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Brujas y leyenda negra

Uno de los mitos es el de las brujas, que se ha ido desenmascarando con la investigación histórica / Á. H. S.
Uno de los mitos es el de las brujas, que se ha ido desenmascarando con la investigación histórica / Á. H. S.
©Ángel Hernández Sobrino    

Poco a poco los españoles vamos recuperando nuestra estima como nación. En la actualidad somos cada vez más los que no permitimos que otros europeos ni que los americanos, ahora incluso los del sur, nos desprecien por nuestro pasado. Con los estudios llevados a cabo por los historiadores, en muchas ocasiones extranjeros, se va demostrando casi a diario que la leyenda negra no era más que una serie de burdas mentiras que se van desenmascarando a medida que la investigación histórica prospera y los datos guardados en los legajos de archivos y bibliotecas van saliendo a la luz. Uno de los mitos es el de las brujas, de las que se decía que habían sido perseguidas por la Inquisición española, de modo que miles de ellas habían sufrido torturas y después quemadas en hogueras ante la presencia de multitud de espectadores que parecían gozar del cruel espectáculo.

La cultura popular venía utilizando en las zonas rurales métodos poco ortodoxos de curación de enfermedades. Todos los pueblos y aldeas contaban con un curandero o curandera que usaba remedios medicinales, pero que también se dedicaba a resolver otros problemas, como encontrar objetos perdidos, curar heridas de animales o preparar filtros de amor. De esta manera, el curandero se convertía también en hechicero que preparaba pócimas y encantamientos, formando parte de una subcultura que coexistía sin problemas con la Iglesia católica.

Muchas gitanas también participaban en este mundo de la buenaventura con el examen de las rayas de la mano y con una serie de materias, sobre todo vegetales, que parecían proporcionar buena fortuna a sus poseedores, como hojas de romero, pétalos de rosas, guisantes, dientes de ajo, y otros. Todavía ciertos pueblos romaníes siguen usando supersticiones, filtros, hechizos y adivinación, de acuerdo con una larga tradición heredada de sus antepasados. En Rumanía, las viejas gitanas que utilizan aún estos rituales son sumamente respetadas. 

El límite que no se había de cruzar nunca, lo marcaba la invitación a la participación del demonio en todos estos rituales populares. Entonces se entraba en el campo de la brujería, y esto sí provocaba temor en las autoridades civiles y eclesiásticas. Más de un siglo después de que se estableciera la Inquisición, la jurisdicción sobre la brujería permanecía en manos de los corregidores y de los tribunales civiles y no sería hasta principios del XVI, cuando la Inquisición comenzó a investigar la herejía implicada en la brujería.

Henry Charles Lea

Este historiador americano, nacido en Filadelfia en 1825 y fallecido en la misma ciudad en 1909, dedicó unos cuantos años de su vida a investigar la Inquisición española. Fruto de ese trabajo son los tres tomos de un libro con 2760 páginas en total, que es fuente de información y referencia obligada sobre este tema. H. C. Lea culpa al Santo Oficio de que sus servicios fueron un instrumento de la intolerancia y de haber sido el agente principal de la transformación de una sociedad medieval más abierta y tolerante en estos asuntos en otra más radicalizada. No obstante, en cuanto a la brujería, que es el tema que nos ocupa hoy, mantuvo que en una Europa que en el siglo XVII ajustició a decenas de miles de mujeres en varios países, especialmente en Alemania, la prudencia y sentido común de la Inquisición española no merecen más que beneplácitos.

Para H. C. Lea, la brujería es la culminación de la hechicería y, sin embargo, no son lo mismo. Ya no se trata de un pacto con el demonio, expreso ni tácito, para obtener ciertos resultados, esperando lavarse el pecado en el confesonario y burlando así al diablo. La bruja ha abandonado el cristianismo, ha renunciado a su bautismo, rinde culto a Satanás como a su Dios, se ha entregado a él en cuerpo y alma, y existe ya solo para ser su instrumento de hacer el mal a las otras criaturas, cosa que el diablo no podría hacer sin un agente humano. Era inevitable que tal ser excitase el aborrecimiento universal y que el deber inmediato del gobernante y del juez era no perdonar ningún esfuerzo para exterminarlo.

