La exposición de Villaseñor en su museo de Ciudad Real es un buen recorrido por su obra, sus etapas, las diferentes técnicas de su trabajo y la forma diferente de abordar los temas que cobran importancia para el autor. Uno de ellos sobre el que realiza varias obras es el que titula: Exilio.
La obra de Tomás Padró y Pedret, de 1862 titulada Estación de ferrocarril momentos antes de salir un tren presenta un espacio abarrotado de personas que portan sus equipajes, que se despiden de aquellos que no van a montar en el tren. Pero es la escena de la tranquilidad, de lo cotidiano. Otras obras como la de Antonina Leshchenko presentan a una mujer vestida de blanco que se levanta sobre sus tacones para besar al hombre que se asoma por la ventanilla de un tren humeante en su base. Despedidas tristes que demandan la separación por razones de trabajo, de exigencias familiares, de acontecimientos sociales, políticos o de cualquier índole. La despedida con el tren a punto de partir es una imagen sugerente para fotógrafos y pintores.
Éxodo I y II
Manuel López Villaseñor aborda este tema de la partida en diferentes cuadros. Cuadros que, en sus títulos, quieren expresar la situación de abandono del lugar, de la necesidad de partir a otros sitios por razones de trabajo, de pensamiento, de cultura o política. El exilio es la separación de una persona de la tierra en que vive, expatriación, generalmente por motivos políticos.
Éxodo I, la espera, es la situación de tres hombres desnudos sentados en una bancada de fábrica con un muro abandonado en su parte posterior. Cada uno de ellos, separados entre sí, sin comunicación posible mirando al frente tienen a su lado las maletas las cajas y los objetos que los van a acompañar en el viaje. En uno de sus lados un cartel con hojas de anuncios. En el lado derecho, en la parte superior, una portada de madera, cerrada y abandonada. Incluso el reloj que cuelga en la pared en su parte superior es simplemente un círculo blanco son ligeras marcas, sin manillas y sin tiempo. El espacio de la espera es el espacio del desamparo, de una partida en una situación de máximo abandono expresada en sus rostros que miran al frente o hacia el suelo de forma inexpresiva. Un cuadro casi cuadrado de 70×80 cms que en sus colores ocres apenas tiene referencias en alguno de los equipajes con tonos dorados o azules. Colores de tristeza y abandono en ese ambiente medio derruido que van a dejar estos tres hombres desnudos.
Éxodo II (El abrazo) es el momento de la despedida de dos personas que se abrazan fuertemente. Apenas asoma la cara de uno de ellos envuelto en la figura del segundo cubierto con su gabardina que le rodea con sus brazos. Las manos de uno de ellos se entrelazan y se hacen visibles en un primer plano con una sensación de tensión, de tristeza que aparece en los ojos que sobresalen del abrazo en su parte superior. Y en la ventanilla del tren, un hombre que se aferra con su mano al cristal del tren y mira hacia el infinito con un rostro triste y duro de colores grises. Sólo el fondo del vagón de colores azules del que asoman manchas negras que caen desde la ventanilla y el inicio de un rótulo KK-2 introduce una nota de color en el conjunto. Pero una nota que parece acentuar aún más el momento dramático de la despedida. Una despedida entre dos personas que se quieren y sufren en el momento de la separación. La tensión de sus cuerpos, la forma de sus ropas y la presencia triste del observador superior componen una imagen de amargura.
Éxodo III
La visión del tren con cuatro de sus ventanillas cuadradas, enmarcadas con un borde metálico y los cristales a media altura deja en un extremo la presencia de cuatro figuras con sus maletas y en el otro, compensando la composición un grupo de cajas y maletas depositados en el suelo. Las figuras se confunden con el fondo del vagón en sus colores oscuros. Solo uno de los personajes que lleva una maleta en cada mano tiene una chaqueta y pantalón de colores más claros. El vagón del ferrocarril baja hasta el borde del andén y apenas deja ver las ruedas que se hunden en el suelo. Las ventanillas oscuras permiten la visión de la luz de las puertas interiores que se asoman al pasillo con formas borrosas que acentúan la sensación de tristeza de la partida y la salida que es más un abandono de lo que se tiene que la esperanza de lo nuevo que espera. Todo en colores grises que acentúan la sensación de la tristeza del espacio de la despedida.
Éxodo IV, la partida es de fecha posterior (1975) y la despedida adquiere una dimensión colectiva. Siete personas que se asoman a las tres ventanillas del tren y cuatro que las despiden forman una composición de personas que se relacionan, que dicen adiós, a las que quedan en tierra, incluso a aquellos que no se ven en la imagen del cuadro. Las figuras de las personas que se asoman a las ventanillas alargan sus brazos queriendo llegar a un último contacto con sus seres queridos. Señalan con las manos extendidas que prolongan la forma y la mirada de sus rostros a la distancia donde están las personas que han ido a despedirlos. Personas maduras que representan a aquellos que tienen que abandonar su tierra por diferentes razones y que lo hacen con la amargura y la necesidad de emprender un nuevo camino.
En el andén las cuatro personas se dirigen a los que se asoman a la última de las ventanillas con una camisa de color rojo. Una mujer joven con el pelo agitado por el aire, un hombre que se levanta extendiendo la mano para tocar la del que asoma su brazo por la ventanilla y la anciana con el pañuelo en la mano. Las manos unidas que no quieren separarse, aunque el tren, a punto de partir, forzará la distancia. Detalles de rostros, de camisas y abrigos que parecen moverse en la dinámica de acercamiento al vagón del tren, de formas que en sus arrugas marcan la tensión de cada uno de ellos.
Ahora el vagón de color azul deja ver la sombra de los brazos extendidos, de las figuras del andén o de los que se asoman a las ventanillas que dejan ver sus cuerpos a través del cristal. Un azul oscuro de tintes también apagados, con la banda dorada de la parte inferior. En cada una de las tres ventanillas de la composición un grupo de personas con rostros tristes, formas marcadas y brazos que apuntan al exterior queriendo tocar a los que se quedan y expresar así su último adiós. El tren que parte se convierte en el símbolo de aquello que obliga a separarse a crear la distancia entre las personas que se quieren.
Pintura acrílica
La búsqueda de imágenes con sus formas, de colores continuos que dan una fuerza especial al cuadro se consigue con el uso de los acrílicos. Cuadros de los años 1973, 1974 y 1975 que inciden sobre el tema, marcando nuevas formas, nuevas miradas a la despedida, al éxodo de los que se suben al tren que los lleva a otro lugar. La pintura acrílica permite formas planas continuas de especial calidad, pero delimita los bordes de cada tono, marca zonas de diferentes tonalidades. Y, por ello, los rostros adquieren perfiles duros, formas que recortan sus facciones y hacen que sus gestos y formas sean más enérgicas y dramáticas. Una serie que insiste en lo dramático del momento desde una tranquilidad casi fotográfica que deja constancia del dolor del exilio.