Es bien conocido que Almadén ha sido la mayor mina de mercurio del mundo. A lo largo de su historia han sido muchas las personas que lo han visitado con diferentes motivos, fueran estos mineros, metalúrgicos, médicos, sociales, etc. Muchos de los viajeros eran extranjeros, quienes describieron posteriormente sus impresiones en memorias e informes que se conservan en archivos y bibliotecas. Tal es el caso, por ejemplo, del médico francés Antoine de Jussieu, quien visitó Almadén a comienzos del siglo XVIII, enviado por Luis XV, rey de Francia, y con permiso de nuestro primer monarca borbón, Felipe V. Otro ejemplo es el del naturalista irlandés Willliam Bowles, quien vino a Almadén en varias ocasiones, la primera de ellas en 1752. El encargo que le hizo Fernando VI fue recorrer y describir las diversas regiones de España, estudiar sus minas y formar una colección de historia natural.
Los dos ejemplos que presento hoy pertenecen a la centuria del XX, uno de 1933, y el otro de 1979. Los escritos de sus autores, el reportero checo Kisch y el arquitecto americano Rhoads, respectivamente, nos permiten comprender la enorme evolución sufrida en Almadén y su mina en el medio siglo transcurrido entre ambas visitas.
Egon Erwin Kisch, año 1933
Egon Erwin Kisch nació en Praga, en 1885, en el seno de una familia de comerciantes judíos. Herido de gravedad durante la Primera Guerra Mundial, se trasladó a Berlín en 1921 y desde entonces realizó numerosos viajes por Europa, Norte de África, Asia, Australia, la Unión Soviética, Estados Unidos y China. La producción literaria de Kisch se desarrolló en torno al género del reportaje y ya en 1925 publicó un libro, “El reportero vertiginoso”, que agrupaba sus reportajes sobre grupos marginales de la población mundial. Kisch defendió siempre el uso del reportaje como medio artístico para la lucha social, sin dejar de reflejar las condiciones existenciales de la gente en general. Los temas de sus reportajes se fueron inclinando poco a poco hacia el proletariado y sus condiciones de vida y trabajo. En 1933 visitó Almadén y plasmó las impresiones de su visita en el artículo “Hombres en el mercurio, mercurio en los hombres”, publicado en una revista alemana.
Cuando Kisch llegó a Almadén, la mina atravesaba una época de crisis, pues todavía se notaba la recesión económica mundial de 1929, que había provocado el descenso de la cotización internacional del mercurio y también la de otros metales. Por otro lado, la plantilla del establecimiento minero venía disminuyendo desde hacía años por las continuas mejoras técnicas llevadas a cabo por el Consejo de Administración, que había comenzado a funcionar en 1918. Por ello, los problemas de Almadén no eran de tipo técnico sino social, ya que cada vez se necesitaban menos obreros para producir la misma cantidad de mercurio.
César de Madariaga, ingeniero de minas con amplia experiencia en psicotecnia, orientación y selección de personal, era el director de la mina desde 1931. Él mantenía que era necesario instaurar en Almadén nuevos puestos de trabajo en empresas ajenas a la mina y «por esta razón creo que el camino más seguro del éxito es tratar de buscar un tipo de industria y una forma de establecerla que sea capaz de crear un fuerte impulso, superior a los impulsos inconscientes actuales, animado por los arraigados principios y sentimientos». Así pues, se trataba de que los jóvenes almadenenses no tuvieran solo como objetivo entrar a trabajar en el establecimiento minero.
Madariaga creó encontrar la solución del problema en la Dehesa de Castilseras, una finca de casi 9.000 hectáreas propiedad del Estado, que podría surtir a Almadén de la mayor parte de sus necesidades alimenticias y en la que se podría montar varias industrias de tipo agrícola, forestal y ganadero. Esta propuesta de aprovechamiento de Castilseras «daría resultados gratos para el conjunto del pueblo de Almadén, en el cual produce hoy una depresión grave el hecho de haber cortado el porvenir de la industria a tantos muchachos jóvenes, porque siendo la mina la única salida…». Lamentablemente este proyecto nunca se llevó a cabo.
