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Juego de pijamas

Una escena de la película
Una escena de la película
José Luis Vázquez
Esta producción, además, sirve para ratificar el enorme talento de dos personalidades poderosas de la industria, el genial Stanley Donen y la maravillosa, extraordinaria, la por mí siempre añorada Doris Day

No es fácil mezclar en un mismo argumento cuestiones laborales, reivindicaciones salariales, amoríos, bailes y diversión, todo ello bajo el reluciente barniz de una festiva, jocosa comedia musical… y salir del envite no solo indemne, sino plenamente airoso. Este clásico indiscutible y no tan reivindicado como merecería aseguro que lo consigue.

Y es que en el galáctico Hollywood de los 50 no solo esto era posible, sino que cualquier mescolanza del tipo que fuera podía dar como resultado algo tan redondo o francamente singular como es el caso.

Esta producción, además, sirve para ratificar el enorme talento de dos personalidades poderosas de la industria, el genial Stanley Donen y la maravillosa, extraordinaria, la por mí siempre añorada Doris Day. Ambos, figuras referenciales, ineludibles, tanto de la comedia como del musical. Quede igualmente diáfano que cuando tuvieron que hacer drama, respondieron como los mejores: “La escalera”, esa finísima historia de amor homosexual, en el caso del primero o “El hombre que sabía demasiado” o “Un grito en la niebla” en el de la segunda, entre otros varios ejemplos más.

Inédita en su momento en nuestras salas, Televisión Española nos la rescató a comienzos de los 80. Ello para gozo y deleite de algunos que nos consideramos incondicionales de este género en su vertiente más gozosamente clásica y de ese irrepetible cine norteamericano de la época.

Constituyó el primero de los dos trabajos que en la segunda mitad de los 50 rodarían al alimón George Abbott y Donen, el cual había iniciado su carrera a lo estratosférico y dentro de este territorio, en tándem en aquel caso con su amigo y fabuloso coreógrafo y bailarín Gene Kelly con la imprescindible “Un día en Nueva York”. El primero también fue productor y dramaturgo. Fallecería en 1995 en Florida a la respetabilísima edad de 107 años, sin duda una de las personalidades más longevas que haya dado la profesión.

Al año siguiente del trabajo que aquí me ocupa, en 1958, llevarían a cabo esa segunda colaboración en la no menos esplendorosa “Malditos yanquis”. Tampoco vista por estos lares en su momento y de nuevo vuelta a recuperar gracias a TVE. Por cierto, hoy en día eso que se solía decir antes de “no estrenada en salas comerciales” tal vez suene a marciano para una aplastante mayoría, dada la fácil accesibilidad proporcionada por las nuevas tecnologías a cualquier película de cualquier tiempo y lugar. En aquella suponía un plus atractivo, goloso.

Yendo a apartados concretos, comienzo destacando algo que salta a primerísima vista y de lo más llamativo, tal como es la luminosa fotografía en exteriores diurnos de Harry Stradling, el cual otorga a la función una pátina colorista muy especial y un envoltorio perfecto a los propósitos de sus máximos responsables.

Por supuesto resulta inevitable y evidente destacar, incluso recalcar, las canciones, obra de Richard Adler y Jerry Ross, y los chispeantes, centelleantes números bailongos, los cuales no tienen desperdicio ni uno solo, o hablando más rotundamente, todos ellos resultan memorables. Si tuviera que decantarme por alguno, lo haría por el original y popularísimo “Hernando´s hide away”. Seguro que éste cuanto menos puede suene a cinéfilos avezados en estos registros.

Y quede no menos claro, que los bailes no resultan rémora alguna o pegote sino todo lo contrario, contribuyen a agilizar la trama, su acción, mediante un dinámico, agilísimo y arrebatador ritmo.

Atentos igualmente a las coreografías de Bob Fosse, director posteriormente de tres títulos señeros en estos ámbitos (“Cabaret”, “Noches en la ciudad”, “All that jazz), tan personales y rompedoras como solía ser norma en él y, curiosamente, a la par muy “donenianas”, pues algún instante remite ineludiblemente a su previa y antológica “Siete novias para siete hermanos”.

Y, sin la menor de las dudas, ojo avizor a todas las apariciones de la menudita, feúcha y elástica –igualmente, coreógrafa de justificado prestigio- Carol Haney (es Gladys), capaz de robar escenas a quien se le ponga por delante. Fallecería por diabetes y neumonía a la precoz edad de 39 años, siete después de este trabajo.

Mi venerada Day está adorable en todos los sentidos, jamás defraudaba y solía mostrarse excelsa en su glamour o cotidianidad. Anticipa una vestimenta que volvería a mostrar en la década siguiente en esa grandísima comedia que es “Pijama para dos”, protagonizada con Rock Hudson, su empática e incondicional pareja de felices bromas a tutiplén.

Curiosamente, salvo ella, es un reparto de nombres no demasiados conocidos para el gran público, pero de una calidad enorme y contrastada, como se puede perfectamente comprobar.

Aunque cualidades técnicas e interpretativas aparte, o de otro tipo, lo que siempre me supone fundamentalmente “Juego de pijamas” (“The pajama game”) es un subidón de alegría, de felicidad, de arrasadora vitalidad.

Incomprensiblemente caída en el olvido, incluso cuando ahora se suele glosar la filmografía de Donen, cualquiera es una estupenda ocasiósn para poder descubrir esta verdadera gema que transmite ganas de vivir permanente sin tregua alguna. Además, se puede ver con cualquier estado de ánimo que nos pueda invadir, otra de sus innumerables virtudes.

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