Según H.C. Lea, el disparate de la brujería fue esencialmente creación de fantasías enfermizas, pero originado y estimuladopor la persecución de la brujería misma. Dondequiera que llegaban el inquisidor o el juez civil para destruirla a fuego, una cosecha de brujas brotaba en torno a sus huellas. Si algún viejo respondía a malos tratos con una maldición y la vaca del ofensor moría casualmente o uno de sus hijos caía enfermo, el ancia­no quedaba marcado como brujo. Cada proceso ampliaba el círculo hasta implicar a casi toda la población, lo que tuvo como consecuencia ejecuciones en Europa central que se contaban no por veintenas sino por centenares, en ciega obediencia al mandato de la Escritura (Éxodo, 22, 18): «No le permitirás a la bruja que viva». Todos los desastres naturales, sequías o inundaciones, tempestades o granizadas, hambres o pestes, se atribuían a la brujería y entonces se buscaban víctimas para ofrecer holocaustos propiciatorios a los dioses infernales o sacrificios expiatorios al Creador.

Henry Kamen

Escritor e hispanista británico. Uno de sus libros es La Inquisición española. Una revisión histórica, publicado por primera vez en 1965 y con una versión corregida y reformulada de 1997. Kamen mantiene que la magia y la brujería no fueron consideradas un gran problema por la Iglesia católica hasta finales del siglo XV. En 1484, Inocencio VIII promulgó la bula Summis desiderantes affectibus (Con los más altos sentimientos de anhelo), en la que por primera vez se identificaba a la brujería como una herejía que debía eliminarse, puesto que en algunas regiones de Alemania muchas personas de ambos sexos, olvidando su propia salvación y desviándose de la fe católica, trataban con demonios y utilizaban hechizos, canciones, conjuros y otras nefastas supersticiones y sortilegios con diversos fines.

Dos dominicos alemanes, Kramer y Sprenger, fueron enviados a enfrentarse a las brujas del centro y norte de Alemania, y en su libro Malleus Maleficarum (Martillo de Brujas) «… afirmaban que lejos de ser un engaño ilusorio, la brujería era una práctica basada en el comercio real con Satán y los poderes de las tinieblas, y que las brujas comían y devoraban realmente a niños, copulaban con demonios, volaban por los aires para acudir a sus reuniones, atacaban al ganado, provocaban tormentas y conjuraban los poderes del rayo». En opinión de Kamen, ningún libro promovió más un asunto que trataba de combatir, así que los subsiguientes decretos papales y episcopales lo que consiguieron fue que la brujería se extendiera más ampliamente por Europa.

En cambio, la Inquisición española se mantuvo reticente a perseguir brujas y aunque en Navarra hubo algunos excesos a comienzos de la centuria del XVI, a partir de 1526 se enviaron órdenes estrictas a los inquisidores para que no procedieran en tales casos sin consultar antes con el Consejo Supremo de la Inquisición. El único borrón de esta loable trayectoria ocurrió precisamente en Navarra, donde el Consejo Real presionaba para emplear la pena de muerte contra las brujas. Según Kamen, «… la explicación para esta recaída debe buscarse no en España sino en Francia, donde justo traspasada la frontera, el juez bordelés Pierre de Lancre había llevado a cabo una horrorosa caza de brujas en 1609, durante la cual había ejecutado a ochenta de ellas».

La Inquisición española dictó en 1614 instrucciones que reafirmaban su política de 1526 sobre las brujas y aconsejaba precaución y benevolencia en todas sus investigaciones. Aunque la Inquisición consideraba a la brujería un delito, en la práctica todos los casos eran resueltos favorablemente para las acusadas por considerarlos engaños a los sentidos. Por ejemplo, Kamen expone el caso de Isabel Amada, una viuda de Mataró, quien en 1665 fue denunciada por unos pastores que se habían negado a darle limosna, después de lo cual y según declararon «… dentro de tres días se murieron sus dos mulas y treinta ovejas, y que esta rea había dicho que ella con ayuda del demonio había ocasionado la muerte y enfermedad de dicho ganado». Los inquisidores la dejaron libre.