En su estancia en Almadén, Kisch se entrevistó con el citado director de la mina, descendió a las labores subterráneas, visitó los hornos de destilación y le explicaron los métodos de prevención del hidrargirismo, pese a los cuales, el 36´2% de los mineros padecía enfermedades crónicas y el 29,9% de ellos, hidrargirismo. Por ello, los mineros daban solo ocho jornales al mes de seis horas cada jornal y durante dos meses al año estaban ocupados en trabajos de campo de Castilseras para recuperar su salud. Estos y otros muchos datos figuran en el reportaje de Kisch, como que la planta en explotación era la 13, situada a unos 370 metros de profundidad, pero como el pozo San Aquilino llegaba solo a la planta 12, los mineros bajaban los últimos 25 metros por escaleras de mano; o que para alumbrarse utilizaban carburos y que los cascos eran metálicos; o que la temperatura de los hornos alcanzaba los 500 grados centígrados y el combustible era carbón.
El reportaje de Kisch sobre Almadén podría haberse limitado a las cuestiones anteriores y otras similares, pero Kisch era un periodista especial que daba además a sus reportajes una forma de expresión artística. De esta manera y según él, el reportaje debía ir más allá de los sucesos y convertirse en una reflexión histórica. El periodista se transformaba así en un cronista literario, mientras que los protagonistas anónimos, en este caso los mineros de Almadén, tomaban la palabra. Estos son algunos de los textos alegóricos de su reportaje:
«La roca sangra y la sangre roja es el cinabrio; las lágrimas que brillan son el mercurio nativo; a veces, las lágrimas forman un charco en el suelo, el lago de lágrimas del cuento de hadas».
«El perforista que golpea la roca con el martillo parece que maneja una ametralladora. Nosotros, detrás de él, es como si estuviésemos a cubierto en una trinchera».
«Cuando se hace una voladura, como se usa fulminato de mercurio como detonante, se puede decir que el mercurio dispara al mercurio, como el hombre dispara al hombre».
«Todos los mineros son hombres jóvenes, pálidos, delgados, como en otros sitios de Almadén. Sería mentir si dijéramos que en su boca brillan sus dientes incólumes. Sería mentira si dijéramos sus manos no manejan firmemente la raedera y el martillo perforador. Pero sería mentir aún más, si no se añade lo que se ve arriba, en las calles de Almadén».
«En Almadén no se alcanza una edad avanzada; un anciano que mendiga una tarde por la calle Canalejas solo tiene treinta años; sin dientes, sin color en la cara, sus manos tiemblan de manera vertiginosa de un lado para otro, como si no perteneciesen al cuerpo que las soporta; se apoya cansado, como muerto, contra una pared».
«Almadén no solo necesita 2.500 hombres para trabajar las minas, se precisan diez veces más, cien veces más, mil veces más, pues se despide a los dañados y se coloca en su lugar a jóvenes y sanos, fuerzas nuevas».
«Los jóvenes van a trabajar a la mina porque no les queda otro remedio (la muerte por hambre afecta a toda la familia, mientras que el veneno de la mina solo afecta a uno de ellos)».
«Abajo, en la mina, muy profunda, se acurruca el mercurio, más viejo que la raza humana, y se defiende como un dragón bufando contra los intrusos. Ambos vencen, ambos pierden. Trozos del cuerpo del dragón mineralizado son arrancados por los hombres, trozos sangrantes y llorosos, mientras aquellos enferman por su veneno».
