Pese a quien pese, tanto para Sánchez como para Torra era necesario un reconocimiento mutuo. Es imposible que el nacionalismo mantenga por más tiempo la ficción de gobierno de la Generalitat, inoperante y amenazado; imposible que el president continuase dependiendo de una cabeza sin coronar en el exilio y que el porvenir político de España cuelgue del hilo falsamente anarcoide de la CUP. Más aún, las distancias, discrepancias y malentendidos y roces de estos días pasados con Catalunya son menos importantes que asentar la idea de que la Generalitat ya no gobierna media Catalunya porque un partido minoritario maneja las calles, el calendario político catalán y el nacional también.
De presidente a president, se tantean, como en los primeros raquetazos de un partido de tenis; difícilmente serán amigos, porque ideológicamente son incompatibles y no se admiten y su poder es tan minoritario en un caso como en otro, aunque los dos encabecen los respectivos gobiernos. Pedro Sánchez tiene la responsabilidad política de trabajar para frenar la expansión de la ultraderecha de Vox o la que apadrina J.M. Aznar a través del Partido Popular. Y esa responsabilidad tiene un punto de atención general en España y otro muy especial en una Cataluña sin red (votos) de los partidos denominados constitucionalista. Sólo eso ya sería suficiente razón para el empeño del Gobierno por celebrar un Consejo de Ministros en Barcelona en vez de hacerlo, como se piensa, en una Andalucía históricamente de izquierda y, aparentemente, levantada una mañana en la derecha tripartita.
El vértigo del president
Quim Torra, el president, empieza a sentir el vértigo diario de la presión violenta de las calles frente a su inacción y ante su despacho, aunque la causa y el destinatario sean otros. También le produce vértigo y preocupación su situación ante un independentismo dividido, con voces cada vez más disonantes, aunque los políticos presos se hagan la navideña foto conjunta en la cárcel. El tope de gasto para los Presupuestos de 2019 ha contado con el apoyo de los nacionalistas catalanes (no más independentistas que el nacionalismo vasco al que el PP apeló siempre) y aunque eso no garantiza la paz, si anuncia un paso diferente en el distanciamiento de la Catalunya oficial y el resto de España.
La intervención de la portavoz del Govern, Elsa Artadi restando importancia al encuentro de su president con Sánchez es un manoseo más dictado desde la corte del expresidente Puigdemont y revela que, pese a las contrariedades, la entrevista, larga o no, ha hecho mella en la exitosa campaña del nacionalismo más radical; curiosamente, heredero de esa Convergencia de Jordi Pujol políticamente arruinada, aunque Artur Mas se deje caer de cuando en cuando por alguna televisión amiga y algún Juzgado. Coincidencia o no, el apretón de manos protocolario ha tenido lugar en un palacio que fue sede del Gobierno republicano de Manuel Azaña en 1937, después de su traslado desde Madrid al estallar el alzamiento militar, aunque también fue palacio real, residencia del dictador general Franco en sus visitas a Barcelona y sede del Museo de las Artes Decorativas (toda una referencia).
Tal vez uno de los aspectos más destacables del acuerdo dibujado en ese marco palaciego sea cómo queda dibujado a partir de ese momento el mapa político español respecto de Cataluña: los ex convergentes miran con preocupación el futuro de su propio gobierno y al final de su entelequia “indepen”; Ezquerra Republicana (ERC) insiste abiertamente en la necesidad de una Catalunya gobernable y gobernada; los anticapitalistas de la CUP ya eran, y lo son ahora más todavía, la bestia negra para el futuro de la gran mayoría de los ciudadanos catalanes. En la calle no van a contar con más urnas arbitrarias financiadas con oscuridad y alevosía por grupos y medios que se dicen demócratas; cualquier tipo de votación será acordada a nivel nacional o no será y su horizonte, mientras tanto, es el negro uniforme de los Moços o el verde oliva de la Guardia Civil.
Doble derecha unida con alfileres
A nivel español, la otra oposición, la de la doble derecha unida con alfileres en Andalucía, ha roto el discurso, el argumento sobre lo que el gobierno socialista debía hacer con Catalunya. Empeñados en que no hubiese ningún encuentro de presidentes, han olvidado (tal vez porque nunca lo ejercieron debidamente) el ese hermoso arte de la política, a veces impredecible. Su subterfugio (nada con los independentistas que fueron sus amigos) les ha anulado como oposición respecto a este capítulo tan decisivo y les deja en el mismo lugar a PP y Ciudadanos: la bronca frente a la gestión. Incluso en el caso de que no saliera nada importante del Palacio de Pedralbes, como indica Artadi, el Gobierno ha dado el paso más importante: hacer un Consejo de Ministros en Barcelona, pese al entorno anormal, y hablar a ras de suelo con el presidente de Catalunya, tan necesitado de reconocimiento como el propio Pedro Sánchez. Ambos se han relato sus discrepancias y, al parecer, han decidido abrir una nueva etapa en la que tendrán que avanzar sin amistad pero sin derecho a un mayor roce.
Aurelio Romero Serrano (Ciudad Real, 1951) es periodista y escritor