Gustav Henningsen

Fallecido recientemente, el danés Gustav Henningsen está considerado el mayor experto mundial en el tema de la brujería. Una de sus mayores aportaciones se centra en el caso de la brujería en Zugarramurdi, Urdax y otras localidades navarras, que condujo al famoso auto de fe de Logroño del año 1610. Este episodio histórico sobrepasó el ámbito local para adquirir una dimensión internacional. En la investigación llevada a cabo durante dos años se arrestó a docenas de personas sospechosas de ser miembros de una secta secreta satánica y en el auto de fe fueron quemadas once brujas, seis en persona y cinco en efigie. Uno de los inquisidores apostólicos fue el licenciado Alonso de Salazar Frías, conocido como el abogado de las brujas, a quien la Suprema encomendó, acabado el proceso, la realización de una visita a fondo por las localidades del norte de Navarra.

Alonso de Salazar viajó por aquella comarca entre mayo de 1611 y enero de 1612, llevando con él un edicto de gracia que prometía la absolución de todos los que de manera voluntaria se acusaran a sí mismos y a sus cómplices, gente analfabeta y de baja condición social. Al término de su investigación, Salazar elaboró en 1614 un memorial de más de cinco mil folios en los que defendía la inocencia de las supuestas brujas y realizaba diversas propuestas para diferenciar el delito de brujería de la simple superstición. El Santo Oficio admitió los errores cometidos en el proceso inquisitorial y dictó el Edicto de Silencio de 1620, por el que la Inquisición prohibió las confesiones y acusaciones públicas de brujería. Como afirmó el propio Alonso de Salazar, «… ni había brujas ni embrujados hasta que se habló y escribió sobre ellos», de modo que el mejor remedio para acabar con la brujería era ignorarla.

El hecho de reducir la brujería a un conjunto de habladurías y chismes hizo que las penínsulas ibérica e italiana, las dos regiones en las que la Inquisición estaba plenamente organizada, escaparan de los horrorosos castigos a las brujas.  En cambio, los estragos de otras naciones, en las que los protestantes no obedecían a la autoridad pontificia, fueron mucho mayores. Los datos de Gustav Henningsen respecto de las mujeres ejecutadas en Europa por ser brujas así lo confirman:

                                          Alemania………………… 25.000

                                          Polonia…………….………10.000

                                          Suiza……………………… 4.000

                                          Francia……………………. 4.000

                                          Inglaterra…………………. 1.500

                                          Austria……………………. 1.000

                                          Italia……………………… 1.000

                                          Hungría……………………  800

En cambio, en España fueron quemadas 300 brujas (59 por la Inquisición). Como dice un viejo refrán castellano: «Unos llevan la fama y otros cardan la lana».

Cacería de brujas en Alemania

En el libro Los informes de los Fugger figuran algunas cartas de aviso inéditas de los corresponsales de la Casa Fugger entre 1568 y 1605, y de ellas he resumido ciertos casos de brujas ocurridos en Alemania:

«Confesiones de Walpurga Hausmännin, anteriormente matrona autorizada en Dillingen, quien durante casi treinta años practicó la brujería y fue aliada del Maligno. Fue quemada en la hoguera en Dillingen, 20 de septiembre de 1587… Todos los bienes y propiedades que deja tras de sí irán a parar al tesoro de nuestro gran príncipe y señor. La mencionada Walpurga será conducida al lugar de su ejecución sentada en un carro, al que será atada y su cuerpo será marcado cinco veces con hierros al rojo vivo… Y puesto que durante diecinueve años fue una matrona autorizada y reconocida en la ciudad de Dillingen, y sin embargo actuó con tanta maldad, se le cortará la mano derecha, aquella con la que cometía tan viles actos, en el lugar de la ejecución. Una vez quemada, sus cenizas serán trasladadas a la corriente de agua más próxima y arrojadas a ella».