«El encargado del almacén de mercurio es el vigilante del lago de nácar y demuestra a los visitantes que el azogue es el líquido más pesado de todos. Con un trapo lleno de mercurio produce una lluvia de Diana. El vigilante sonríe, como se sonríe ante las preguntas y el comportamiento de unos reclutas novatos en una trinchera». Debo aclarar que hasta hace unos treinta años era frecuente que el capataz del almacén de mercurio mostrara a los visitantes cómo una bola de hierro flotaba sobre el mercurio o cómo este percolaba a través de un saco de arpillera, produciendo una lluvia plateada.
«En el bonito patio de la Casa Grande (antiguo palacio de la Superintendencia) están colgados carteles de prevención laboral. Presentan imágenes intimidantes y textos como “No es sano fumar durante el trabajo” o “Cuídate del alcohol”. Pero el minero de Almadén tiene que trabajar en la cueva subterránea de una víbora invisible, que envenena sus huesos, sus músculos y sus arterias con una mordedura inadvertida. La víbora acecha en todos los lugares, pero los carteles advierten bienintencionadamente.; ¿Cómo, tú fumas? ¿Cómo, tú bebes?».
Egon Erwin Kisch volvió a España durante la guerra civil y formó parte de las Brigadas Internacionales que lucharon a favor de la República. Exiliado en Méjico desde 1940, volvió a Praga en 1946, donde falleció en 1948. En 1978 se creó un premio internacional que lleva su nombre para galardonar las contribuciones periodísticas más destacadas.
Un americano en Almadén, año 1979
En 1979, un joven arquitecto americano llegaba a Almadén. Jeffrey D. Rhoads tenía por entonces 24 años y tal y como hacían muchos otros colegas suyos, estaba realizando su viaje de fin de estudios, una especie de “Grand Tour”, por diversos países europeos. En su caso, el periplo duró seis meses y transcurrió por Francia, Portugal y España, de manera que recorrió varias ciudades del sur de Europa, pero decidió visitar además un lugar que no pertenecía a los habituales circuitos turísticos: Almadén y su renombrada mina de mercurio. Ni siquiera sabía dónde estaba Almadén, así que fue a la embajada de España en Lisboa y con la ayuda de un oficial del consulado lo localizó y averiguó cómo podía llegar. La mejor solución fue el ferrocarril Lisboa-Badajoz y tras un transbordo Badajoz-Madrid, con parada en la estación de Almadenejos.
El interés de Jeffrey por Almadén venía por su peculiar interés por la historia minera de California, relacionada sobre todo con sus yacimientos de oro, plata y mercurio. Una de las minas que había visitado allá fue la de New Almaden, el mayor yacimiento de mercurio de Estados Unidos. Por entonces, aquella mina llevaba ya varias décadas clausurada, pero a mediados del siglo XIX había llegado a ser el primer productor mundial de mercurio, superando incluso a Almadén. Por ello, Jeffrey tenía interés por visitar lo que él llamaba el Almadén original, recorrer el lugar, conocer a la gente que vivía y trabajaba en él, y enviar algunas muestras de cinabrio a un amigo suyo de California, aficionado al coleccionismo de minerales.
Respecto a su opinión sobre la gente de Almadén, me limitaré a copiar exactamente sus palabras: «Estoy humildemente agradecido por la acogida que recibí de la gente de Almadén. Ellos abrieron sus corazones y su comunidad a un viajero intelectualmente perezoso que no hizo el esfuerzo de aprender español o incluso realizar una investigación rudimentaria sobre su ciudad. Sin su apoyo, mi visita habría sido menos fructífera. Los técnicos del establecimiento minero me permitieron el acceso a las instalaciones de superficie y me suministraron información sobre la mina y la comunidad. También me proporcionaron acceso y transporte a la mina a cielo abierto del Entredicho, y la caja de madera para enviar las muestras de mineral a California».
