Marty” en la que Ernest Borgnine lo bordaba como ese carnicero necesitado de amor.
Dentro del coro de amigos ociosos y prototípicos que les rodean, por otra parte los que podrían representar los de cualquier otro lugar, individuos no precisamente empáticos e indiferentes ante el dolor ajeno, destaca el que considero el mejor característico que haya pululado por estos pagos junto a Pepe Isbert (y aseguro que los hay borbotones), el grandísimo y particularísimo, de voz inconfundible Manuel Alexandre, uno de los componentes de ese grupo de amigos ninis incapaces de elevar el vuelo y dejándose engullir por ese ambiente asfixiante (conste en acta, que de otra manera, con otro recubrimiento y otros factores externos, siguen existiendo hoy en día).
Es una obra capital, imprescindible de nuestro cine, una de mis diez favoritas de siempre, aunque últimamente si me dan a elegir tal vez me quede con la anteriormente mencionada “Nunca pasa nada” con una Julia Gutiérrez Caba verdaderamente excepcional, factor humano conmovedor la escena de confidencias sugeridas en la galería de su casa con Antonio Casas es para enmarcar dentro de un paisaje plomizo, frustrado, ignorante, cruel y desolador.
De esto último también se nutre “Calle Mayor”, aunque quizá de otra manera, pero igualmente con un final devastador, casi a idéntica altura en ambos casos. Inevitable, al menos en mi caso, que me embargue una enorme tristeza (artística, eso sí).
Por supuesto, el guion original sufrió unos cuartos cortes censores. Y algo a tener en cuenta por los castellanos manchegos, el rodaje iba a haber tenido lugar en Cuenca para sus exteriores y en Palencia para los interiores, pero un percance del director al que detuvo temporalmente la Brigada Político Social acabó obligando a que definitivamente fuera Logroño la ciudad elegida para el deambular de sus personajes.
Una verdadera maravilla. No tiene precisamente nada que ver con la estupenda “Cuéntame cómo pasó”, pero su carácter evocador es de los que dejan poso para siempre… y para haya vivido lo expuesto, les aseguro que mucho más, supone un plus. Resulta obligado conocerla.