«En Schwab-München, a 5 de septiembre de 1589, la viuda Ana Schelkl permitió que el malvado Satán le impusiera vergonzosamente su voluntad y la sedujera, contraviniendo los mandamientos de Dios. Fornicó con Satán repetidas veces y cometió adulterio de un modo absolutamente prohibido, entregándose a la sodomía. Durante más de treinta años se ha dedicado a la brujería. Ha negado a Dios y a sus huestes celestiales, así como el sacramento del bautismo, y en lugar de con la señal del Señor ha permitido que su cuerpo quedara marcado con los cuatro signos del Diablo. Por medio de las mencionadas artes de brujería ha causado graves daños, destrucción y muerte a niños pequeños, personas, caballos y otros animales, y ha contribuido a echar a perder el precioso maíz de los campos. Por tanto, los jueces han ordenado que sea entregada al verdugo y que este la conduzca al lugar de ejecución para ser enviada a la muerte a través del fuego de la hoguera».

«En Schwab-München, a 4 de mayo de 1590. El miércoles pasado, la esposa del posadero de Möringen y la mujer del panadero de Bobingen fueron juzgadas aquí por sus actos de brujería. La posadera es una mujer promiscua, de baja estatura, robusta, de setenta años de edad, que fue introducida en el pérfido arte de la brujería con solo dieciocho años. Como resultado de las fervientes peticiones recibidas, su sentencia fue aligerada y fue estrangulada primero y después quemada. La otra mujer fue seducida para realizar este trabajo diabólico por Úrsula Krämer, la primera ejecutada por esta causa en esta ciudad. Se sometió a su destino totalmente en contra de su voluntad, pero en última instancia se reconcilió con él y oró largo rato a Dios para que perdonara sus fechorías. Esta mañana han traído a otra mujer desde Möringen. Mañana o la semana próxima traerán más mujeres, pero nadie sabe desde donde».  

¿Y en Almadén hubo brujas?

En Almadén no hubo brujas como tales, pero en la búsqueda llevada a cabo en la Sección de Inquisición del Archivo Histórico Nacional han aparecido varios casos de hechicería. Por tanto, no se trata de poderes mágicos relacionados con fuerzas sobrenaturales malignas debidas a un pacto con el diablo, sino a encantamientos referidos a sanaciones, embelesamientos y hechizos de amor. Los curanderos, ellos y ellas, usaban de supersticiones en sus remedios para curar las dolencias de sus pacientes o para facilitar la solución de problemas difíciles o inconfesables. Los dos primeros juzgados por hechicería fueron dos varones: Pedro Hernández Garzón, vecino de Almadén, y Juan Danderio, un italiano bachiller en leyes y residente en Almadén; ambos fueron procesados en 1540. También hubo cuatro mujeres encausadas; Isabel de Cuevas, en 1666; y Ana Marín, Agustina de Rosa y La Locarna, en el siglo XVIII.

El caso del que se disponen más datos es el de Ana Marín. Su historia había comenzado en 1722, cuando varios vecinos la acusaron de curar a varias personas con sal y romero, poniéndoles las manos sobre la cabeza y musitando a la vez: «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». Además, una vecina la acusó de que a consecuencia de una riña que tuvo con ella, Ana Marín la amenazó y al día siguiente amaneció sin dientes ni muelas. En 1725, Ana fue públicamente «… reprendida, advertida y conminada de que se abstuviese de hacer las curas de que estaba testificada», pero en 1730 varios vecinos la denunciaron de nuevo por seguir colocando a veces las manos sobre la cabeza a sus pacientes, lo que podía considerarse como una superstición sacrílega. Además, otro vecino la acusó de que había matado con un maleficio a Don Gabriel de la Osa. La última noticia sobre Ana Marín es que en el otoño de 1735 se encontraba presa en una de las cárceles secretas que tenía la Inquisición en Toledo.

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