El párrafo anterior me recuerda a otro del citado Bowles, quien visitó Almadén en 1752 para informar a la Corona sobre el estado de la mina de azogue. Bowles escribió: «Es preciso decir en alabanza de los que cuidan la mina de Almadén que no se puede usar más cortesanía de la que usan con el forastero que va a ver aquellas obras. De nada se le hace misterio, se le deja examinar todo con comodidad y sacar planes de los hornos; y, por fin, ver el modo con que se empaqueta el azogue en las pieles de ganado cabrío. Esta cortesanía de los gobernadores y habitantes de Almadén es natural y sin afectación…».
Aunque entre ambas visitas hay más de dos siglos de diferencia, la amabilidad con la que Bowles y Jeffrey fueron recibidos y tratados en Almadén fue similar. En la mayor parte de las minas e industrias han mirado al visitante, sobre todo si no ha avisado su visita con la debida antelación, con desconfianza, pues ha habido muchos casos en la historia de espionaje industrial. En Almadén, en cambio, siempre se le ha recibido con amabilidad, aunque haya venido simplemente por curiosidad.
Jeffrey llegó a Almadenejos después de un largo viaje en tren, pero al menos en la estación había un autobús para traer a los viajeros a Almadén. Este servicio de transporte fue suprimido hace tiempo, así que en este asunto estamos peor que hace casi medio siglo. Alojado en el hotel Correos, el único de la localidad, Jeffrey se encontró con Claude, un joven ciclista canadiense que estaba recorriendo España y que había hecho un alto en el camino. El ciclista le presentó a varios técnicos de la mina y también a otros dos personajes peculiares: Don Jesús Carrión, capellán de los mineros, quien le prestó amablemente su cámara de fotos, pues a Jeffrey le habían robado la suya, junto con el pasaporte y algo de dinero, cuando se quedó dormido en el tren que le llevaba de Francia a Portugal; y Concepción (Chiti) Delgado, de quien Jeffrey escribió: « Profesora de inglés de unos 22 años de edad y tez muy oscura, quizás herencia del norte de África. Chiti me contó muchas cosas sobre la vida en Almadén».
Jeffrey se dio cuenta que Almadén está construido sobre una colina alargada de dirección aproximada del este, donde se encuentra el Almadén moderno, al oeste, en el que se halla el casco viejo y los cercos mineros. El primero tenía calles anchas y adoquinadas, y edificios contemporáneos, mientras que el segundo poseía calles estrechas y su pavimento era de cantos de río. De las casas del casco antiguo escribió Jeffrey: «Tienen ventanas casi tan altas como las puertas, con rejas de hierro que permiten seguridad y ventilación a los vecinos. Bastantes casas viejas están vacías y algunas de ellas arruinadas».
En efecto, Almadén conservaba ya solo unos 8.000 habitantes de los 13.500 que había llegado a tener, reflejo de la migración de muchos jóvenes españoles de las áreas rurales a las urbanas. Jeffrey escribió: «Almadén es una ciudad de jóvenes y viejos, que pasean al atardecer por la calle Mayor. Hay comerciantes y mineros, y hombres y mujeres mayores, muchos de ellos mineros jubilados acompañados de sus esposas. También viudas y señoras de negro, vestido atemporal para mujeres mayores y abuelas en pueblos de países mediterráneos».
Al oeste de Almadén se halla la mina, a la que la villa debe su existencia. Jeffrey se deshizo en elogios sobre aquella: «Es la mina más antigua del mundo que ha estado en producción continuamente. Además, es la mina de mercurio más rica y ha producido unos ocho millones de frascos, así que ¡ha producido unas cuatro veces más mercurio que las 150 minas californianas juntas!». James Randol, director general de New Almaden, visitó Almadén a finales del siglo XIX con la intención de llegar a algún acuerdo de compra o alquiler de nuestra mina. Su comentario fue que «con tal riqueza de mineral y en cantidades inagotables, no hay que preocuparse por la eficiencia del proceso metalúrgico». Pese a la oferta de New Almaden, el Ministerio de Hacienda prefirió continuar el acuerdo con los Rothschild, quienes venían comercializando desde hacía varias décadas el mercurio de Almadén a cambio de empréstitos al Tesoro Público.
