Todos los que vivimos o estamos relacionados con la provincia de Ciudad Real sabemos que guarda unos parajes singulares por su gran extensión y sus variados ecosistemas.
Afortunadamente, el territorio ciudarrealeño es netamente rural y en todas sus latitudes cuenta con enclaves atractivos que llevan siglos conviviendo con el entorno natural.
Es el caso de la pedanía El Charco del Tamujo, un pequeño núcleo poblacional a una treintena de kilómetros de la capital (en el término de Fuente El Fresno) que reúne una gran riqueza de vegetación y de fauna.
De la mano de Belén, Jesús y Eli (entrañables amigos oriundos de este pueblo) pude disfrutar este domingo de una ruta a pie por la ladera de la cadena de sierras que anuncian los Montes de Toledo, esa enigmática formación montañosa que separa las cuencas del Tajo y el Guadiana.
En las estribaciones del enclave de sierras como La Calderina, el grupo de grandes y chicos –como la pequeña Daniela- anduvimos cerca de dos horas por unos caminos agrestes, siempre al amor de los montes entre constantes desniveles y una lluvia fina que recomponía la energía y animaba el espíritu.
Descubrí impresionantes paisajes y perspectivas únicas sobre los senderos de pedrizas y entre unas laderas antes pastos de vacas y ovejas, y ahora listos para la siembra o dormidos en el barbecho.
Apenas hay ya agricultores, aunque los vecinos no dejan de recorrer este enjambre de caminos que dibujan un horizonte en cadena que separa los términos provinciales de Ciudad Real y Toledo, éste al sur y la otra al norte, en perfecta simbiosis.
Reducto de numerosas especies animales, me contaron que vuelan buitres negros, e incluso águilas imperiales. También hay zorros que amenazan gallinas y los amantes cinegéticos hacen ‘esperas’ para cazar jabalíes, conejos, amén de liebres, perdices o codornices.
Fue una tarde sin apenas luces, dicen que se estropeó el tiempo, pero el ambiente gris y, al final, entre tinieblas nos hizo disfrutar de un entorno natural incomparable y de tintes inescrutables. Un deleite para los sentidos, con un aporte extra de aventura.
El ambiente bucólico se cerró en torno a una chimenea humeante de leña y comida, con buena compañía y conversaciones cruzadas sobre el uso de términos y localismos de nuestra tierra. Entre bromas y palabras moribundas se cerró la noche y la lluvia llenó de misterio un paraje rico y evocador de historias de antaño.