“Te aseguro que los hombres pueden convivir sin matarse los unos a los otros” (Clint Eastwood/Josey Wales)
“Las nubes son un sueño flotando en el azul celeste de la imaginación” (Sondra Locke/Laura Lee)
Quinta película como director del grandioso Clint Eastwood, y su segundo western también como tal, tras el interesantísimo y curiosísimo “Infierno de cobardes” (¿tal vez el primero espectral de la historia?).
Rodada entre “Licencia para matar” y “Ruta suicida”, todavía presenta influencias muy bien aprovechadas del cine de sus dos mentores tras las cámaras, el italiano Sergio Leone y su compatriota y verdadero padre cinematográfico, Don Siegel. Del primero recoge el ritual de dibujar, de trazar a su personaje principal, el Hombre sin Nombre, aquí una especie de ángel de la venganza igualmente lacónico. Del segundo, una puesta en escena sobria y precisa.
Titulada en el original “The outlaw of Josey Wales/”El fugitivo -o fuera de la ley- Josey Wales”, este proscrito va a experimentar un infernal itinerario vital, físico y personal. Me atrevería a afirmar que constituye el preludio, el esbozo en el que volvería a fijarse el cineasta y actor para su posterior y antológico “Sin perdón”, para ese también atormentado William Munny. Es como si al protagonista de ésta, lo hubieran retratado veinte años más joven, veinte años antes.
Al igual que en aquella, luces y sombras adornan a todos sus personajes. Es uno de los trabajos favoritos del propio Eastwood, quien siempre la ha considerado como “antibélica”. Y, efectivamente, se da la relativa paradoja de que pese a su extremada violencia contiene un mensaje claramente pacifista.
Estamos ante un western revisionista en el mejor sentido del término, que adopta el punto de vista de un sujeto perteneciente al bando perdedor en la Guerra de Secesión, esa Guerra Civil que partiría al país en dos. Trata de la venganza efectuada por un pistolero convertido en proscrito para ajustar cuentas por el asesinato de su hijo y de su esposa, con los “botas rojas” que los efectuaron.
Pese a este dramático argumento no renuncia en modo alguno a un sentido del humor muy especial y hasta negro, algo reflejado en frases del tipo “no me orines en la espalda y encima digas que está lloviendo”.
Resultan memorables las intervenciones del indio Chief Dan George, desde luego su parlamento no tiene desperdicio alguno, o de una jovencísima Sondra Locke en el papel de una pionera, la que sería su pareja en la vida real y profesional durante muchos años, hasta una separación parece ser que bastante traumática. Sale también uno de sus hijos, un jovencísimo Kyle, de tan solo 7 años.
Bien podría ser considerada como una atrevida “road movie” del Oeste, con la que en su momento exploró y abrió nuevos caminos del género. Bañada, además, por una brillante luz otoñal de Bruce Surtees, al estilo de la de “Las aventuras de Jeremiah Johnson” (en general, era bastante propio del cine norteamericano del momento, según qué películas claro), aunque la de este espléndido trabajo de Pollack resulta más bien invernal. Y una ambientación extraordinaria, de corte sucio y realista. La banda sonora de Jerry Fielding estuvo nominada al Oscar.
Su confección se resintió de unos cuantos problemas durante su rodaje, como la expulsión del director inicial y guionista, Phil Kaufman, a requerimiento del propio Eastwood.
Uno de los más excepcionales títulos de su año de producción, 1976, y de toda la década de los 70. El de San Francisco, el mítico Harry Callahan, ya mostraba y reafirmaba su imponente y prolongada talla tras las cámaras… y delante también.