Jeffrey visitó además todas las instalaciones del exterior de la mina, incluyendo los hornos Pacific, que eran los que estaban en funcionamiento. Los Pacific eran cuatro, aunque por entonces solo dos estaban en marcha. Cada horno tenía capacidad para tostar 125 toneladas diarias de mineral y habían sido construidos por una empresa americana, la Pacific Foundry Company, de San Francisco. Estos hornos se implantaron en Almadén a mediados del siglo XX y eran mucho más eficientes que los anteriores. En el recinto metalúrgico, Jeffrey también contempló los antiguos hornos de aludeles San Eugenio y San Julián, que habían funcionado desde 1720 hasta 1928. Además, quedó fascinado por la puerta de Carlos IV, erigida en 1795, que describió así: «Esta puerta es una deliciosa composición neoclásica construida en ladrillo. Bajo el frontón con ménsulas y el arquitrabe con triglifos se abre un arco. Este se encuentra entre dos columnas toscanas exentas y dos pilastras. El conjunto es muy hermoso con sus puertas de madera desgastada». Lamentablemente, ahora las puertas son de acero corten, tan de moda hoy en día entre los arquitectos.
Como Don Arturo Espa, director del establecimiento, consideró que una visita al interior de la mina era demasiado peligrosa para un visitante ocasional como Jeffrey, solo se le permitió visitar El Entredicho. Acompañado del vigilante Luis Gallego y en un Land Rover de la empresa, Jeffrey pudo tomar, con una maza adecuada, las ansiadas muestras de mineral para enviar a California. El asunto no resultó sencillo: «Localicé rápidamente un bloque de cinabrio de un metro cúbico. Empecé a golpear la roca con el martillo. Después de que mi novato e ineficaz esfuerzo no diera resultados, Luis se ofreció a intentarlo. Con su experiencia de minero, Luis redujo el bloque a varias muestras manejables».
El envío de las muestras de cinabrio a California tampoco resultó sencillo. Jeffrey se presentó ilusionado con su caja de madera de veinte kilogramos en la oficina de Correos y «con una combinación de español entrecortado y lenguaje de signos, conseguí decirle al cartero que quería enviar este cargamento a Estados Unidos. A esto me respondió “un kilo máximo”, así que con lágrimas en los ojos volví al hotel con mi carga». Esa misma tarde, Jeffrey se fue a Madrid. Allí se hospedó en la pensión Soledad, sita en la Puerta del Sol, y tras varios intentos en la oficina de Correos de la estación de Atocha, consiguió por fin enviar por barco, vía Irún, el paquete a California. Jeffrey continuó su viaje iniciático por el sur de Europa durante algunos meses más y cuando volvió a casa, le dijeron que la caja con el mineral de Almadén había llegado hacía una semana.
Jeffrey presentó con éxito, en septiembre de 1980, su trabajo de fin de carrera de Arquitectura en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachussetts y después desarrolló durante cuarenta años su carrera profesional en Estados Unidos. Ya jubilado, intentó volver a Almadén con su esposa Ann en septiembre de 2020, pero la pandemia de COVID lo impidió. Dos años más tarde lo consiguieron, recorrieron Andalucía y Extremadura, y visitaron Almadén el 22 y 23 de septiembre de 2022.Eusebio Calvo, guía del Parque Minero, les explicó que Minas de Almadén hubo de cerrar el establecimiento minero por decisión de la Unión Europea en 2003, pero para Jeffrey el pueblo y la mina seguían casi intactos, «justo como cuando los visité en 1979». Antes de continuar su viaje por España, Jeffrey dejó a Eusebio una copia de su primer viaje a Almadén, «como una pequeña muestra de mi agradecimiento por la amabilidad de la gente del pueblo y de los técnicos de la mina, quienes abrieron sus corazones a un mochilero que pasaba por allí en 1979».
© Ángel Hernández Sobrino