Es el caso de esta versión en rutilante blanco y negro de 1946 de “El filo de la navaja”, pues el “remake” realizado años más tarde, casi cuarenta después, es más bien regularcito y completamente olvidable.
No es menos cierto que el material literario del que parte, la sensacional novela de Somerset Maugham, encarnado precisamente en la película por un Herbert Marshall que ejerce de narrador, de hilo conductor de la misma, es una de los que siempre he tenido de cabecera a lo largo de mi vida.
Toca un asunto principal que pudiera parecer muy solemne y pomposo, pero que puesto en imágenes por el Hollywood más glamuroso de la Fox no lo resulta en modo alguno, o si acaso, aunque así lo aparentara acaba siendo del todo sublimado. Me refiero a esa búsqueda de sí mismo, sobre todo a raíz del horror presenciado en el frente bélico, que emprende el protagonista, un conmovedor Tyrone Power que, en el fondo, podría ser la llevada a cabo por cualquiera de nosotros en algún momento de nuestras vidas. Al respecto, recuerden esta frase pronunciada por Marshall: “Ya ve querida, la bondad es la fuerza más poderosa del mundo”.
Es majestuosa de principio a fin. Y fue rodada con un tacto y exquisitez infinita por parte de Edmund Goulding, uno de esos tantos cineastas norteamericanos del período clásico necesitado de una urgentísima revisión, responsable de otros gloriosos melodramas de la época como “No estamos solos” o “El callejón de las almas perdidas”.
Este profesional todoterreno consiguió combinar con pasmosa maestría a lo largo de su carrera tonos sombríos con otros más exultantes. Y lo hizo mediante una brillante utilización del plano-secuencia, de los que son buenos ejemplos los aquí empleados en la fiesta o el del final.
No es menos cierto que a las bazas anteriormente expuestas, se une de manera también fundamental el magnífico y pulido guion de Lamar Trotti, todo un prodigio de equilibrio, que confiere a cada momento la intensidad requerida. Capaz, además, de capturar y trasladar a imágenes esa sencillez refinada, ese cosmopolitismo humanista tan definitorio del novelista inglés.
El reparto es otro cimiento sobre el que se apoya. Power despliega un misticismo y una espiritualidad de lo más inusuales y convincentes. La impresionantemente bella Gene Tierney, tras sus arrasadores éxitos de los dos años anteriores, “Laura” y “¡Qué el cielo la juzgue!!”, volvería a dar en la diana. Es una de las criaturas más fascinantes que hayan atravesado jamás una pantalla de cine, por no decir la más hermosa de todas cuantas han pululado por ese lugar de ensoñación. Está adorable como una mujer mucho más materialista y sofisticada que su prometido, ese conmocionado Larry Darrell, afectado irremisiblemente por el enorme horror y dolor que acaba de presenciar en el frente de guerra.
Y luego está ese rey del refinamiento, de la ironía más sutil, aquí un clasista, un aristócrata sin posible redención ni siquiera en su agonía. Me refiero al habitualmente portentoso Clifton Webb, Mr. Belvedere en “Niñera moderna” o apasionado acompañante también de Tierney en la anteriormente citada y mágica “Laura”. Sumen a Anne Baxter en un trágico y doliente personaje, merecido Oscar como actriz de reparto por dicho papel, y que solo cuatro años después encarnaría a la ambiciosa y joven actriz de la justamente mítica “Eva al desnudo”.
La resplandeciente, la impoluta fotografía de Arthur Miller, nada que ver con el dramaturgo, que les ilumina inmejorablemente o la delicadísima banda sonora de Alfred Newman, apreciable sobre todo en el último tramo, son elementos que contribuyen a elevar a esta maravilla hasta cotas celestiales, pese a ser muy humana, vulnerablemente humana en todo lo que expone.
Me da en la nariz que su temática afortunadamente no ha pasado de moda, y creo que nunca lo hará. Ese contraste de mundos, el generoso, sacrificado y entregado de unos, el confortable y el aparente, el materialista de otros, continúa mostrando plena vigencia. Es lo que tiene hablar de algo tan universal y permanente como la propia condición humana, de sus debilidades o flaquezas y de los mejores sentimientos que acoge.